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lunes, 7 de enero de 2013

LA ESPAÑA ACTUAL Y LA DE SIEMPRE por Salvador Moret


Telefónica se ha permitido fichar a R. Rato: una muestra más de la España actual. Aunque, bien pensado, la actual y la de siempre.
Y no es que la empresa no tenga derecho a emplear a quien desee, faltaría más, sino de lo que se trata es que moralmente es una burla al ciudadano.
Un señor que está inculpado por la justicia por sus posibles desmanes económicos no es merecedor de asumir un puesto cuyo salario está muy bien remunerado; inflado, podríamos decir, para los tiempos que corren, y que de un modo u otro, lo pagamos entre todos.
Pero esa es la España que tenemos y que, al parecer, a todos nos parece ideal.
Somos unos cuarenta y seis millones de habitantes, tal vez cuarenta y ocho, y oficialmente diecisiete de ellos cotizan a la seguridad social. De estos diecisiete millones de personas, tres o cuatro millones no producen, sino que son los que se encargan de que la máquina siga rodando. Son la administración.
Ya me dirán ustedes. Cabe pensar que la proporción es insostenible, y que más pronto que tarde se romperá el espejismo, porque estamos viviendo en la ficción.
Tal vez por eso, los que dirigen el país, digamos políticos, financieros y responsables de grandes empresas medio estatales, se afanan en amasar fortunas, las más veces fraudulentamente, y las ponen a buen recaudo lejos de sus feudos, precisamente porque saben que éstos no son de fiar.
Y como decíamos, el caso del señor R. Rato es un ejemplo tomado al azar de los tantos que seguramente ustedes están pensando. Porque estos personajes amasa-fortunas forman una élite que hace muchos años se distanciaron del pueblo – si es que alguna vez formaron parte de él – para vivir arropados en sus círculos privilegiados y ajenos al sentir de la calle. Sí, es cierto que entre ellos existen codos, zancadillas y luchas intestinas pero, como perfectos defensores del corporativismo, los favores solo se los reparten entre ellos.
Ahí tenemos, si no, el parlamento europeo, remanso de todos los paquidermos políticos a los que hay que engraciar por los servicios prestados. Y los consejos de administración, abundantes y enriquecedores.
Pero, al contrario de Pla que se preguntaba quién paga todo eso, nosotros no nos lo preguntaremos, porque sabemos que los que pagan la fiesta somos nosotros, los que ciertamente no participamos en ella.
Así que, si no era suficiente con el ayuntamiento, la comunidad, el parlamento y el gobierno, tenemos el parlamento europeo, instituciones que aumentan sus gastos continuamente, ajenos a la crisis galopante que soportamos estoicamente esa minoría que formamos los asalariados.
¿No sería hora de que plantáramos cara a este desmadre?
Cabe pensar que todos deseamos que acabe el despilfarro, pero parece ser que nosotros los españoles somos de esos que esperan a ver si la situación mejora con el tiempo, sin tener en cuenta que los que pueden erradicar las desigualdades son exactamente los que no desean cambiar nada.
Y así, los españoles vamos tirando, confiando que algún día alguien se ocupe de hacer el trabajo por nosotros. Y así llevamos quinientos años, tal vez más. Pero, aquí nos tienen, descontentos con la eterna prepotencia de nuestros dirigentes y las consiguientes diferencias de casta, pero felices de ser como somos.

