Ismael
se quejaba de las dificultades que tenía para llegar a fin de mes.
-
Hace
tres o cuatro años todavía me permitía ir al cine los domingos, ya lo sabes,
pero últimamente he tenido que prescindir hasta de salir a tomar un café. No sé
a dónde vamos a llegar si la vida sigue encareciéndose a este ritmo.
-
Sí, es
cierto – convino su amigo Rafael – me pasa lo mismo; hay que reconocer que nos
lo están poniendo difícil. Nos bajan los salarios, mientras que los recibos no dejan
de subir. Pero, conformémonos, nosotros todavía mantenemos el puesto de
trabajo. Otros, ni eso tienen.
-
¡Oye,
eso a mí no me consuela!
-
Pues,
debería. Si tú, con un salario, lo estás pasando mal, ¿cómo piensas que lo
estarán pasando ellos?
-
La
comparación me parece injusta de tu parte, porque me estás tachando de egoísta
e insolidario.
-
Nada de
eso. Solo intento mostrar que muy frecuentemente nos quejamos sin tener
suficientes motivos, porque si pusiéramos atención en lo que nos rodea,
probablemente recapacitaríamos y seríamos más comedidos.
-
Lo que tú
quieras, pero tus razonamientos a mí ni me consuelan ni me solucionan la
precariedad en la que estoy viviendo.
-
¿Acaso
quejarte es una solución?
-
Sí,
porque me desahogo. Y a lo mejor, un día encuentro a alguien que me entienda y
no solo se limite a darme lecciones de moralidad.
-
Como yo
– replicó Rafael.
-
Sí, como
tú – respondió Ismael.
Se
podría pensar que el diálogo había alcanzado un tono de enfado, pero no era
tal. Ellos se conocían muchos años y cada uno sabía cómo pensaba el otro. Por
eso los dos preveían el desarrollo de la conversación. No era la primera vez,
aunque en esta ocasión, para sorpresa de ambos, el diablo podía depararles una
jugarreta.
La
conversación siguió su curso en ese tono de impotencia, para ir acercándose
cada vez más a la rabieta.
-
Si tan
explotado te sientes – apuntaba Rafael ante la pataleta de su amigo – te
recomiendo lo siguiente: debes cambiar tu forma de enfocar la cuestión, por tu
bien, porque la situación que tenemos no la vas a poder cambiar.
-
¡Cómo
que no puedo cambiar la situación, y tanto que puedo! Todavía tengo facetas que
desconoces de mí.
-
¿Y qué
te propones hacer – rio sarcástico Rafael – acaso piensas hacer una revolución
por tu cuenta? ¡A las barricadas, que vienen los nuestros!
-
Yo, no,
por supuesto que no; pero la pueden hacer los que no tienen trabajo. Motivos
tienen, según tú.
-
Ahora te
estás saliendo de madre. O sea, tú lo que quieres es que se mojen los otros y
tú quedarte a recoger los frutos. Es cierto que no conocía esta faceta de listo
que muestras ahora.
-
¡Hombre,
entiéndelo! Alguien tendrá que dirigirles, ¿no? Digo yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario