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viernes, 30 de noviembre de 2012

LOS DEBERES por Salvador Moret


Esta semana no tenemos deberes, y eso significa un descanso, un respiro. Y es que no hay nada tan gratificante como liberarse de una obligación.
Acto seguido me sobresalto y siento un vacío. Siento que esta nueva posición no me gusta. ¡Qué digo! Me incordia.
No tener obligaciones es pernicioso para el ser humano. Es lo que se nos decía, y lo remataban con aquello de que el ocio es la madre de todos los vicios.
Cosas de antes. Yo creo que exageraban, aunque tal vez algo de razón no les faltara.
En fin, ahí estoy yo, sin deberes que cumplir y libre para decidir qué actividad emprender. Pero se me presenta un dilema, que pronto se convierte en lucha interior. Y no se trata de qué actividad emprender, sino, ¿empiezo algo, sea lo que sea, o no empiezo nada y me doy una semana sabática? Expresión que no me gusta, pero queda muy bien en la actualidad.
No lo sé, y esa es la cuestión. Presto a poner solución a mi desazón remuevo en mis trabajos del pasado, así, por hacer algo; sin interés predeterminado; solo para ahuyentar el aburrimiento. Y voy hojeando; un trabajo tras otro; y me voy animando; noto que me invade la curiosidad, porque cada una de las hojas que repaso me trae algún recuerdo que otro. Unos me hacen sonreír, otros me son indiferentes, algunos me producen extrañeza. ¿Esto lo escribí yo? – me sorprendo. Y esta sorpresa, a veces es grata. Otras no tanto, y hasta me producen un cierto encogimiento.
Uno, especialmente uno, me causa un gran bochorno. Creo que fue la primera hoja que al poner el punto final sentí satisfacción. Una gran satisfacción, tengo que añadir. Y tanto fue así que la envié a un concurso. Nada menos que a un concurso cuyo premio era de veinticinco mil euros. Tal era mi grado de complacencia.
Con la mente puesta en aquel tiempo, los recuerdos fluyen cada vez más nítidos y diáfanos. ¡Qué de ilusiones desfilaron por mi cabeza durante aquellos días esperando el resultado! ¡Hasta me estudié el discurso que con el premio en el bolsillo me vería obligado a pronunciar!
No me dieron el premio, claro. Ni tan siquiera recibí una nota de que habían recibido mi colaboración. Pero esto es secundario.
Y ahora, con aquella hoja en mis manos, me sonrojo al leerla, y mientras el bochorno me zarandea y me hace tambalear, pienso: ¡pero qué atrevimiento el mío!
Prefiero los días que tengo deberes. Sin lugar a dudas.

lunes, 26 de noviembre de 2012

ENLACE A "LA AMISTAD" por Salvador Moret

Un nuevo enlace con el libro "La Amistad"


