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sábado, 23 de junio de 2012

FRUSTRACIONES (Salvador Moret)


En su juventud, los sueños de Sócrates siempre estuvieron ligados al deseo del fin de la dictadura. La convicción de que un gobierno de izquierdas favorecería no solo su situación sino la de todos los parias, le daba fuerzas y esperanzas.
            Aquella época duró muchos años, muchos más de los que él habría deseado, tantos que acabó olvidándose de sus sueños de primavera. Se hizo mayor y a base de mucho trabajo y esfuerzo mejoró su situación. Y cuando menos lo esperaba, casi de golpe, se acabó la dictadura.
            No sucedió nada de lo que muchos agoreros pronosticaban, o tal vez deseaban; la gente había comenzado a acariciar las mieles del bienestar y nadie estaba por la labor de no seguir en esa línea, si exceptuamos a los trasnochados, de un signo o del contrario, que no son pocos en España, siempre dispuestos a romper la baraja.
            Y por fin, a través de las urnas, en España se instaló un gobierno de izquierdas.
            Para Sócrates, que entre tanto su vida transcurría con cierta comodidad, se habían desvanecido aquellos sueños de una izquierda regeneradora y salvadora de todos los parias, por lo que pensó que ya no era necesario esa izquierda que él tanto añoró y deseó en su juventud.
            Pero no todos corrían la misma suerte que él, y para convencerse no tenía más que mirar en su entorno. Muchos seguían en el agujero, en el mismo agujero que durante muchos años estuvo él atrapado sin posibilidad de vislumbrar un futuro digno, y supuso que para ellos ahora había llegado su hora.
            No fue así. El gobierno de izquierdas, con cuatro pinceladas, algún rasgo teatral y muchas promesas que auguraban la ruptura del yugo de los trabajadores, saldó su compromiso. Pero las promesas no se ponían en práctica.
            Después, las decepciones.
            Las expectativas mejoraban, es cierto. Para todos. Aunque mucho más para unos que para otros. Seguía en vigor aquello de: “arrímate a buen árbol…”
            Pasados algunos años, aquellos que encontraron buena sombra disfrutaban de posiciones privilegiadas, generalmente políticos, sindicalistas, allegados, amigos y vecinos de todos éstos.
            Para los que seguían confiando en la equidad que tanto prometió en su día la izquierda, incomprensiblemente no llegaba el maná.
            Así creció la clase de nuevos ricos, mientras que los parias, los del agujero, seguían sin vislumbrar un futuro digno.
            La gente se habituó a esas desigualdades, y siguió despotricando contra el gobierno. Igual que hacían los asalariados en tiempos de la dictadura.
            A Sócrates no le venía de nuevas esta situación. Él veía que los puestos los ocupaban los personajes que decían defender a los parias, pero dictaban normas que servían para distanciarse de éstos. Como en la dictadura.
            Nuevas elecciones; nuevo gobierno. La esperanza volvía a renacer… Y se repetían las frustraciones.
            Los políticos, encerrados en sus círculos, paladeaban las mieles del bienestar, mientras los parias seguían creyendo que llegaría el día que esos políticos les darían la solución.
            ¡Triste destino el de aquellos que confían que los políticos les vayan a sacar del agujero!  
Solo es perder el tiempo. Antaño y ahora.

miércoles, 20 de junio de 2012

LA ACTUALIDAD (Salvador Moret)


