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sábado, 30 de noviembre de 2013

LA FE CURÓ A MARTA... por Salvador Moret

Marta se conocía el camino del hospital tan bien que habría podido acercarse con los ojos cerrados. Cada día sabía de antemano las dificultades que iba a encontrar para llegar y para aparcar, las plantas y pasillos por los que tenía que transitar hasta alcanzar la consulta, y estaba al tanto de la amabilidad o la falta de ella de cada facultativo.
Tantas visitas acabaron por resultarle aburridas. Por supuesto no fue así al principio. A las primeras consultas acudía preocupada, después con temor, y más tarde comenzaron a parecerle un fastidio. Marta tenía su preocupación, claro, ¡cómo no la iba a tener! Pero también tenía confianza en los médicos. Hasta hoy.
Le hubieran podido prevenir con un poco de delicadeza. Pero no, al parecer el escrúpulo no figuraba en el manual. Tanto tiempo diciéndole que el mal remitía, que no se preocupara, que todo ería bien, y hoy, de repente, el desahucio.
Por su mente, veloz como solo el pensamiento es capaz, pasó la película de su vida y se dispuso a ver la próxima secuencia, la última: “FIN”.
Pero Marta, acostumbrada a afrontar la adversidad con espíritu de vencedora, tampoco en esta ocasión lo dio todo por perdido. Sin pensar más en los médicos, desde luego. Éstos la habían entretenido durante más de un año y no quería volver a empezar. No, ahora buscaría otros medios.
Posiblemente la enfermedad seguía haciendo su camino, pero ella todavía se encontraba con fuerzas para hacer frente al destino. Y se introdujo en los círculos esotéricos que tanto había oído hablar.
Se sorprendió de la oferta que existía, y superada ésta comenzó a escribir direcciones, porque no quería llamar por teléfono, sino ir personalmente. Y de los consejos que escuchó, de lo más variopinto, por cierto, enseguida puso alguno en práctica. Pero como si lloviera. Otros ni los tuvo en cuenta. Y hasta los hubo, los menos, tan extravagantes que le hicieron reír.
En su peregrinaje, un día tropezó con un santurrón cuyo aspecto echaba para atrás, cargado de cruces y medallas, quien le dijo:
-         El único remedio que puede curar tu mal es tocar la madera de la barca en la que pescaban los apóstoles cuando Jesucristo les invitó a seguirle.
Un tanto extraño le pareció a Marta el consejo, pero lo aceptó, tal vez por el aspecto tragicómico que le hizo el santurrón. Y allá que se puso a buscar.
Siempre con el ánimo presente y sin perder la esperanza, caminó, preguntó, viajó por países extraños, visitó pueblos y aldeas. Su fortaleza moral no desfallecía, pero sí la fuerza física que sentía cómo el cansancio se iba cargando sobre sus espaldas, y sus piernas casi le impedían dar un paso más. Pero el destino quiso que en sus últimas jornadas de peregrinaje encontrara la barca.
La tocó e inmediatamente se sintió curada. ¡Qué dicha, sentirse bien de nuevo!
Regresó a su ciudad, y contenta contaba a todo el mundo cómo se había recuperado. Fue a ver al santurrón para agradecer su consejo.
-         Me alegro de verte curada, pero piensa que la barca que encontraste no era la de Jesucristo y sus apóstoles. Comprenderás que de ello hace muchos años.


… Y NO LA MADERA DE LA BARCA.