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domingo, 29 de abril de 2012

LA CIENCIA Y EL CREADOR (Salvador Moret)


Evidente. El progreso nos muestra cada día adelantos asombrosos. Probablemente siempre fue así, solo que ahora es tal la velocidad con la que nos llegan las novedades, que nos abruma y hasta nos arrolla. Principalmente en ese terreno tan popular y tan actual de la informática.
Esto de internet es tan fantástico que muchos son los que, por lo complicado que les parece, prefieren no adentrarse a analizar su funcionamiento y, como en otros muchos aspectos técnicos de uso diario se limitan a usar el ingenioso artefacto – sea éste un ordenador, un teléfono o una tableta – sin más aspiraciones que colmar sus objetivos, bien sean éstos para el trabajo o simplemente como un pasatiempo.
Y como esta computación moderna parece no tener límites, solo de pensar las posibilidades que ofrece nos empequeñece y nos marea. Baste pensar en la memoria que almacenan algunos de estos instrumentos, a veces de pocos gramos de peso. Y no digamos del tamaño, que en pocos años los hemos visto empequeñecer hasta quedar reducidos a la mínima expresión.
Pero no intentemos entender su mecanismo, porque entonces los empequeñecidos somos nosotros, mientras nuestra mente, incapaz de abarcar la inmensidad de sus posibilidades, se pierde por el infinito.
Y es aquí, cuando de pronto, el creyente recapacita sobre esa enormidad de contingencias y reconoce que la ciencia viene en su ayuda para esclarecerle de una forma tan simple la existencia del Creador.
Naturalmente, el no creyente encontrará argumentos para contra restar las teorías del devoto, pero eso es otra cuestión que ya sabemos no tiene fin.
Pero, a lo que vamos, porque esta moderna tecnología al religioso le muestra y le sustrae de sus dudas de otras épocas cuando, en los momentos de debilidad, él ponía en tela de juicio y encontraba difícil, por no decir imposible, asumir cómo el Creador podía conocer en cada momento el pensamiento de cada uno de los humanos, y no solamente eso, sino al mismo tiempo retener durante una eternidad cada uno de sus actos.
Es cierto que hasta ahora, para la mente humana era poco menos que imposible imaginarnos el almacenamiento de esa inmensa capacidad de conocimientos.
Pero, hete aquí, que la ciencia, en la vertiente de la informática, viene a aclararnos y hacernos comprensible lo que hasta ayer nos parecía tan difícil.
Más todavía si tenemos en cuenta que este procesamiento de datos todavía está dando los primeros pasos, según nos aseguran los expertos, por mucho que actualmente ya nos parezca complicado y difícil de entender.
Por lo tanto, si se mantiene este ritmo de adelantos y novedades, y nada parece impedir que así sea durante unos cuantos, o muchos años más, cabe preguntarnos qué es lo que todavía nos queda por ver o simplemente qué nos deparará el futuro en este campo de la informática.
Y el creyente se aferra a esta idea y piensa que siendo como es la informática una obra humana, ¿qué no será posible, pues, para el Creador?

domingo, 8 de abril de 2012

SIN ARGUMENTOS (Salvador Moret)


