Esta semana no tenemos deberes, y eso significa un
descanso, un respiro. Y es que no hay nada tan gratificante como liberarse de una
obligación.
Acto seguido me sobresalto y siento un vacío. Siento
que esta nueva posición no me gusta. ¡Qué digo! Me incordia.
No tener obligaciones es pernicioso para el ser
humano. Es lo que se nos decía, y lo remataban con aquello de que el ocio es la
madre de todos los vicios.
Cosas de antes. Yo creo que exageraban, aunque tal
vez algo de razón no les faltara.
En fin, ahí estoy yo, sin deberes que cumplir y
libre para decidir qué actividad emprender. Pero se me presenta un dilema, que
pronto se convierte en lucha interior. Y no se trata de qué actividad
emprender, sino, ¿empiezo algo, sea lo que sea, o no empiezo nada y me doy una
semana sabática? Expresión que no me gusta, pero queda muy bien en la
actualidad.
No lo sé, y esa es la cuestión. Presto a poner
solución a mi desazón remuevo en mis trabajos del pasado, así, por hacer algo;
sin interés predeterminado; solo para ahuyentar el aburrimiento. Y voy hojeando;
un trabajo tras otro; y me voy animando; noto que me invade la curiosidad,
porque cada una de las hojas que repaso me trae algún recuerdo que otro. Unos
me hacen sonreír, otros me son indiferentes, algunos me producen extrañeza.
¿Esto lo escribí yo? – me sorprendo. Y esta sorpresa, a veces es grata. Otras
no tanto, y hasta me producen un cierto encogimiento.
Uno, especialmente uno, me causa un gran bochorno.
Creo que fue la primera hoja que al poner el punto final sentí satisfacción.
Una gran satisfacción, tengo que añadir. Y tanto fue así que la envié a un
concurso. Nada menos que a un concurso cuyo premio era de veinticinco mil
euros. Tal era mi grado de complacencia.
Con la mente puesta en aquel tiempo, los recuerdos
fluyen cada vez más nítidos y diáfanos. ¡Qué de ilusiones desfilaron por mi
cabeza durante aquellos días esperando el resultado! ¡Hasta me estudié el
discurso que con el premio en el bolsillo me vería obligado a pronunciar!
No me dieron el premio, claro. Ni tan siquiera
recibí una nota de que habían recibido mi colaboración. Pero esto es
secundario.
Y ahora, con aquella hoja en mis manos, me sonrojo
al leerla, y mientras el bochorno me zarandea y me hace tambalear, pienso:
¡pero qué atrevimiento el mío!
Prefiero los días que tengo deberes. Sin lugar a
dudas.