La gente
tenía mucha esperanza en el cambio de gobierno, y lo demostró en las urnas,
donde los depositantes de papeletas se volcaron masivamente en una misma
dirección, precisamente para acabar con el desbarajuste que veníamos sufriendo,
social, moral y económicamente.
Pero, con las
grandes esperanzas llegan las grandes decepciones.
Un año más
tarde, ante las muestras de desilusiones de propios y extraños, el gobierno se
defiende con la evasiva de haber encontrado la casa medio derruida. Como si no hubieran tenido
olfato para intuir que algo así podía suceder.
No obstante,
podemos aceptar la disculpa y comprender que el gobierno se vio obligado a
poner remedios de choque. Y aquí comienza la tragedia, porque de una parte, se
centra exclusivamente en la cuestión económica y obvia los aspectos sociales y
los morales de tal forma que la única atención que les presta es para anunciar
a la ciudadanía que tenga paciencia y comprensión por las medidas austeras que
se ve obligado a poner en práctica.
Y una vez
centrado en la economía, el gobierno comienza a recortar, pero no como había
prometido sino por los puntos más frágiles, los más vulnerables. Funcionarios y
pensionistas pronto sufren las consecuencias con merma de ingresos.
Sucede esto
mientras los medios de comunicación cada día nos anuncian escandalosos abusos
de poder y de corrupción de todo tipo. Personajes de las esferas política y
social con ingresos inmorales, sustracciones monstruosas, amiguismos,
privilegios, gastos institucionales que semejan un despilfarro sin control. Autonomías
y ayuntamientos endeudándose para seguir manteniendo el tren de vida como hasta
ahora, sin que para ellos cuente eso de la austeridad.
¡Cómo no va a
estar decepcionada la gente! Y cabreada también. Porque lo que crece es el
paro. Y la pobreza. Aunque no para todos.
La reflexión
es que un gobierno débil solo ataca a los más débiles, y tiembla ante los más
fuertes.
Porque las
autonomías, ese agujero negro que nos lleva a la ruina económicamente, aspecto
que sería a despreciar por insignificante comparado con ese otro mucho más
amplio y preocupante como es el aspecto moral.
Además del
despilfarro, estas entidades se permiten hacer caso omiso de las leyes, sin que
el gobierno haga el menor comentario. Se permiten también desafiar al gobierno,
que apocado, elude todo comentario para no enfadar a esos voceros.
Y los
sindicatos, esa otra plaga que todos sus logros se limitan a haber empobrecido
aun más a las clases modestas; que como dependientes de los ingresos del
gobierno se han aburguesado y no tienen la menor intención de poner en práctica
la tan reclamada austeridad; estos muchachos que dicen defender los intereses
de los trabajadores, resulta que frente a las dificultades, actúan igual que
actúa el gobierno: meterse con los más débiles.
Por eso, su
descontento con el gobierno lo muestra promoviendo huelgas… para increpar,
claro está, a su benefactor el gobierno, no lo olvidemos, pero dándole una
patada en el trasero a los trabajadores, bien sea cuando éstos se desplazan al
trabajo, o cuando necesitan un médico, o… ¡qué importa!