Aquel profesor se disponía a iniciar su conferencia cuando desde el fondo de la sala unas voces, cuyos sonidos crecieron en pocos segundos hasta convertirse en bulla y maraña, se lo impidieron.
El motivo de este motín no era otro que la fama que perseguía a este profesor. El hombre, mayor y defensor de tradiciones antiguas, como la defensa de la libertad, eran su bandera. Y argumentar sobre la tolerancia era su conferencia preferida.
En el plano familiar, sus costumbres ahora estaban mal vistas por gran parte de la población.
Nada que no fuera razonable para cualquier persona normal, ¡pero como éstas escasean tanto!
Lo dicho, el profesor tenía la insana costumbre de ir a misa, por ejemplo. Además, defendía la enseña nacional; no le gustaba que se practicara el aborto; estaba en contra de la eutanasia… y naturalmente sus conferencias versaban en esa dirección. Y las razonaba. Y sobre todo, respetaba a los que opinaban diferente.
El profesor esperó resignado hasta que se apaciguara la algarabía, y cuando por fin el escándalo remitió hasta quedar en rumor, alentó a alguien de aquellos jóvenes alborotadores a un encuentro y convertir su conferencia en debate.
Desafío complicado, porque no se presentó nadie de los allí presentes. Probablemente por aquello que se dice los energúmenos, que se hacen fuertes en compañía, pero en solitario son unos miedicas.
Así que el profesor intentó iniciar su exposición, aunque se quedó con el intento. Los abucheos reaparecieron de inmediato y lograron su finalidad: malograr la conferencia.
Dispuesto a abandonar el profesor, el auditorio se calmó de nuevo, intervalo que aprovechó el catedrático para retar a aquellos que solo sabían alborotar desde la sombra.
-          Pero, vamos a ver. Vosotros, sí vosotros, los que os escondéis, los que tiráis la piedra y escondéis la mano; vosotros que no tenéis un argumento para debatir, pero no sabéis callar; vosotros que no os atrevéis a dar la cara porque no tenéis nada que decir, pero que al mismo tiempo no dejáis argumentar a los demás, ¿qué derechos os arrogáis para consideraros superiores?
Pronto tuvo que desistir de su exposición.
Los que carecen de argumentos no toleran que alguien pretenda enseñarles. Como tampoco soportan – esto mucho menos – que alguien les contradiga, porque entonces son ellos los que pasan a enseñar sus métodos, que siempre son pasar a la acción. O sea, convencer por la fuerza.
Y ya se sabe, quien hace uso de la sinrazón, se deslegitima, porque carece de argumentos de razón.

¿QUIEN ES EL PECADOR? (Salvador Moret)


Desde hace unos cuantos años venimos escuchando las quejas de los exaltados sobre la decadencia de la televisión.
-          Son demasiados programas basura, cuyas únicas enseñanzas que nos transmiten son de la más baja estofa – suelen decir.
Y son tantos los que así se expresan que es de suponer que será así. Pero, qué le vamos a hacer, es lo que tenemos.
No vamos a pedirle peras al olmo, como tampoco vamos a pedir a los personajes, los que vemos en la pequeña pantalla y los que quedan ocultos detrás de ella, que nos enseñen dotes culturales cuando carecen de ellas.
No nos engañemos, ni nos enfurezcamos por tener que mirar esa bazofia (a fin de cuentas las mira quien quiere), porque en definitiva lo que nos enseñan no es otra cosa que nuestro reflejo, nuestro propio retrato. Es decir, son el pueblo, el mismo al que pertenecemos.
Y no seamos hipócritas, no critiquemos lo que tantos espectadores se regodean mirando diariamente.
Porque está muy claro. Si fueran pocos los que miran esos programas bazofia, se eliminarían por sí solos.
Sucede otro tanto con las prostitutas, sobre las que recaen todas las miradas cuando de criticar la prostitución se trata.
A las mujeres que ejercen la prostitución se las señala con el dedo acusador como única causa del vicio, y la sociedad, distraída y cómoda, como le viene tan cuesta arriba pensar, se olvida de los que pagan y arremete contra las que cobran.
También aquí la sociedad comete un gran error, porque si no hubiera clientes la profesión no tendría continuidad.
¡Ah, que no se puede abolir! Pues, muy bien. No lo critiquemos.
Podríamos decir lo mismo de otros muchos campos. Por ejemplo, de los políticos.
Es posible que la mala fama que sufren los políticos la hayan ganado a pulso, pero no divaguemos, ellos son también un reflejo de la sociedad de la que formamos parte. Por eso nos vemos reflejados en ellos. Y por eso muchos de los que les critican, en el fondo envidian al personaje porque quisieran estar en su lugar, figurar como ellos, y tener sus privilegios.
En realidad, sus críticas expresan que en su más íntimo sentir lo que ansían es ocupar su puesto.
Y modestamente, cabe preguntarse si nosotros lo haríamos mejor.
Podremos decir de ellos que son ambiciosos, egoístas, y muchas cosas más, pero es lo que hay. Salen del pueblo… elegidos.
Y aquí ya no cabe la pregunta, somos nosotros, y no ellos, los culpables. Lo mismo que en la televisión. No es ésta, sino los espectadores. Como no son las prostitutas, sino los clientes.
Al menos a partes iguales.

sábado, 7 de abril de 2012

AÑO 2112 (Salvador Moret)