DEMOCRACIA por Salvador Moret


Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Y no es casualidad que cada vez que escucho a los políticos decir lo demócratas que son me acuerdo del refrán. Y lo escucho con tanta frecuencia que casi siento vergüenza ajena.
Seguramente insisten tanto y lo repiten tantas veces que uno piensa que su intención no es otra que convencernos. Aunque las malas lenguas añadan que su insistencia es más para convencerse a sí mismos.
 Y, a tenor de lo que nos rodea, cabe pensar que estos políticos han conseguido hacernos creer que vivimos en democracia. O al menos, lo mismo que nos hacen ver que ellos sí creen ser demócratas, dan a entender que creen que lo creemos.
Sin embargo, nada más lejos de que estemos disfrutando de una verdadera democracia. Comparando la nuestra con las más avanzadas, aunque éstas tampoco sean siempre plenas democracias, es cierto que consiguen despertar nuestra envidia, porque las diferencias no son moco de pavo.
Comenzamos con las votaciones y las listas cerradas. ¡Qué es eso de elegir a unos señores de los que desconocemos aptitudes y méritos! ¿Hemos de votarles solo porque figuren en la lista detrás de su jefe?
Sin llegar a ser mal pensado, en el momento recapacitemos un poco se nos puede ocurrir que esos personajes harán en cada momento lo que les diga su jefe, que para eso lo es, bien sea por agradecimiento o por sumisión,
Tras ese primer paso en falso, la desconfianza nos invade. Si el comienzo es un error, ¿cuántas más desgracias no nos podrán caer encima a continuación?
Pues, eso. Y además, si algo comienza torcido, ya sabemos, enderezarlo exigirá mayores esfuerzos.  Y mayor voluntad, claro está.
O sea, si la primera piedra no se sostiene sobre un suelo firme y sólido, las demás, difícil será que se mantengan en pie mucho tiempo.
Resulta que hemos elegido a un señor con una cohorte de agradecidos para que durante cuatro años hagan y deshagan a su voluntad. Porque ahí comienza la tragedia: el programa con el que nos embaucaron es posible que se cumpla solo a medias. O no se cumpla en absoluto. O se cumpla al contrario de lo que anunciaron.
-          ¡Son las circunstancias las que nos obligan! – se justificarán.
Y durante cuatro años dejamos en manos de ese señor y sus subordinados todos aquellos asuntos que van a decidir nuestro futuro sin que se molesten en consultarnos, como por ejemplo, si es conveniente cambiar a los jueces del poder judicial; o en qué nos puede favorecer si envían tropas a Medio Oriente; o por qué se reducen los salarios de los administrados; o por qué se construyen más carreteras en detrimento de los ferrocarriles, o al contrario. Deciden, sin consultarnos, aspectos tan esenciales como qué estudiarán nuestros hijos en la escuela; o algo tan importante como el sistema sanitario.
Todo eso y mucho más, en un derroche de desprecio, lo decide un señor junto con su tropa durante cuatro años sin dirigirse al pueblo para nada.
Hasta las próximas votaciones que volverán a embaucarnos y hacernos creer lo demócratas que son.
Como para que algunos todavía no crean, que cada pueblo tiene el gobierno que se merece.

IMPROVISAR O PREVENIR por Salvador Moret



Prevenir es curar, decían antes.
En España llevamos una larga temporada de mala racha. También en otros lugares, pero éstos como nos quedan lejos nos afectan menos. En cambio, por lo que sucede aquí, andamos más que alarmados.
Y también dispuestos a dar soluciones. Por algo somos el país de los cuarenta y seis millones de reyezuelos aspirando a dar lecciones de lo que no conocemos.
Pero, a lo que íbamos. Nos aprieta el zapato y lloriqueamos; y juramos y maldecimos nuestra mala suerte; y buscamos culpables, generalmente el gobierno; y le maldecimos como causa de todos nuestros males.
Nada de extraordinario.
Pero, como no hay mal que cien años dure, también esta mala racha pasará. Y eso nadie lo duda, porque la vida se compone de ciclos, y al igual que un carrusel, unas veces estamos arriba y otras abajo.
Pero lo olvidamos. Sí, lo olvidamos pavorosamente rápido, y eso explica por qué cuando nos va bien nos desentendemos y no nos ocupamos de poner los medios para evitar la exasperación cuando lleguen de nuevo las vacas flacas.
En su lugar, pasamos a disfrutar alegremente de la vida como si el mal trago no hubiera existido, y una vez superado el disgusto, cuando en el horizonte despunta una pequeña luz de esperanza, con gran audacia y sobrada ligereza, nos lanzamos de nuevo a la aventura sin que las malas experiencias nos sirvan de lección
Ha sucedido siempre así, y ya son muchas las veces que se han repetido las mismas escenas.
Por eso la crisis nos pilla siempre con el pie cambiado. Parecemos torpes inexpertos, incapaces de aprender del pasado.
Muy al contrario que en otras sociedades más pragmáticas, esas que nosotros admiramos y despreciamos por igual. Allí, cuando las aguas turbulentas se apaciguan y nuevos vientos traen la confianza, no suelen lanzarse al consumo descontrolado, porque es el momento de protegerse y prepararse para el futuro. No siempre lo consiguen, bien lo sabemos, pero aciertan más que nosotros. Eso también lo sabemos.
En ese momento es cuando ellos ponen los medios para que la nueva crisis que, sin ninguna duda volverá, no les pille desprevenidos y les dé de pleno en la cara.
O sea, en tiempos de bonanza trabajan para evitar la total tragedia. Muy distinto a nuestras costumbres. Y, entre otras gracietas, con pinceladas de despecho decimos de ellos que son muy parcos en imaginación; que como no saben improvisar tienen que programar con antelación. Y lo decimos con aires de superioridad, claro. Y hasta les miramos con compasión.
En cambio nosotros, orgullosos y casi con soberbia presumimos de un alto grado de imaginación, siempre prestos a improvisar ante cualquier sobresalto o contratiempo, y no nos damos cuenta que lo que hacemos no es otra cosa que poner parches continuamente.
Cabría preguntarnos qué sociedad está más necesitada de imaginación, aunque presumir de nuestra capacidad de improvisar no queda tan claro, porque, como decíamos antes, prevenir es curar.