Cuando era
pequeño, cada verano antes de las fiestas del pueblo oía decir a los vecinos
que iban a blanquear la fachada. Era así cada año.
Sin necesidad
de preguntar a nadie, todos los niños sabíamos lo que quería decir eso de
blanquear, y no solamente porque lo veíamos hacer, sino porque también nos
tocaba colaborar en la tarea por muy tozudos que nos pusiéramos.
Los años han
transcurrido y con ellos muchas expresiones de antes han desaparecido, otras
han venido a ocupar su espacio, y otras simplemente han cambiado de
significado.
Hoy,
blanquear no tiene nada que ver con darle una mano de cal a la fachada. Hoy,
blanquear suena a pelotazo. Suena a político.
Me pareció oír
por la radio algo así como que dos ministros griegos habían blanqueado diez
millones de euros. Me extrañé. Diez millones solo sirven para blanquear la
fachada, y para eso un ministro no se pone. Dos aun menos.
Pero lo
escuché mal. Después lo leí en el periódico y claro, cosas de escuchar la radio
mientras haces otras cosas. No se trataba de dos ministros, sino de dos
exministros, que dicho entre nosotros es lo mismo. Ahora bien, lo que no era lo
mismo es la cantidad, porque no eran diez millones sino diez mil millones con
un poco de calderilla, es decir, doscientos millones más. O sea, diez mil
doscientos millones de euros.
Ya me
extrañaba a mí. Esa cantidad sí encaja en el esquema que tenemos de los
blanqueadores (que no asaltadores. Éstos no alcanzan a esas cantidades), o sea,
de los políticos.
Claro que en
descargo de éstos últimos podemos decir que blanquear diez mil millones de
euros no significa que sea todo beneficio. Eso sería vergonzoso. Aunque, con
solo que fuera la calderilla de doscientos millones no estaría mal. Siendo
también vergonzoso.
Porque son
beneficios conseguidos sin hacer gran cosa. En su posición de ministros (o
exministros, que ya sabemos que es lo mismo) eso de blanquear debe ser pan
comido. Tengamos en cuenta que no han tenido que ir ocho horas al día durante
treinta y cinco años a amasar cemento; ni tuvieron que superar muchos exámenes
para alcanzar esos puestos privilegiados.
Lo curioso
del caso es que se trata de dos exministros griegos, no españoles. Lo cual
llama la atención por dos cosas. La primera es que en todas partes cuecen
habas. La segunda es que son tontos. Sí, tontos, porque, que una cosa así salga
a la luz, se necesita tener poca perspicacia.
Puedo
imaginarme cuántos exministros de aquí estarán riéndose de sus colegas griegos
pensando que éstos solo sirven para blanquear las fachadas.