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domingo, 2 de abril de 2017

EMIGRANTES 5 (cont.)

5
A José Fuster le imponía entrar en un banco. No lo había hecho nunca, y lo peor era su convicción de que a esas entidades acuden solo los que tienen mucho dinero, y ese no era su caso.
Pero cuando cobró el tercer salario se le juntó una cantidad de dinero como no había visto junto en su vida. Y en algún sitio tenía que guardarlo.
    Tendrás que abrir una libreta –le aconsejó su amigo.
    ¿Una libreta? ¿No crees que se burlarán cuando les muestre las cuatro perras que tengo?
No se burlaron, ni le miraron con desprecio, ¡qué va! Todo lo contrario. Y fueron tantas las atenciones y la amabilidad que le concedieron, que José se ruborizó. No estaba acostumbrado a tanto agasajo y le dio vergüenza el trato que recibió.
Es cierto que no fue tanto el dinero que depositó, pero fue tratado como cualquier otro cliente; la diferencia era que hasta llegar a Suiza pocas veces le habían dado las gracias por nada, o le habían pedido algo por favor. Y menos un desconocido.
Después, cuando salió del banco, miraba y remiraba con asombro y regocijo la libreta que le habían dado. Allí figuraba su nombre y la cantidad de francos que había depositado. De repente le asaltó una preocupante duda.
    Oye –le dijo a su amigo mostrándole la libreta – ¿seguro que si un día necesito el dinero me lo darán? Mira que en esto de los bancos he oído muchas cosas y ninguna buena.
    Sí, seguro. También yo tuve esas dudas, pero pregunté, y aquí todos tienen el dinero en el banco. Creo que podemos estar seguros.
José confiaba en la palabra de su amigo y su comentario le tranquilizó, pero si éste le hubiera dejado entrever alguna duda, inmediatamente habría ido corriendo al banco a sacar todo el dinero.
Él desconocía lo que es el ahorro, por la sencilla razón que siempre ganó menos de lo que necesitaba para vivir. Por eso, las cuatro perras, como él decía, depositadas en el banco cobraban una fuerza que no había conocido nunca antes. Era el fruto de su esfuerzo, y eso tenía mucho valor.
Las sensaciones que le produjeron este hecho las recordaría años más tarde como un antes y un después en su vida, y serían dos las vertientes: la incorporación a la rueda de la posesión, y la importancia de lo conseguido con el esfuerzo.
Eran los primeros pasos hacia el bienestar, eso que todavía estaba por venir y cuando llegó pocos se percataron de su llegada hasta que, muchos años más tarde, declinó aceleradamente. José pensaría que son los aspectos cíclicos de la vida.
José Fuster jamás soñó en poseer dinero; el ahorro nunca estuvo en sus cálculos. Él vivía feliz sin la libreta del banco; su única preocupación era su salud, y bien que rogaba a Dios que no le faltara, porque teniendo salud tendría trabajo, y teniendo trabajo tendría para comer. Con ello lo tenía todo, ¿qué más podía desear?
Eso era antes; ahora, cada vez que miraba la libreta de ahorros, de su instinto más primitivo surgía el afán de ver crecer la suma ahorrada. Y hacía cálculos… y se maravillaba de la cifra que podría alcanzar en tres meses más, en seis, en un año. Casi no lo podía creer.
No se daba cuenta, pero esta primera vertiente era el inicio del deseo de amasar. No le gustaba la palabra y la desechaba inmediatamente, pero reconocía que era así.

La segunda lectura era más meritoria: sentir satisfacción por el trabajo realizado y, en consecuencia, valorar en grado sumo lo que se posee como fruto del trabajo. 

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