HILVANANDO PENSAMIENTOS por Salvador Moret


Hace años, siendo yo joven conocí a un escritor que escribía sus relatos rodeado de murmullos y voces altas, vocingleras y chillonas. Debo advertir que no sé lo que escribía el escritor, porque jamás vi un escrito suyo, pero como testigo, doy fe: aquel hombre escribía.
Era una época en la que los escritores todavía usaban el lápiz para escribir. El ordenador aun se estaba gestando, y la máquina de escribir, endiablado instrumento, algunos escritores lo consideraban demasiado moderno. En todo caso, el que nos ocupa, seguro.
            Este escritor alardeaba que para escribir necesitaba voces, ruido y ajetreo a su alrededor. Bien es cierto que junto a las cuartillas nunca faltaba un vaso de vino. Y muchachas.
            A lo mejor, lo que le inspiraba no era precisamente el ruido. Pero, ves tú a saber.
            El local era un arquetipo de tasca de ambiente nocturno, y como muchos jóvenes, yo acudía allí bastante a menudo. En realidad, los clientes éramos casi todos jóvenes, y digo casi porque el escritor no lo era. Bueno, tal vez, a juzgar por sus acertados juicios sí lo fuera, pero en aspecto, sinceramente, no se le podía encuadrar en el entorno. Destacaba tanto como un ratón gris en un baile de gala.
            Yo, que por entonces la escritura ya me atraía, me hacía cruces de cómo este hombre podía rellenar una sola hoja en medio de aquel barullo.
            Porque yo tenía la percepción de que la escritura requería concentración, la equivalencia a la tranquilidad, y así me lo imaginaba de los escritores de siglos pasados, que se sentaban a la mesa y antes de tomar la pluma hilvanaban pensamientos que después transformaban en palabras escritas, posiblemente dejando correr sus ideas mientras saboreaban un café, por cierto, un brebaje bastante excitante.
            Y es que en mi época de juventud, ignorante en este como en tantos aspectos, yo solo aceptaba mis propias convicciones, incapaz de comprender todo lo que previamente no hubiera tamizado mi mente a mi gusto y capricho.
            No tardé en percatarme de lo equivocado que estaba. Y qué sofoco el mío cuando fui conociendo en qué condiciones habían escrito muchos de los famosos escritores cuyos relatos iba yo añadiendo a mi bagaje de conocimientos.
            Hubo de todo. También casos como los que yo me había imaginado, pacientes e hilvanando pensamientos. Pero éstos, creo que fueron los menos. La realidad es que muchas de las mejores obras que he leído salieron de mentes atormentadas. O de aquellas otras cuyos recursos económicos incitaba al maestro a agudizar el ingenio, y tras noches de insomnio y angustia, salir corriendo para que sus genialidades se pudieran imprimir en la gaceta de la mañana y así, un día más, tener la comida asegurada.          

jueves, 22 de noviembre de 2012

Reseña de "LA AMISTAD" por Salvador Moret


Hola amigos,

Desde la web  "http://www.comopublicarunlibro.es/"  han dedicado una reseña a mi libro.


En el lecho de muerte de su tía, José Fuster discute con su amigo jesuita por cuestión de la herencia. Un enfrentamiento que pondrá en duda su amistad.
Su amigo el músico, tras años de casado con una ex monja, la abandona junto a sus dos hijos.
Un compañero periodista traerá recuerdos de una muerte misteriosa ocurrida en el seno familiar, y su amigo el cocinero, casado con una alemana, traerá nuevos aires. 
Y José Fuster, casado y con una hija, cuya preocupación constante será mantener la amistad entre todos ellos, de nuevo aceptará las tormentosas aventuras con su prima, hasta…



Y después de esta breve reseña, si te has quedado con las ganas de comprar mi libro puedes hacerlo en: 



Y otras librerías online.


domingo, 18 de noviembre de 2012

DESAHUCIOS por Salvador Moret


Pasaron las vacas gordas y llegan las vacas flacas. El ritmo de la vida, que nunca ha cambiado sus hábitos, consta de ciclos, y es cosa sabida que tras la subida viene la bajada. O viceversa.
Sería deseable que no existieran esos altibajos, pero eso es ir contra natura. El hombre aspira a superarse, a mejorar, y para ello a arriesgar, cosa muy loable por otra parte. El error consiste en un exceso de confianza, en no tener presente que cada situación está expuesta a cambios, y por lo tanto uno nunca debe perder de vista que nada es eterno.
En el caso de los desahucios los inconvenientes se han agudizado por un principio que ha resultado ser un mito, a saber: el precio de las viviendas, pase lo que pase, siempre sube.
Se ha demostrado que no es así. Pero en esta ocasión el mal tiene diferentes padres que se pueden resumir en unos pocos: la codicia y la irresponsabilidad. Y de ahí muchas ramificaciones.
La codicia de los usureros. La irresponsabilidad de las víctimas. O de todos.
Los banqueros, que por naturaleza son usureros, amparados por unas leyes severas que hasta ellos mismos reconocen abusivas y hasta injustas, ofrecían créditos a muchos clientes cuya posición económica era tan incierta que el mínimo soplo echaría por el suelo todo el proyecto.
Pero a los banqueros, que lo sabían, no les importaba, porque la cláusula de desahucio estaba bien clara en la letra pequeña del contrato. Y amparados por la ley, en caso de impago, después de cobrar intereses a sus víctimas durante unos cuantos años, contaban en recuperar el bien y volver a hacer negocio con ese mismo bien.
Sin embargo, una vez más se ha demostrado que el cuento de la lechera es eso, un cuento. Y es que las vacas flacas han traído el desplome económico masivo, y los banqueros, con un ejército de cabezas pensantes a sus órdenes que a pesar de su imagen de expertos no supieron prever el desastre, de la noche a la mañana se han visto con un aluvión de inmuebles impagados. O sea, el desastre económico.
Aunque el verdadero desastre económico ha recaído sobre las víctimas que, en aquellas horas de vino y rosas, irresponsablemente aceptaron condiciones en exceso ajustadas a sus posibilidades.
Muchos de esos clientes, que por los avatares del destino se han visto imposibilitados para seguir cumpliendo con su compromiso, de la noche a la mañana se han visto en la calle, sin propiedad y sin dinero. Y con la deuda pendiente.
Por eso en los momentos de optimismo es tan aconsejable no dejarse llevar de la euforia.
Adquirir un bien costoso como es una vivienda sin recursos propios sino con un préstamo a devolver hasta en cuarenta años, es de un atrevimiento muy audaz.
Ahora, cuando todos estamos enfangados en la miseria, es cierto que no valen las recomendaciones de lo que no debió hacerse, pero al menos deberían valer las consiguientes imputaciones a los responsables.
Esa es la injusticia. Que no lo veremos.

