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domingo, 26 de mayo de 2013

EXÓTICO por Salvador Moret

En el barrio, Jacinto Guerrero tenía fama de raro. Él, naturalmente, no lo reconocía; y tampoco lo discutía. Consideraba que no merecía la pena enfrentarse a aquella panda de tullidos mentales. Y se decía: ¡Por mucho que lo intentara nunca le comprenderían!
Que a Jacinto lo mirasen como a una persona rara, era porque su comportamiento rompía la línea de conducta, no solamente de las costumbres de su propia familia, sino de lo que todos interpretaban como normal en el barrio.
Como casi todas las familias del vecindario, los Guerrero era una familia de prácticas muy tradicionales, y muy cumplidora con las normas establecidas. Pero Jacinto, ya desde muy joven mostró tendencias de no seguir al pie de la letra el protocolo establecido.  
-          Son rebeldías propias de un chiquillo – decían sus padres con muestras de comprensión, acompañadas de amonestaciones y amenazas.
Jacinto no hacía mucho caso de los posibles castigos. Él, a pesar de su juventud, tenía sus razones para ese proceder un tanto rebelde. No es que le pareciera malsano seguir las tradiciones de la familia, pero interpretaba que no alterarlas durante generaciones era vivir anclado en el pasado sin perspectivas de futuro.
Los padres, como si viniera de nuevas, se alarmaban cada vez que oían expresarse de ese modo al chiquillo. No en el barrio, donde Jacinto hacía ya tiempo que se había ganado la fama de tipo extravagante.
El golpe que despertó a los padres del más profundo sueño, llegó cuando recién cumplidos los dieciocho años, Jacinto se negó a seguir la costumbre de ir cada domingo a misa.
-          Iré a la iglesia los domingos que me apetezca o sienta necesidad, pero no por costumbre – se justificó ante las miradas incrédulas de sus padres.
Fue la primera de una serie de rupturas con lo tradicional que a sus progenitores les sentó como si el mundo fuera a desmoronarse.
Convertido Jacinto en un garbanzo negro desde ese mismo instante, los padres, sin más rasgos de comprensión hacia su hijo, se reprochaban mutuamente los descuidos en la educación del niño.
Se consideraban unos desdichados: ¡Qué pensarán en el barrio de nosotros! – clamaban, sin plantearse posibles convenientes de las decisiones de su hijo.
Abierta la brecha, tanto los pensamientos como la trayectoria del joven fueron distanciándose cada vez más de sus padres. Jacinto se negó a ir a la universidad. Reusó favores y ayudas de los influyentes amigos de los padres. En su indumentaria ya no tenía cabida la corbata ni las prendas de marcas costosas. Y el chico buscó su propio camino.
Trabajó, y muy duro, y su posición llegó a ser envidiable, pero en el barrio seguían tratándole de raro.
-          Trabajar tanto para alcanzar lo mismo que habría logrado sin trabajar, solo con la influencia de su familia, es de anormal – decían con menosprecio.


viernes, 24 de mayo de 2013

ADVERTENCIAS por Salvador Moret


Sobre las conciencias de los españoles, gracias a sectores que no dejan de mostrar interés y voluntad para que no se olvide, la guerra civil continúa estando presente en nuestro quehacer diario como si todavía no hubiera terminado.
Lo trágico de la cuestión es que aquellos que tienen los medios y la obligación de no propagar el fuego, precisamente por los puestos que ocupan, son los que más se afanan en extenderlo.
El puesto de responsabilidad que lucen debería de ser motivo suficiente para que en sus discursos tuvieran exquisito cuidado y no emplearan palabras que relacionan la actualidad con aquellos años tan nefastos para todos nosotros.
Sería una muestra de cordialidad y sentido común.
Pero, al parecer, estos personajes carecen de lo uno y de lo otro. Lo comprobamos en las arengas que a voz en grito nos lanzan de continuo con frases que nos remiten a los años previos a nuestra contienda.
Llama la atención los símiles que emplean comparando la actualidad con los años treinta del siglo pasado previos al enfrentamiento. Suenan como veladas amenazas, y a veces no tan veladas, de lo que puede repetirse. Y por el tono que emplean es fácil entrever sus exigencias: quieren compensaciones.
Son los intransigentes de siempre, dispuestos a romper la baraja si los demás no acatan su voluntad.
Pero no nos confundamos, porque nada se repite, sino que en España es una continuidad. Motivo suficiente para temer la escalada de agresiones verbales que estamos viviendo.
Porque, ¿cuándo hemos tenido sosiego en suelo patrio? Ochocientos años luchando contra el Islam, y no lo olvidemos, no solamente luchaban contra este enemigo común, sino también, soterradamente, entre los mismos cristianos.
Y tantos años a la greña, crean hábito.
Cuando por fin se acabó la contienda, como lo que mejor sabían hacer era guerrear, crear inquina y maquinar incertidumbre, a veces por una causa equivocada y otras por mezquinos intereses, el caso es que nunca perdieron la costumbre. Hábito del que todavía no nos hemos despojado.
¿Y qué hacen las autoridades actuales ante esas exaltaciones?
¡Ay, las autoridades! Pues muy sencillo: hacen lo que han hecho siempre desde aquel entonces. Ellos mismos son los que más a menudo, pese a ocupar puestos con suma responsabilidad, lanzan amenazas y desafían a la prudencia y a la cordialidad constantemente. Con ello enfurecen a una gran mayoría de la población, y al mismo tiempo creen contentar a una pequeña minoría, sus siempre fieles servidores, que sueñan en el país de Jauja.
Por lo demás, las autoridades hacen como han hecho siempre: esperar a que escampe. Ellos, que son precisamente los que tienen la obligación de poner freno a los desmanes, oyen campanas y deciden no hacer nada, porque, ¿para qué se van a enfangar en un asunto tan complicado y que puede traerles tantos inconvenientes?
No es extraño, pues, que surjan voces, y cada vez en mayor número, que adviertan del peligro de no tomar medidas ahora que todavía es tiempo.