-          En abril tendrás que ingresar en el pórtico – dijo la agente con la indiferencia que caracterizaba a los oficiales. Y para que Igor, código I33R, lo entendiera, añadió – Tienes ochenta y dos años y has dejado de trabajar hace dos, y además recibes tres medicamentos crónicos. Has llegado a la última fase.
-          ¿Podrías darme la información? – inquirió Igor con aparente resignación.
-          No nos queda, con los planes quinquenales del ahorro, han dejado de editar los folletos. Pero puedes informarte en “Pórtico del Edén”. 
Igor ya conocía esa información. Muy escueta, por cierto. Se resumía en que al “Pórtico del Edén” se ingresaba sin ninguna pertenencia. Solo con lo puesto. Y con el ánimo alto.
-          ¡Vaya insolencia! – pensaba Igor cada vez que entraba en dicha página.
Transcurrieron los seis meses hasta la siguiente revisión de obligado cumplimiento. Seis meses que Igor supo aprovechar en su beneficio. 
Cuando en abril se presentó a la revisión, rebelde como era, llegaba con un plan para resistirse al ingreso en el “Pórtico del Edén”, ese lugar en el que se ingresaba para nunca más salir.
Muy al contrario de cómo había visto llegar a sus conocidos anteriormente a este lugar del no retorno, Igor no llegaba resignado ni cabizbajo. Él todavía se sentía con capacidad para pensar y discernir, y no estaba dispuesto a que le sacrificaran como un cordero solamente porque tras dos años de jubilación, el imperio decidía que era una carga para la sociedad.
Primero se le ocurrió no acudir a la revisión de abril, pero con el férreo control que pendía sobre la población, le pareció que eso era un riesgo sin posibilidades de éxito. Antes de veinticuatro horas ya le habrían localizado.
Su plan consistió en algo más sutil. Atrevido, es cierto. Y también arriesgado, pero eso formaba parte de su personalidad. Toda su vida transcurrió al borde de la temeridad, por lo tanto, ahora que no tenía nada que perder, no se iba a acobardar.
Igor sabía que en el departamento de revisión, más que en el resto de las dependencias, los oficiales eran gentes que actuaban como autómatas. Si el informe decía que el código R214P tenía ochenta años, automáticamente le concedían la jubilación, así el individuo que respondía a ese código afirmara y demostrara ser menor de quince años. Casos se habían dado.
Experto en grado destacado como era Igor en el campo informático, no le resultó difícil acceder al núcleo del departamento de revisión y cambiar su expediente. El riesgo era que coincidiera la misma agente A121C de la vez anterior. Pero ese era su reto. Si le descubrían tendría que soportar la tortura como castigo antes de entrar en el “Pórtico del Edén”.
-          Tampoco es tanto lo que me juego – pensó Igor. 
La jugada le salió bien. Una vez más la fe en su buena estrella no le defraudó. Ahora podría seguir con la formación de grupos subversivos, labor que llevaba ejerciendo de forma clandestina desde muchos años antes.
Instruido en épocas antiguas y desafiando a la tiranía que enseñaba lo contrario, de forma clandestina Igor conocía costumbres de anteriores imperios, y todos, sin excepción, en su afán de controlar al pueblo siempre intentaron despojarle de eso tan íntimo como es pensar. Pero a lo sumo, solo conseguían privarle de libertad… y atontar con sus discursos fofos y monótonos.
Este imperio sería uno más que fracasaría en sus intentos de adormecer al pueblo. Él se encargaría de eso. 

LA DISCUSIÓN (Salvador Moret)