"CONFLICTOS DE FAMILIA" y "LA AMISTAD" por Salvador Moret - en artgerust.com


"CONFLICTOS DE FAMILIA" y "LA AMISTAD" por Salvador Moret
                                                Sinopsis
                                                
Con catorce años recién cumplidos, José Fuster, ante el portal de la casa de beneficencia se siente el más feliz del mundo. Atrás quedan ocho años de internado y de severa disciplina.
Así comienza “Conflictos de Familia”.
Cuando fallece su madre, enferma de tuberculosis, a continuación, en la soledad de su existencia, José Fuster busca el calor de su familia. Dos matrimonios, uno sin hijos, acomodado y muy católico. El otro, un tanto siniestro, con un hijo y una hija. Las diferencias de encarar la vida de estas dos familias determinarán las preferencias de José Fuster.
Antiguos compañeros del internado le depararán no pocas preocupaciones: un músico un tanto bohemio, un padre jesuita con tendencias liberales. Aunque su mayor decepción será la familia, en la que no siempre encontrará el amor que él añoraba.
La historia de éstos personajes continúa en “La Amistad”.
En el lecho de muerte de su tía, José Fuster discute con su amigo jesuita por cuestión de la herencia. Un enfrentamiento que pondrá en duda su amistad.
Su amigo el músico, tras años de casado con una ex monja, abandona a su familia dejándola a su suerte.
Otro antiguo compañero, periodista, traerá recuerdos de una muerte misteriosa ocurrida en el seno familiar. Su amigo el cocinero, casado con una alemana, traerá nuevos aires.  
Y José Fuster, casado y con una hija, cuya preocupación constante será mantener la amistad entre todos ellos, de nuevo aceptará las tormentosas aventuras con su prima.
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Encontrarás estos libros en artgerust.com

