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jueves, 26 de enero de 2012

ANCLADOS EN EL SIGLO XIX por Salvador Moret

En España, que ya sabemos que es diferente, no corre el tiempo. O al menos es lo que parece.
Decimos ser un estado más de los llamados de Occidente, y formamos parte de todas, o casi, las instituciones internacionales, pero nos ocupamos nada, o muy poco, de ellas. Si exceptuamos el fútbol, claro.
Porque aquí, todavía hoy, seguimos con el pan y circo… y a tenor de los partidos políticos que no se cansan de pregonar a voz en grito que disfrutamos de una democracia. (Todavía los hay que siguen el principio, antiguo pero real, de presumir de aquello que carecen).
Por cierto, una democracia que tiene más agujeros que el “Emmentahler”.
Y es que estamos tan profundamente encorsetados en nuestro círculo de dos metros de diámetro, que lo que existe más allá, no va con nosotros, a excepción de los desastres, atmosféricos o sociales, no importa, porque esos sucesos traen consigo un morbo que nos enloquece.
Por eso nuestros políticos van a lo suyo. Que se hunda el mundo o que nos lo quemen con unas cuantas atómicas, nada importa tanto como desacreditar al adversario. ¡Y de qué forma, oiga!
Habrán visto ustedes cómo vocean hasta desgañitarse los mismos que hasta hace cuatro días nos mentían diciéndonos que España va bien, mientras nos arruinaban y se llenaban los bolsillos previendo la debacle…
Pues esos mismos que nos han dejado en cueros vienen ahora diciendo – curioso y sorprendente – que ellos tienen la solución a todos nuestros males – que en realidad son fruto de su pésima gestión – y que ellos nos van a traer el paraíso a casa.
Y esas representaciones tan tramposas con las que nos quieren engañar de nuevo no sería lo peor, siendo sobradamente deplorables como son, sino los gritos desaforados, las arengas que nos sueltan, los gestos que emplean con los que nos intentan contagiar de esa furia que ya empleaban los maestros de emborrachar a las masas con sus arengas en los años primeros del siglo pasado.
Y hablan de las diferencias de clases – a estas alturas – y de derechas e izquierdas – todavía – y de ricos y pobres…
¿Deberíamos creer que verdaderamente sienten lo que dicen? Porque si lo sienten, está claro que no han avanzado nada, aunque se proclamen defensores del progreso. Y si no lo sienten nos están mintiendo descaradamente.
Cabe preguntarnos, ¿qué término es peor?

miércoles, 11 de enero de 2012

DIFERENCIAS (Salvador Moret)

Es un hecho que cuando llegamos a este mundo, no importe dónde ni en qué circunstancias, lo único que nos acompaña es la inocencia. Ahora bien, desde ese mismo momento, el entorno comienza a marcar las diferencias.
La gente de un país que desde muchas generaciones vive en democracia, despliega una serie de hábitos muy distintos, y a veces hasta opuestos, de aquella otra gente que desde generaciones no ha conocido otra cosa que regímenes totalitarios, o peor aún, aquellos otros cuyos principios son la corrupción más descarnada.
Los ciudadanos de esos países libres, saben que para mantener su libertad tienen que ocuparse en ello día a día, porque son conscientes de que son ellos mismos los guardianes del orden, sin levantarse de hombros ante cualquier atropello aunque no les afecte directamente. Aprenden a respetar a los demás y también a enfrentarse a aquellos que buscan el abuso.
El ciudadano ambientado en un régimen totalitario, aprende a no mezclarse en asuntos que no van con él. Así, cuando, por ejemplo, ve que alguien está rompiendo un árbol, su inmediata es no hacer ni decir nada, pasar de largo y pensar que para eso está la policía.
Los pueblos verdaderamente libres se afanan por mantener su forma de vida no permitiendo que los desaprensivos se apoderen de su libertad, conscientes de que si se despreocupan aquellos lo conseguirán y entonces no habrá remedio.
Es al término que se ha llegado en esos países donde la corrupción ha emponzoñado hasta la médula de la sociedad. Allí solo reina la anarquía; donde el mal es todo lo que ofrece el entorno; donde el caos se ha adueñado de todo.
Ha llegado a tal extremo la perversión en estos lugares que el ciudadano medio ya no tiene protección alguna ante los malvados que, desprovistos de todo principio ético y moral, su vida consiste en vivir de la extorsión, arruinando familias sin remordimiento alguno, y dispuestos, sin el menor resquicio de conciencia, a matar por encargo a cambio de cuatro monedas.
La vida no les ha enseñado nada decente, por lo tanto no se les puede pedir que actúen con dignidad y decencia.
Y desde una posición cómoda y confortable, a uno le parece mentira que por esa pequeña diferencia de nacer aquí o quinientos kilómetros más allá, el individuo pueda tomar direcciones tan opuestas. Y sin embargo, es así.
Lo triste de esta historia es que pueblos con democracia prendida en su ADN son muy pocos, y no crecen, mientras que los otros son más, y estos sí crecen.
Que santa Lucía les conserve la vista a esos que todavía confían en arreglar el mundo solo con buenas palabras.

sábado, 7 de enero de 2012

FRAUDE (Salvador Moret)