Hoy mismo leo en la prensa: “Es difícil creer que el gobierno, anclado en su visión medieval de los acontecimientos, pueda avanzar en las reformas emprendidas”.
            Me asombra el anuncio, pero enseguida me adhiero a esta afirmación. Son unas medidas las que ha tomado el gobierno que también yo dudo que vaya a solucionar nada con ellas.
            Pero, ¡oh sorpresa! Sigo leyendo y el título que acabo de leer, cuya máxima ya me había sorprendido, se está refiriendo al gobierno de Marruecos.
            No obstante, no me descabalgo y sigo opinando lo mismo… del nuestro.
            También hoy, al hojear la prensa me ha llamado la atención que la dirección del CF Barcelona necesita vender algunos jugadores para poder comprar otros nuevos y más sugestivos en la actualidad. Y mi estómago me da un vuelco, asustado de la sensación que recibo cuando pienso a dónde hemos llegado con los famosos, que se venden y se compran como vulgares zapatillas fabricadas en China.
            No menos alarmante me parece las dos noticias que aparecen juntitas, una al lado de la otra – reconozco que el periódico no puede dejar espacios libres, hasta ahí llego.
            Pero reflexiono, y se me ocurre que, precisamente para guardar la ética, y cómo no, para no alarmar la sensibilidad del lector, las podían haber puesto en páginas diferentes, porque, vea usted: una dice que el Real Madrid está dispuesto a pagar por uno de esos famosos la descomunal suma de 78 millones. De euros, naturalmente. La otra nos advierte de que ya son más de 2 millones de españoles los que no llegan a fin de mes y que más de la mitad de ellos pasan hambre.
            Ahora mi alma se cae por los suelos.
            Sigo leyendo y unos espacios más abajo observo que las medidas que tomó el gobierno hace cuatro días escasos – y que ponerlas en práctica nos costó un ojo de la cara – a partir de pasado mañana dejarán de tener valor y de nuevo entrará en vigor el sistema anterior.
            Es de temer que el coste de esta nueva medida nos cueste el otro ojo de la cara.
            Mi equilibrio comienza a tambalearse.
            Me repongo, no sin esfuerzo, y sigo leyendo la columna de cada día… que por lo deprimente que me resulta prefiero evitársela a usted.
            La conclusión que extraigo de esta lectura de actualidad es que con los dos ojos estropeados y el bolsillo agujereado ya poco me puede importar que los gobiernos regionales, esos que hace tiempo se subieron a la parra, hagan caso omiso a las leyes nacionales, se monten las suyas propias, favorezcan a los de su cuerda y machaquen a los de la otra, nos insulten, nos saqueen y encima exijan que les aplaudamos.
            Y acepto de buena gana todo lo anterior, pero que no quieran hacerme creer que vivimos en una democracia. Y además, floreciente.

domingo, 17 de junio de 2012

UN VIAJE DE PLACER (Salvador Moret)


Acabamos de regresar de Suiza, y venimos con una sensación de bochorno indescriptible. ¡Qué imagen la nuestra, por ahí afuera!
Por cuestiones familiares visitamos dos o tres veces al año el país helvético, donde además de familia mantenemos un amplio número de amigos.
Esta vez la vergüenza nos ha acompañado en cada momento. Algunos nos miraban con lástima cuando nos preguntaban si la pobreza ya es patente en las calles.
Nadie se explica cómo ha sido posible dar el vuelco que hemos dado en tan poco tiempo. Un país modélico, trabajador, entusiasta, honesto… es la imagen que desde la transición se tenía de nosotros, y que en pocos meses se ha venido abajo.
La gente no necesitaba preguntarnos a dónde han ido a parar esos miles de millones que han desaparecido, porque las noticias, al igual que las inmensas sumas de euros, ya no se detienen en la frontera, y sabe tan bien como nosotros, si no mejor, de esos sueldos astronómicos de los dirigentes de bancos, de sus escandalosas indemnizaciones, de los privilegios de los políticos, de la corrupción en general… Y del pavor al trabajo.
Nos ha parecido que esa imagen que desde la transición se mantenía en Suiza de nosotros, tal vez estaba injustamente elevada, como exageradamente baja la que se han formado ahora de nosotros. Aunque motivos tienen para ello. Porque un hecho es que los suizos sí conocen dónde se encuentran gran parte de esos miles de millones que han desaparecido de nuestro suelo patrio. Cantidades que fluyen en sus arcas y que no provienen precisamente de los empleados y asalariados con nóminas ajustadas para ir cubriendo más mal que bien las necesidades más elementales para llegar al final del mes, como es fácil comprender, sino de esos privilegiados que cuando hablan solo es para confundir a las personas honradas haciéndoles creer que todos somos iguales ante la ley y que todos disfrutamos de las mismas oportunidades.
Lo peor ahora es que con la imagen rota y la credibilidad por los suelos, es comprensible que ya no confíen en nosotros y duden del uso que los banqueros nacionales hagan de esos capitales que Europa pone a su disposición para reflotar la economía nacional.
Aquí en España, donde tenemos la confianza en las élites más deteriorada aun que la tienen en Suiza, no esperamos heroicidades de ellos, desde luego. Es más, muchos nos tememos que ese dinero servirá para enriquecer aun más a los enriquecidos, lamentablemente.
Y por si la cuestión financiera no fuera suficiente para alarmar y poner los pelos como escarpias a aquella gente, viene a poner la guinda la anécdota de la casa real con sus elefantes, sus amoríos y la corrupción de los familiares adquiridos.
¡Qué clase dirigente la nuestra!
Lo dicho, uno que sabe lo que se guisa aquí en casa y sufre por ello, le duele en el alma que los demás se lo hagan sentir, porque además de dolor produce vergüenza.
Y se trataba de un viaje de vacaciones.