domingo, 19 de mayo de 2013

ABUSOS por Salvador Moret


-          Hoye, Ovidio, supongo que habrás leído hoy el escándalo de las cajas de ahorros, tú que tanto presumes de estar al día en los acontecimientos sociales.
-          ¿A qué te refieres?
-          ¡No me digas que no lo sabes!
-          Pues, si no te explicas.
-          Sí, hombre. El exceso al que llegaron muchos de los miembros de los consejos de administración de las cajas de ahorro que, por lo que dice hoy la prensa se lo llevaban crudo. Yo, te confieso que a medida que iba leyendo las tripas se me retorcían. Seguramente se me olvidarán algunas cosas, pero te puedo decir que hacían viajes por todo el mundo junto con sus familiares, y visitaban los lugares más exóticos a cargo de la caja que representaban. Naturalmente, los hoteles donde se alojaban eran de cinco estrellas y de gran lujo, y…
-          Pero, Gerardo, siempre te lo he dicho: vas con retraso. Eso ya era vox populi hace más de un año, y más de dos también.
-          ¡Ah, sí! ¿Y también era conocido lo de los sueldos tan exorbitados? ¿Esas cantidades que cobraban mensualmente y que llegaban a cuadruplicar los ingresos de la gran mayoría, no los de salario mínimo, sino los que se consideraban bien remunerados?
-          Sí, claro que era conocido.
-          Entonces, supongo que también serían conocidas todas las ventajas y privilegios adicionales que disfrutaban como tarjetas de crédito sin límite de consumo, ayudas cuantiosas cada mes para gastos sin justificar, préstamos de sumas cuantiosas sin intereses, coche oficial de alta gama cuyo coste ascendía a varios millones, villas de lujo a su disposición y la de sus familiares para su esparcimiento vacacional, yates de lujo para pequeños viajes de recreo… y ya digo, creo que se me olvidan algunas cosas más.
-          Sí, es cierto, no las mencionas todas. Y efectivamente, todo eso ya era conocido hace mucho, pero mucho tiempo. Lo que pasa es que tú vives un poco alejado de la realidad.
-          Sí, debe de ser eso. Pero, yo me pregunto, ¿y todo eso sucedía a pesar de tener representación en los consejos de administración y estar presentes en ellos las diferentes tendencias políticas y sindicales que se supone ejercían un control para que no sucedieran esos desmadres?
-          Sí, así era.
-          Pues, chico, no lo entiendo.
-         No me extraña. Es lo que digo. Tú no vives con nosotros; tú estás en las nubes, porque todavía no te has enterado que al dinero, como dicen los que lo manejan, no hay que darle tanto valor, pero se callan lo que se puede hacer con él. Y eso gusta tanto a unos como a otros, sin distinción de colores.