¿Qué corre por las venas de la mayoría de esos personajes que dirigen las instituciones en España? Porque da grima oírles hablar. Así, sin el menor recato se permiten desafiar a la propia ley cuando algo no es de su agrado, y rápidamente pasan a la amenaza de incumplirla.
Entre tanto el ciudadano medio vegeta en constante desazón mientras ve cómo estos pájaros viven a cuerpo de rey, malgastan los caudales públicos como mejor les parece, hacen caso omiso de las normas establecidas y le amenazan con todos los medios a su alcance y algunos más.
De escándalo se puede hablar cuando diariamente la prensa descubre los abusos que estos tipos se permiten: escamoteo de millones de euros, actos de prevaricación, episodios de transgresión de funciones, favoritismos, corrupción de guante blanco y también del otro, tosco y falaz…
Y de escándalo se puede hablar también cuando todos estos desmanes salen a la luz… y no pasa nada.
Uno se pregunta dónde están los guardianes de la ley encargados de impedir que estos reyezuelos que se encuentran en las instituciones del estado, en las de la comunidad y en los ayuntamientos campen a sus anchas.
Mirando atrás observamos que precisamente porque nunca hubo un intento de pararles los pies a estos sinvergüenzas, los escándalos han ido incrementándose hasta el punto que lo recaudado ya resulta insuficiente, por eso aumentan constantemente los impuestos, si no, ¿cómo podrían mantener sus bacanales?
Así, por doquier surgen normas para que el ciudadano continúe financiando las fiestas de estos pillos. Cosa fácil, por lo demás. Lo más socorrido es precisamente subir los impuestos, puesto que está al alcance de la mano. Igual que crear una nueva tasa. O la subida de los servicios básicos, luz, gas, transporte… o restringir el límite de velocidad en la carretera, que también sirve para engrosar las arcas del estado.
Todo esto es obra de los políticos, que al contrario de lo que manifiestan, no están al servicio del ciudadano, sino que se toman su puesto como una profesión cualquiera, igual que otros son carpinteros, dependientes o camareros. Con la diferencia, claro está, que ellos hacen las leyes y al ciudadano le está vetado algo así.
Y estos que viven del pueblo, de tiempo en tiempo vienen con las amenazas. Encima. La más socorrida, de nuevo, es el fisco. Se olvidan de sus propios abusos, grandes y escandalosos, y se ponen a perseguir al pequeño defraudador.
Pero, viendo los ejemplos que nos muestran los políticos, ¿no será de sentido común que cada cual intente no ser menos?
Podrá no ser justo, pero sí comprensible. Son las administraciones quienes han de dar ejemplo, porque entonces les avalará no solo la ley sino también el reconocimiento moral.
Y mientras no sea así, no desaparecerá la frustración del ciudadano… y los intentos de defraudar.

martes, 3 de enero de 2012

UN HOMBRE UN VOTO (Salvador Moret)

Comenzamos año y comenzamos gobierno. El año, climatológicamente, comienza bien: sol y clima apacible. Aunque escaso de agua, lo cual no es tan seguro que sea un buen comienzo.
El gobierno, poniendo remedios a la crisis, comienza bien, pero con recortes tan audaces que es posible que no sea tan bueno.
El tiempo dirá. Por lo tanto, esperemos.
Pero hay unos cuantos puntos dignos de tener en cuenta y que asombrosamente, en los treinta y tantos años que llevamos de democracia, nadie ha osado mencionar.
Para Arturo Estellés, eminente historiador, estos notables defectos que cercenan el verdadero sentido de la democracia, son fruto de una transición ejemplar… solo para salir del paso.
Y sobre estas carencias que sufre nuestra democracia, seguramente usted, paciente lector, ya habrá pensado en más de una. Para el mencionado historiador, el primer defecto es el valor de los votos.
Un hombre, un voto. Punto.
¿Habrá cosa más simple?
Sería hora que el nuevo gobierno se arremangase, pusiera voluntad, y también eso otro que hace falta tener para enfrentarse a los asuntos delicados, y comenzara a poner orden en este desconcierto.
También sería deseable, ya metido en harina, que el gobierno hiciera frente a la desbocada situación de las autonomías. España no es un país tan rico como para permitirse diecisiete gobiernos, cada uno erigiéndose en el reyezuelo de la plaza, haciendo y deshaciendo a su capricho. O sea, gastando a manos llenas.
Otro aspecto que habrá que solucionar el nuevo gobierno – si queremos seguir defendiendo el principio de que en España se disfruta de una democracia – es algo tan sencillo como la independencia judicial.
Hay algunos puntos más, dignos todos ellos de figurar en primera línea, como es la transparencia de las instituciones. Cuentas claras y conciencias tranquilas…
Y más, y muchos más, pero, ¿no se alegraría usted, paciente lector, que al menos uno de estos puntos mencionados, al menos uno, quedara resuelto en este primer año? Quedan tres años más de legislatura. Sólo que cada año quedase resuelto uno de estos puntos, España comenzaría a alzarse en verdadera democracia.
¿Que usted lo duda? No debería. Si el gobierno ha tenido el valor de enfrentarse a toda la población – o casi – con este tijeretazo que nos ha dejado aturdidos, ¿por qué no lo iba a tener para enfrentarse a esas minorías que, acomodadas como están, prefieren que no cambie nada?
Por eso precisamente.