jueves, 15 de noviembre de 2012

TROTAMUNDOS por Salvador Moret


Hacía tiempo que se conocían. Dos tipos, cada uno a su modo, contentos con su trayectoria. Uno, orgulloso, hablaba de sus experiencias por el mundo; todo lo que había visto y aprendido recorriendo lugares desconocidos y exóticos; y la de gente tan diferente que había conocido, ¡qué emoción recordarlo! porque con ellos había compartido acontecimientos de todo tipo, trabajo duro, sobresaltos, angustias, gozos.
A pesar de que en su pasado tal vez hubo más penas que alegrías, no tenía quejas de cómo le había tratado la vida. Las calamidades vividas, de las que aprendió cómo no se deben hacer muchas cosas, le permitieron reconocer las oportunidades, oportunidades que supo aprovechar para la posteridad, y que ahora, en las postrimerías de su vida, le permitían disfrutar de una vejez cómoda y desahogada.
Su compañero, no menos orgulloso, decía que él no había salido nunca del entorno, pero conoció también a mucha gente cuya cualidad y condición, al contrario que su compañero, no era muy distinta a la suya.
Nunca tuvo ese mal vicio de trabajar. Esa costumbre que obliga a un horario estricto, levantarse todos los días a la misma hora, llevar una vida monótona, rutinaria. Eso no lo hizo nunca, porque esas malas costumbres no iban con él.
De muy joven descubrió que para subsistir no era necesario seguir esos caminos tortuosos que tanto amargan la vida a la gente. Es cierto que entre los de su condición algunos lamentaban no tener acceso al confort que disfrutaban otros, y buscaban caminos para conseguirlo, pero él, que por aquellos tiempos no deseaba más de lo que necesitaba, durante muchos años se limitó a disfrutar de la vida. Una vida sin obligaciones, sin compromisos.
Después observó que ciertos compañeros no tenían que obligarse mucho para lograr los recursos restringidos a otras clases, y optó por abrazar sus costumbres.
Era muy sencillo su cometido, y no le obligaba a horarios ni obligaciones, que era lo que le hubiera hecho desistir, sino que consistía en pegar pequeñas pegatinas por los barrios de la ciudad.
Nunca se planteó las repercusiones que causaba su cometido en terceras personas, hasta ahora que, con cierta amargura e inquietud le contaba a su compañero sus temores de que otros siguieran sus pasos. Y así, dos veces al día, salía a la puerta de su casa a despegar las pegatinas que veía en los alrededores.

domingo, 11 de noviembre de 2012

LA ESCISIÓN por Salvador Moret


Aquellas reivindicaciones de los catalanes que comenzaron hace algunos años como un juego, algo así como un tanteo, medio en broma medio en serio, en los últimos meses se han tornado cosa seria. Tanto es así que el Ebro se ha convertido en una brecha. Una brecha que se agranda por días.
No es extraño oír expresiones en las que subyace la separación. Nosotros – vosotros. Los catalanes y los españoles. Lo que ha traído un enfrentamiento grotesco, dañino e infructuoso.
Fácil de entender si miramos los treinta y cinco años de adoctrinamiento feroz por las autoridades catalanas y un pasotismo imperdonable de las autoridades nacionales, cuando no irresponsable colaboración.
Todo eso comenzó en el terreno político, porque el hombre de la calle, ese que tanto aquí como allí, en su habitual lucha por la subsistencia se levanta cada mañana para acudir al trabajo, y considera que ya tiene bastante dolor de cabeza con la preocupación de llegar a fin de mes, a ese buen hombre le importa un haba la independencia, la separación o la escisión.
Pero los políticos no son esa gente vulgar que analiza consecuencias. Los políticos viven de sembrar la discordia y están ahí para crear problemas, y de ese modo justificar su labor al tener que subsanarlos posteriormente.
Y tras treinta y cinco años de adoctrinamiento mucha gente ha asumido la teoría de los políticos, por lo que a éstos habrá de reconocerles un éxito en su tarea. La doctrina ha calado bien y la brecha es lo suficiente ancha y profunda como para que no se puedan construir puentes.
A pesar de ello, es triste, pero es así, todavía hay gente que cree en los políticos.
¿Y a quién beneficia esta escisión? A nadie. Con total seguridad, a nadie.
Algo inaudito, ¿verdad? Porque si no beneficia a nadie, por qué ese interés en seguir por ese camino.
Tal vez la vanidad de unos pocos que en sus sueños de fantasía desean que la Historia hable de ellos. Porque lo que afecta a aquel modesto trabajador que se las ve y se las desea para subsistir, cualquier cambio no le sacará de tener que levantarse cada día, a veces hasta con fiebre, para no ver mermado su salario y poder llegar a fin de mes sin excesivos apuros.
Pero el trabajo de los políticos es hacerles creer que con ellos en el poder el mundo entero será de color de rosa.
Se han publicado estudios en los que se asegura que en el caso de una escisión, la economía catalana sufriría cuantiosas pérdidas. De repente el paro aumentaría en un veinte por ciento; el producto interior bruto perdería más de un treinta por ciento; los impuestos se multiplicarían por tres o por cuatro. Y así un rosario de apuntes de desastre.
Es posible que todo sea un juego de adivinanzas, pero lo que se puede asegurar es que sería perjudicial. Para los catalanes y para los demás.
Y nadie discrepa que sería así. Si acaso se discrepa en cifras, que unos dicen más y otros menos, pero todos están de acuerdo que no habría beneficios para nadie.
¿Y aun así, siguen empeñados en correr hacia el precipicio?
Pues, sí. Son así de torpes.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

