Victoria era la hermana de
Victorio, y su diferencia de edad era escasamente de año y medio.
Ahora eran ya mayores y estaban
curados de espanto, pero en su juventud y durante años, para sus compañeros de
escuela fueron el centro de las bromas y chacotas. ¡Lo que sufrieron los pobres
chicos! Sí, sí; aunque no lo parezca, mucho más Victorio que Victoria.
Las ironías duraron más allá de
la adolescencia, pero la peor época fue la escolar, según ellos mismos comentan
cuando repasan los años transcurridos.
Es cierto que el chico era
ligeramente apocado, motivo suficiente para que se cebaran en él.
Haciendo un paréntesis, me digo,
¡como para que vayan pregonando por ahí de la inocencia de los pequeños!
Pero en el fondo, ese no era el
motivo principal que estimulara a los chicos a las chanzas. Es cierto que su
carácter retraído ayudaba a que los demás sintieran mayores deseos de seguir
achuchándole, pero el verdadero porqué era debido a que Victoria era peleona y
Victorio era un místico.
Cosas de la naturaleza.
Los compañeros, que como ya hemos
visto de inocentes tenían poco, centraban sus burlas diciendo que la naturaleza
les había jugado una mala pasada. Claro que ellos lo decían con letras gruesas.
¡Qué de lloreras se cogía
Victorio cada día camino de casa! Y por si no fuera suficiente con lo de sus
compañeros, ahí llegaba Victoria que todavía le recriminaba por no hacerles
frente y darles cuatro guantazos a cada uno de ellos. Y durante toda la
caminata hasta casa, mientras él lloraba, ella no dejaba de repetirle lo que
tenía que hacer para librarse de esas mosquitas muertas. – Eso es lo que yo
haría, y lo que tú tendrías que hacer – concluía.
Pero, llegando a casa y acabado
el sermón, Victoria sabía que había estado predicando en el desierto.
Posteriormente, siendo mayorcitos,
no se explicaban cómo sus padres no tuvieron algo más de imaginación en el
momento de elegir los nombres. Y cuando en una ocasión se interesaron por
conocer cómo había sido eso posible, aquellos se limitaron a responder que
fueron efectos de una época y desavenencias de los familiares.
Más tarde se enteraron que hubo
mucha presión de los abuelos, de una parte y de la otra, y sus padres, por
querer complacer a todos, no consiguieron alegrar a nadie, y acabaron enfrentándose
a unos y a otros.
Bien es cierto que sus progenitores
tampoco tuvieron presente los efectos que pudiera tener esa coincidencia de
nombres en la sociedad, principalmente en la juventud y adolescencia de los
chicos, que es cuando más se repara en esos detalles.
Como tampoco pudieron prever los
errores que a veces comete la Naturaleza.
Para los compañeros de la escuela,
no obstante, la guinda del pastel para recalar tan insistentemente con la guasa
en Victoria y, principalmente, en Victorio, era el apellido, que no era otro
que Hermoso.