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domingo, 23 de septiembre de 2012

BLANQUEAR por Salvador Moret


Cuando era pequeño, cada verano antes de las fiestas del pueblo oía decir a los vecinos que iban a blanquear la fachada. Era así cada año.
Sin necesidad de preguntar a nadie, todos los niños sabíamos lo que quería decir eso de blanquear, y no solamente porque lo veíamos hacer, sino porque también nos tocaba colaborar en la tarea por muy tozudos que nos pusiéramos.
Los años han transcurrido y con ellos muchas expresiones de antes han desaparecido, otras han venido a ocupar su espacio, y otras simplemente han cambiado de significado.
Hoy, blanquear no tiene nada que ver con darle una mano de cal a la fachada. Hoy, blanquear suena a pelotazo. Suena a político.
Me pareció oír por la radio algo así como que dos ministros griegos habían blanqueado diez millones de euros. Me extrañé. Diez millones solo sirven para blanquear la fachada, y para eso un ministro no se pone. Dos aun menos.
Pero lo escuché mal. Después lo leí en el periódico y claro, cosas de escuchar la radio mientras haces otras cosas. No se trataba de dos ministros, sino de dos exministros, que dicho entre nosotros es lo mismo. Ahora bien, lo que no era lo mismo es la cantidad, porque no eran diez millones sino diez mil millones con un poco de calderilla, es decir, doscientos millones más. O sea, diez mil doscientos millones de euros.
Ya me extrañaba a mí. Esa cantidad sí encaja en el esquema que tenemos de los blanqueadores (que no asaltadores. Éstos no alcanzan a esas cantidades), o sea, de los políticos.
Claro que en descargo de éstos últimos podemos decir que blanquear diez mil millones de euros no significa que sea todo beneficio. Eso sería vergonzoso. Aunque, con solo que fuera la calderilla de doscientos millones no estaría mal. Siendo también vergonzoso.
Porque son beneficios conseguidos sin hacer gran cosa. En su posición de ministros (o exministros, que ya sabemos que es lo mismo) eso de blanquear debe ser pan comido. Tengamos en cuenta que no han tenido que ir ocho horas al día durante treinta y cinco años a amasar cemento; ni tuvieron que superar muchos exámenes para alcanzar esos puestos privilegiados.
Lo curioso del caso es que se trata de dos exministros griegos, no españoles. Lo cual llama la atención por dos cosas. La primera es que en todas partes cuecen habas. La segunda es que son tontos. Sí, tontos, porque, que una cosa así salga a la luz, se necesita tener poca perspicacia.
Puedo imaginarme cuántos exministros de aquí estarán riéndose de sus colegas griegos pensando que éstos solo sirven para blanquear las fachadas.

domingo, 9 de septiembre de 2012

EL ESTADO DE BIENESTAR (Salvador Moret)


De un tiempo a esta parte se oye decir que con estas decisiones del gobierno, pronto se acabará el estado de bienestar que venimos disfrutando.
Algo asombroso.
En primer lugar cabe preguntarse: ¿qué es eso del estado de bienestar?
O para ser más exactos, mejor preguntarse: ¿quiénes disfrutan del estado de bienestar?
Y alambicando la cuestión también cabría preguntarse: ¿quiénes disfrutaron del estado de bienestar?
Si, como se supone, eso del estado de bienestar es vivir con ciertas garantías de libertad, confort y llevar una vida digna, habrá que reconocer que después de muchos siglos de correr detrás de esos anhelos, una gran parte de la población, es decir, una gran parte de la población, no más, ha alcanzado por fin ese estado tan deseado.
Sin pararnos a pensar que otra gran parte de la población, ésta muchísimo mayor que la primera, desconoce los tres pilares que se supone disfrutamos nosotros, y nos centramos en el entorno de nuestro cercano horizonte, habrá que reconocer que tampoco aquí, no todos, es decir, no todos, disfrutaron del tan cacareado estado de bienestar. Siempre hubo excluidos que no lo conocieron. A pesar de la abundancia que les rodeaba.
Para conocimiento de los que ahora, con esta crisis que nos agobia, pronostican que al paso que vamos pronto se acabará lo que tenemos, habrá que recordarles que a su alrededor hay unos cuantos millones de familias que ya se desconectaron del bienestar. Sí, entre los que nunca lo alcanzaron y los que han ido desenganchándose, suman unos cuantos millones de seres humanos que no disfrutan de ese estado que todavía algunos privilegiados siguen disfrutando.
Son los avatares de la existencia. Unas veces suerte en la vida, otras veces mala cabeza, tal vez decisiones tomadas con acierto, otras veces mal aconsejados. El caso es que hasta en momentos de bonanza, cuando los que ríen y cantan no tienen tiempo de mirar atrás, y solo lo hacen cuando se les acaba la risa y las ganas de cantar, tal vez no tienen en cuenta que mientras ellos están perdiendo importancia en el consorcio social, y de ahí sus lamentos, unos hace tiempo que ya la perdieron, y otros todavía continúan disfrutando del maravilloso estado de bienestar, que a su vez éstos tampoco tienen tiempo de mirar atrás, y además, lo más probable es que todavía divisen un amplio horizonte por delante lleno de libertades, indultos y mayorazgos.
¡Como para que les digan a estos afortunados que llevamos mal camino y que el estado de bienestar se está acabando!
No se les ocurra mencionárselo, porque se reirían de ustedes.
Tenemos el ejemplo de los políticos. Ellos disfrutan del estado de bienestar, y siempre lo disfrutaron. Y a buen seguro que cuentan que siempre lo disfrutarán.
Ellos saben que hay gente que lo pasa mal, pero lo saben de oídas, porque con los parias no se rozan. Y en privado todavía es posible que comenten que esos que lo pasan mal son gente sin agallas, gente que no sabe buscarse el porvenir y por eso no salen del hoyo.
¿Será cierto eso de que en la vida cada uno tiene lo que se merece?
Por lo visto, nosotros sí nos merecemos nuestros políticos.