DEMOCRACIA por Salvador Moret


Seguramente a usted también le llama la atención la de veces que repiten la palabra democracia. Me refiero a los políticos, claro, porque el resto de los mortales las escasas veces que la pronuncian es precisamente para quejarse de su ausencia.
Es posible que a ellos, a los políticos, les suene muy bien. Aunque de tanto repetirla suena a hueco.
Y supongo que cuando en un discurso de menos de un minuto, el político de turno ha pronunciado la célebre expresión más de tres veces, también a usted le vendrá en mente aquello de que “dime de lo que presumes y te diré…”
Será, digo yo, porque la mala conciencia les traiciona y sienten esa imperiosa necesidad de justificarse.
Me refiero, en eso de la mala conciencia, a los políticos que todavía recuerdan que democracia es aquella doctrina política que involucra al pueblo a tomar parte activa en las decisiones generales del gobierno. Porque los otros, los políticos que han olvidado lo que significa, o tal vez nunca lo supieron, esos seguro que ni lo tienen en cuenta.
El caso es que estos que nos han tocado en suerte consideran que la participación del pueblo se limita a introducir una papeleta en la urna cada cuatro años, y con esta acción les dejamos el camino libre y despejado para ejercer su profesión sin ocuparse más del pueblo. Porque, reconozcámoslo, ellos ejercen la política igual que el matarife degüella cerdos o el mecánico arregla coches, y con el mismo derecho a herencia como cualquier otro, pasando la profesión de padres a hijos, como suele suceder en otras tantas profesiones.
Esta es la primera exposición errónea que salta a la vista de lo que para ellos significa democracia. Que en vez de errónea sería más justo decir egoísta.
Pero podríamos darnos por satisfechos si fuera la primera muestra y la última, porque, lamentablemente, a continuación, como las cerezas, vienen unidos una infinidad de actos que podríamos definir, sin riesgo a equivocarnos, de malas artes.
Son tantos los ejemplos que basten tres o cuatro para hacernos una idea de lo alejados que estamos de ser demócratas o, dicho de otro modo, vivir en democracia.
Son vicios que nos quedan tras la larga dictadura, y que los políticos no desean cambiar, porque el primer paso sería ir a votar con listas abiertas. Las listas cerradas delatan la tendencia dictatorial de los políticos.
Después podríamos añadir eso de políticos sin privilegios económicos, sociales ni judiciales.
A continuación eliminación de subvenciones a los partidos, a los sindicatos y a los miembros de los partidos y adyacentes.
Y sobre todo, cuentas claras entre ingresos y gastos.
Son, como digo, algunos ejemplos, que mientras no se subsanen, probablemente ni a usted ni a mí nos podrán convencer de que vivimos en un estado demócrata.
Ahora bien, es cierto que para vivir en un estado plenamente demócrata, el ciudadano queda obligado a participar en las actividades de la comunidad, y aquellos que no están dispuestos a ofrecer esa contrapartida y prefieren eludir las obligaciones están condenados a vivir bajo el régimen de una dictadura. 

