Cerca de diez años hacía que Alemania
había capitulado cuando José Fuster llegó a Suiza. Pero él no era plenamente
consciente del desastre. Como muchos, en esa época.
Gran parte de Europa estaba arrasada, y solo
Alemania contabilizaba unos ocho millones de víctimas. Suiza, en cambio, por su
neutralidad, mantenía todo su potencial humano e industrial intacto, y tras la
contienda pasó a cooperar activamente en la reconstrucción, no solamente de
Alemania, sino de los demás países de su entorno. Y así se iniciaba una
recuperación que duraría más de cuarenta años de prosperidad constante, y que
traería un gran cambio en las formas de vida y de pensar de los pueblos.
José Fuster encontró en Suiza esa
sensación de bienestar todavía desconocido en España, lo que sirvió para que
las primeras impresiones fueran sorprendentemente halagadoras y muy
esperanzadoras.
Pero los rescoldos de la guerra todavía
humeaban y en Suiza, pese a su neutralidad, seguía hablándose de la guerra tal
cual ellos la habían vivido; del general Guisan todavía se hablaba con mucho
entusiasmo. José se acostumbró a ver la fotografía de este personaje en los
lugares públicos. Lo consideraban el gran héroe, el defensor de Suiza ante los
arrolladores ejércitos de la Wehrmacht.
A José le parecía de cuento. No entendía
cómo un país pequeño e insignificante como Suiza presentara cara al gigante
teutón. Pero las razones que escuchaba eran moderadamente convincentes. El
general Guisan dio muestras de ser un buen estratega cuando dispuso volar las
principales vías de comunicación entre Italia y Alemania, el Gran San Bernardo,
el San Bernardino y el Gothard, es decir, los pasos entre el norte y el sur de
Europa, si Suiza era invadida por los alemanes. Al mismo tiempo se perforaron
importantes macizos en las zonas más inaccesibles de los Alpes para habilitar
hospitales y espacios para albergar a gran parte de la población a resguardo de
los invasores.
Bien es cierto que los comentarios
acerca de los hospitales discrepaban entre los mismos suizos, y José Fuster
dedujo que probablemente estas historias contendrían más leyenda que realidad.
Pero muchos años más tarde, lo que ciertos documentales sacaron a la luz, al
contrario de lo que él pensaba, contenían más realidad que leyenda.
La parte oscura de esa época, de la que
los suizos hablaban menos, fueron los partidarios de la doctrina nacional
socialista alemana, que existían y amenazaban en convertirse en quinta columna.
El general Guisan, convencido de los peligros de las tendencias totalitarias,
los persiguió y, con algunos fusilamientos, cortó de raíz la propagación del
nazismo en suelo helvético.
A José Fuster no le sorprendía la
presencia de la fotografía del general Guisan en las instituciones. Estaba
acostumbrado a ver la del generalísimo en todas partes, por lo que le parecía
normal ver la de este general también a menudo aquí en Suiza. Pero esa visión
distorsionaba la realidad: la veneración al personaje, y menos si éste es
político, no es la forma de entender lo cotidiano en Suiza, como pronto se
percataría. El populismo es rechazado por los suizos por principio.
La reputación del general Guisan era
fruto de la época; una época difícil a la que este militar supo poner los
medios para que no acabara siendo aciaga, y finalizando los años cincuenta,
cuando lentamente se iban apagando los recuerdos de la guerra, las fotografías
del general, lentamente, sin manifestaciones ni celebraciones, también fueron
sustituyéndose por cuadros acordes con los vientos de bienestar.
El general Guisan pasó a los libros de
historia como héroe de una época. Punto.
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