Que en los tiempos que
corren el conocimiento de idiomas es imprescindible, es algo que pocos discuten.
El mundo se está quedando pequeño y uno no puede limitarse a hablar la jerga
que se habla en su barrio y al mismo tiempo creerse un hombre de mundo.
Podemos tomar las ofertas de
trabajo como ejemplo de que conocer idiomas es necesario. No se prodigan las
ofertas de trabajo, es cierto, pero las que se anuncian, casi todas exigen
conocimiento de inglés, principalmente inglés, para no importe qué puesto.
También es cierto que cada
vez son más los que conocen bastante bien o muy bien alguna lengua extranjera,
el inglés ante todo, y también alemán o italiano. Y en casos exóticos, ruso, chino
o árabe. El francés, de imprescindible conocimiento en otros tiempos, está de
capa caída y a excepción de los mayores, son pocos los que lo hablan. Entre los
jóvenes, a juzgar por las escuelas de idiomas, hay muy pocas solicitudes.
Con todo y a pesar de que la
gran mayoría aceptamos esa conveniencia de conocer idiomas, los españoles
continuamos muy cómodos con el nuestro, y solo las exigencias profesionales nos
empujan a hacer algún que otro curso intensivo, las más veces deprisa y
corriendo, para poder cubrir el expediente. Bien lo saben los de recursos
humanos, cuando el candidato de turno que aspira al puesto de trabajo en cuyo
currículo respondía a la pregunta de conocimiento de inglés con “bueno”, en el
reconocimiento personal, el resultado no es ni bueno ni malo, sino deficiente o
nulo.
Hay diferentes teorías de por
qué somos poco interesados en conocer idiomas extranjeros. Algunos dicen que al
no conocer bien el propio, no hay interés en conocer los otros; también hay
quien opina que es cuestión geográfica, España queda lejos de ese galimatías de
dialectos centro europeos, y con el nuestro nos entendemos que da gloria; los
hay que opinan que todo se reduce a aquello que se decía de que inventen ellos,
cedido aquí a que aprendan ellos.
Probablemente haya de todo
un poco. En cualquier caso, sería maravilloso si con el nuestro nos
entendiéramos, pero la historia nos demuestra que los españoles nunca nos hemos
entendido muy bien entre nosotros.
Pero los tiempos cambian y
las tendencias también. Ahora, la emigración no se orienta hacia América como
era tradicional en España, sino que ahora se dirige hacia Europa, y en ese
cambio de tendencia se aprecia, mucho más que en los viajes de fin de semana o
de quince días más allá de los Pirineos, que se rompe con esa tradición de
pleno desconocimiento de lenguas extranjeras.
Y como la emigración se ha
centrado en unos círculos determinados de la sociedad, cuyas causas, ya sabemos,
siempre ha sido encontrar un puesto de trabajo, son esos círculos y no otros
los que han abierto la brecha de los idiomas.
Los que siguen reacios a los
idiomas son aquellos que no tienen necesidad de salir al extranjero a buscar un
puesto de trabajo, entre los que se cuentan los políticos. Ellos hacen su
carrera sin necesidad de otros idiomas, muy particular el suyo, por cierto, que
consta en maquinar, urdir, engañar, conspirar, enredar. Ese es su idioma
preferido. Además, ¿otros idiomas, para qué?
Por eso, cuando alguno de
ellos asciende y tiene que enfrentarse a sus colegas internacionales, ¡uf, qué
pena oírles!
Y encima, todavía se ufanan
de disponer de un vasallo que les tenga que traducir.