sábado, 3 de noviembre de 2012

INSPIRACIÓN por Salvador Moret


Muchos la llaman Musa, y creo que no es exagerado decir que todos entendemos lo que significa, pero a mí siempre me ha gustado más decir inspiración. Hoy estoy inspirado. Hoy no estoy inspirado.
Lo de inspiración tal vez sea menos poético, aunque no lo sé, ni tampoco entro a valorarlo, porque es posible que solo sea cuestión de costumbre. Uno se habitúa a emplear una palabra y no se ocupa de los posibles sinónimos, que, no cabe duda, en ocasiones serían más acertados para pulir la expresión. Pero como uno lo que desea es que le entiendan, si con su expresión lo consigue, objetivo cumplido.
Y probablemente sea una posición excesivamente cómoda la mía, pero como hoy en día si no te apresuras te arrollan, para que esto no suceda no me paro a analizar minucias y lo dejo estar.
Creo que me estoy desviando del asunto. Seguramente es porque hoy no estoy inspirado.
Debe de ser eso. Lo conozco de otras veces. Es suficiente que se me ordene un trabajo literario para que se bloqueen mis sentidos y la inspiración se quede en la puerta sin atreverse a cruzar el umbral. Y ya le puedo rogar y hasta amenazar, pero ella – me refiero a la inspiración, claro – la muy tímida sigue sin hacer caso.
En estas ocasiones, cuando mi mente camina a tientas en la oscuridad, me pregunto si es porque mi natural proceder es un tanto anárquico y no soporta órdenes.
En realidad, creo que éste no es el motivo de mi encorsetamiento, pero como no encuentro otra explicación más convincente, acabo aceptándola.
Y también me planteo que a la inspiración no se la puede forzar, porque en ese caso deja de serlo, puesto que la inspiración es la gracia que llega sin esfuerzo.
¿Y cómo puede llegar la inspiración de algo que me es indiferente y me viene impuesto de afuera? – me pregunto. Claro que al mismo tiempo encuentro una respuesta: Es el mejor camino para aprender.
Sí, pero… ¡Ay, qué lío!
Decididamente, admito que hoy no estoy inspirado.
Seguramente será por aquello de que basta que me pidan un tema para que la Musa no me visite.

BLANQUEAR por Salvador Moret


Cuando era pequeño, cada verano antes de las fiestas del pueblo oía decir a mi madre hablando con los vecinos que iban a blanquear la fachada. Era así cada año.
Sin necesidad de preguntar a nadie, todos los niños sabíamos lo que quería decir eso de blanquear, y no solamente porque lo veíamos hacer, sino porque también nos tocaba colaborar en la tarea por muy tozudos que nos pusiéramos.
Los años han transcurrido y con ellos muchas expresiones de antes han desaparecido, otras han venido a ocupar su espacio, y otras simplemente han cambiado de significado.
Hoy, blanquear no tiene nada que ver con darle una mano de cal a la fachada. Hoy, blanquear suena a pelotazo. Suena a político.
Me pareció oír por la radio algo así como que dos ministros griegos habían blanqueado diez millones de euros. Me extrañé. Diez millones solo sirven para blanquear la fachada, y para eso un ministro no se pone. Dos aun menos.
Pero lo escuché mal. Después lo leí en el periódico y claro, cosas de escuchar la radio mientras haces otras cosas. No se trataba de dos ministros, sino de dos ex ministros, que dicho entre nosotros es lo mismo. Ahora bien, lo que no era lo mismo es la cantidad, porque no eran diez millones sino diez mil millones con un poco de calderilla, es decir, doscientos millones más. O sea, diez mil doscientos millones de euros.
Ya me extrañaba a mí. Esa cantidad sí encaja en el esquema que tenemos de los blanqueadores (que no asaltadores. Éstos no alcanzan a esas cantidades).
Claro que en descargo de aquellos exministros podemos decir que blanquear diez mil millones de euros no significa que sea todo beneficio. Eso sería vergonzoso. Aunque, con solo que el beneficio fuera la calderilla de doscientos millones seguiría siendo vergonzoso.
Porque serían beneficios conseguidos sin hacer gran cosa. En su posición de ministros (o exministros, que ya sabemos que es lo mismo) eso de blanquear debe ser pan comido. Tengamos en cuenta que no han tenido que ir ocho horas al día durante treinta y cinco años a amasar cemento; ni tuvieron que superar muchos exámenes para alcanzar esos puestos privilegiados.
Lo curioso del caso es que se trata de dos exministros griegos, no españoles. Lo cual llama la atención por dos cosas. La primera es que en todas partes cuecen habas. La segunda es que son tontos. Sí, tontos de remate, porque, que una cosa así salga a la luz, se necesita tener poca perspicacia.
Puedo imaginarme cuántos exministros de aquí estarán riéndose de sus colegas griegos pensando que éstos solo sirven para blanquear fachadas.