sábado, 1 de septiembre de 2012

LA CRISIS (Salvador Moret)


Está en boca de todos, y aun así es posible que todavía quede alguien en suelo patrio que ignore que estamos metidos hasta el cuello en una crisis de caballo, aunque cabe dudarlo.
            Y como es cosa sabida por todos, pocos contradicen al gobierno cuando éste anuncia que hay que hacer ajustes y apretarse el cinturón. Pero, ¡ay!, pocos registran que eso de apretarse el cinturón vaya con ellos. A excepción de funcionarios y jubilados, a quienes por el artículo treinta y tres les marcaron el camino y ahí los tienen, pagando religiosamente sin quejarse y sin decir esta boca es mía.
            Pero cuando a otros colectivos más privilegiados – qué curioso, precisamente esos que disfrutan de mayores favores – han comenzado a tocarles los bolsillos, ¡ah!, sorprendidos exclaman, ¿pero a nosotros también?
            Y propio de un país de castas, la respuesta es: pues, no. Eso no es justo. Y aportan un sinfín de argumentos para eludir el compromiso que por ridículos echan de espaldas. Y pecando de la mayor soberbia, ni tienen en cuenta al funcionario, ni al jubilado, y no digamos al parado. A este grupo es que ni le conocen.
-          Si quieren arruinar la cultura, que el gobierno lo diga cuanto antes – dicen los del cine, arremetiendo con una de sus pataletas.
Pero si se les pregunta, admiten que son conscientes de que hay una crisis y que todos hemos de colaborar para que no empeore. Así lo hacen público. Y esos pueden ser sus sinceros deseos, siempre y cuando – esto no lo hacen público, claro – no les afecte a ellos directamente.
Es decir, está muy bien eso de apretarse el cinturón, pero lo mío que no me lo toquen.
Un amplísimo ejemplo de que hay que apretarse el cinturón pero no el mío, son todas las autoridades estatales, sin excepción, ayuntamientos y comunidades incluidos. Ni una sola de esas entidades está dispuesta a ceder una sola de las dispensas acumuladas en los últimos años. Y hacen las filigranas más complicadas para confundirnos y demostrarnos que mirado con justicia, eso no va con ellos.
Y qué decir de los sindicatos. Otros que viven de la sopa boba, y que tampoco están dispuestos a levantar el país apretándose el cinturón. Claro que, no lo estuvieron durante las épocas da las vacas gordas, ¿cómo lo van a estar ahora?
Y así todos esos grupos sociales que vienen viviendo de subvenciones millonarias desde hace años.
Las crisis, cuando comienzan por la economía, inmediatamente después traen consigo otros aspectos muy humanos. Reprochables, pero muy humanos.
Nosotros, por ejemplo, como somos un pueblo de castas tendemos a situarnos por encima de nuestro vecino, y para mantener nuestra hidalguía procuramos no mezclarnos con otros círculos, porque siendo inferiores no vayan a mancillarnos.
Así que para pagar están los otros.
Son los aspectos colaterales de la crisis.