domingo, 5 de mayo de 2013

PRECIOS MUY ASEQUIBLES por Salvador Moret


Después de tantos años con la tendencia a la baja, Pablo reflexionaba y no salía de su asombro sorprendido de no haberse percatado del hecho durante todo ese tiempo.
O tal vez sí era consciente de ello. Lo que ocurre es que, también él, encontró siempre más cómodo mirar hacia otro lado y no prestarle atención a la cuestión.
El acontecimiento no era otro que a pesar de la carestía de la vida que aumentaba cada año – y también sus ingresos, con lo que se consideraba compensado – algunos artículos, principalmente los textiles, no solamente no aumentaban sus precios, sino que bajaban. Y bajaban a importes incomprensiblemente ridículos. Unos pantalones por quince euros, por ejemplo.
No hacía falta ser muy avezado para entender que algo no cuadraba. Porque, cuando Pablo enviaba un paquete pequeño por correos, solo el envío le costaba un par de euros.
Con voluntad de profundizar en el desfase que saltaba a la vista y golpeaba con fuerza al sentido práctico, Pablo habría encontrado rápidamente las causas de esa llamada de atención. Porque, con una pequeña regla de tres, y siguiendo con el ejemplo de los pantalones, enseguida habría comprendido el descuadre comercial. Solo era cuestión de tener en cuenta los costes de la materia prima, la confección, el transporte, el beneficio del fabricante, el del intermediario y el del comerciante, para llegar a una única conclusión. A saber: alguien de todos ellos perdía dinero.
Los perdedores, nadie lo ignoraba, tampoco Pablo, eran los de la mano de obra barata. Condiciones laborales rayando en esclavitud. Sueldos de vergüenza. Escasez total de derechos humanos. Ausencia de contratos laborales; sin descanso semanal; sin vacaciones; catorce o dieciocho horas de trabajo diario.
Pero comprar a buen precio ahuyenta preocupaciones y, ¡quién se queja de lo que le beneficia!
Y como decíamos, durante todos esos años, Pablo, como casi todos a su alrededor, no se ocupó en plantearse esa regla de tres. Y eso que, de vez en cuando aparecían voces que denunciaban las causas de esas aberraciones, pero pocos eran los que las escuchaban. Como tampoco se hacía mucho caso de las advertencias que se vertían en la opinión pública acerca de los componentes dañinos, tóxicos las más veces, de esas prendas.
Al parecer, tanto Pablo como los de su entorno, que a pesar de la toxicidad de esas prendas siguen comprándolas, sufren del mismo mal que los fabricantes: la codicia. Éstos, que sin tener en cuenta las condiciones infrahumanas de sus empleados solo se ocupan de los beneficios. Y aquellos, que con tal de comprar barato, no solamente no les importa las circunstancias de los empleados, sino que es tan elevado el grado de egoísmo, que tampoco les afecta poner en riesgo su salud con tal de gastar menos.
Para que encima critiquen a los explotadores.
Solo un suceso gravísimo en el que fallecieron cerca de quinientas personas en el desplome de una de esas fábricas en las que los empleados, hacinados, consumían sus vidas, sirvió para que Pablo despertara a la realidad y decidiera cambiar sus hábitos de compra.
Aunque, cabe preguntarse, ¿por cuánto tiempo?Después de tantos años con la tendencia a la baja, Pablo reflexionaba y no salía de su asombro sorprendido de no haberse percatado del hecho durante todo ese tiempo.
O tal vez sí era consciente de ello. Lo que ocurre es que, también él, encontró siempre más cómodo mirar hacia otro lado y no prestarle atención a la cuestión.
El acontecimiento no era otro que a pesar de la carestía de la vida que aumentaba cada año – y también sus ingresos, con lo que se consideraba compensado – algunos artículos, principalmente los textiles, no solamente no aumentaban sus precios, sino que bajaban. Y bajaban a importes incomprensiblemente ridículos. Unos pantalones por quince euros, por ejemplo.
No hacía falta ser muy avezado para entender que algo no cuadraba. Porque, cuando Pablo enviaba un paquete pequeño por correos, solo el envío le costaba un par de euros.
Con voluntad de profundizar en el desfase que saltaba a la vista y golpeaba con fuerza al sentido práctico, Pablo habría encontrado rápidamente las causas de esa llamada de atención. Porque, con una pequeña regla de tres, y siguiendo con el ejemplo de los pantalones, enseguida habría comprendido el descuadre comercial. Solo era cuestión de tener en cuenta los costes de la materia prima, la confección, el transporte, el beneficio del fabricante, el del intermediario y el del comerciante, para llegar a una única conclusión. A saber: alguien de todos ellos perdía dinero.
Los perdedores, nadie lo ignoraba, tampoco Pablo, eran los de la mano de obra barata. Condiciones laborales rayando en esclavitud. Sueldos de vergüenza. Escasez total de derechos humanos. Ausencia de contratos laborales; sin descanso semanal; sin vacaciones; catorce o dieciocho horas de trabajo diario.
Pero comprar a buen precio ahuyenta preocupaciones y, ¡quién se queja de lo que le beneficia!
Y como decíamos, durante todos esos años, Pablo, como casi todos a su alrededor, no se ocupó en plantearse esa regla de tres. Y eso que, de vez en cuando aparecían voces que denunciaban las causas de esas aberraciones, pero pocos eran los que las escuchaban. Como tampoco se hacía mucho caso de las advertencias que se vertían en la opinión pública acerca de los componentes dañinos, tóxicos las más veces, de esas prendas.
Al parecer, tanto Pablo como los de su entorno, que a pesar de la toxicidad de esas prendas siguen comprándolas, sufren del mismo mal que los fabricantes: la codicia. Éstos, que sin tener en cuenta las condiciones infrahumanas de sus empleados solo se ocupan de los beneficios. Y aquellos, que con tal de comprar barato, no solamente no les importa las circunstancias de los empleados, sino que es tan elevado el grado de egoísmo, que tampoco les afecta poner en riesgo su salud con tal de gastar menos.
Para que encima critiquen a los explotadores.
Solo un suceso gravísimo en el que fallecieron cerca de quinientas personas en el desplome de una de esas fábricas en las que los empleados, hacinados, consumían sus vidas, sirvió para que Pablo despertara a la realidad y decidiera cambiar sus hábitos de compra.
Aunque, cabe preguntarse, ¿por cuánto tiempo?