Las imágenes que mostraba la televisión eran dantescas. El fuego arrasaba aquel edificio de dimensiones inmensas. Y los bomberos, que disponían de los medios técnicos más avanzados, se veían impotentes para rescatar a tanta gente que, inútilmente, asomándose a las ventanas intentaba huir de las llamas.
Los reporteros preguntaban a los curiosos que, desde la distancia, presenciaban la tragedia. Y sus respuestas eran de mucho dolor y pena, pero su conducta, sin gestos ni artificios aparatosos, parecían no corresponder a tanta desventura.
Este proceder originó una acalorada discusión entre los tertulianos.
-         Para nosotros es extraño su proceder, como es un error juzgarles desde nuestra perspectiva – decía Andrés, el más sensato – los orientales tienen un sentido de la vida diferente al nuestro, y…
-         ¡Y que lo digas! – interrumpió Hidalgo, el intelectual, según él mismo se definía – ¡Cómo vamos a entender a unos tipos que para hacer huelga trabajan el doble! – y rio su gracia.
-         ¡Hombre, ya ha salido tu vena! – exclamó Dionisio, el seminarista – A ti, a pesar de las desgracias que estamos viendo solo se te ocurre pensar en la huelga, como buen sindicalista, claro está.
-         No digas tonterías, Dionisio – saltó Ramiro, de la cuerda de Hidalgo – que a ti también te sale la vena enseguida. Tenías que haber terminado la carrera, ¡hombre! Lo que dice Hidalgo es cierto. Huelga significa no trabajar, lo demás son esquiroles.
Se armó un barullo hablando todos a la vez; cada uno quería imponer su punto de vista sin escuchar a los demás. Cuando se calmaron, Andrés tomó la palabra. Lo intentó.
-         No podemos hacer comparaciones, porque…
-         ¡Qué comparaciones ni historias! – interrumpió Hidalgo de nuevo – con la desgracia que les ha caído y no les ves ni una lágrima. ¿Acaso tienen sangre estos tíos?
-         Eso es lo que pretendo explicar – apuntó Andrés, en tono sosegado – que desde nuestra cultura no lo podemos entender…
-         ¡Qué dices de cultura, es cuestión de genio, que no tienen! ¡Nada más! – rebatió el intelectual.
-         Tiene razón Hidalgo – apoyó Ramiro, a quien a sus espaldas llamaban el papagayo, porque siempre repetía lo que decía su superior – cuando hay motivos para reír, hay que reír, y cuando hay que llorar, pues a llorar. A lágrima viva, si es necesario. Los demás tienen que saber que uno lo está pasando mal, porque si no, sucede como a esos orientales, que uno no sabe si sufren o se alegran.
-         Qué poca sensibilidad tenéis – espetó Dionisio – estáis viendo la desgracia ajena y os lo tomáis a risa.
-         Aquí nadie se lo toma a risa – respondió Hidalgo – lo que estamos diciendo es que a estos tíos no les afectan las desgracias.
-         No creo que sea eso, sino que son culturas distintas – apuntó una vez más Andrés – Es posible que ellos interpreten que las penas son de cada uno, y no para compartir.
-         Tonterías, y más tonterías – saltó de nuevo Hidalgo – Lo que yo veo en esa gente es que encima son tontos. ¿Habéis visto que alguien exija explicaciones de quién es el culpable?
-         Exacto – se apresuró a ratificar Ramiro – tienen que haber dimisiones, y rápidamente formar una comisión para encauzar las subvenciones…
-         No os vayáis por las ramas – decía Andrés – que lo más probable es que haya sido una desgracia fortuita.
            Pero nadie le hacía caso. El altercado se había intensificado, y como la palabra no era suficiente porque nadie escuchaba a nadie, comenzaron a hablar las manos…
            Andrés, horrorizado, se preguntaba: ¿es cuestión de temperamento o es cuestión de educación? 

viernes, 6 de abril de 2012

¿QUÉ SERÁ DE ELLOS? (Salvador Moret)


Hace mucho tiempo de aquellos sucesos, es cierto, pero los protagonistas, si no todos, muchos todavía están entre nosotros.
Tal vez uno de ellos sea ese tertuliano que sin gran entusiasmo reniega de la época de la dictadura, intentando con esa postura alejar posibles sospechas.
O quizás lo sea ese vecino que siempre sale defendiendo a Franco y sus prácticas, y que con modos poco meritorios se enfrenta a todo aquel que opina diferente.
No sé, pero tal vez no fueron tantos, aunque no importa, porque el caso es que muchos o pocos, después de tantos años, cuando aquellos sucesos casi se recuerdan como anécdota, cabe preguntarse, ¿qué será de ellos y sus conciencias?
Eso, sus conciencias.
Estamos hablando de los torturadores. Los esbirros que llevaban a cabo las órdenes de sus superiores, sí, pero que no pocas veces aportaban brochazos de su propia voluntad cuando se cebaban con sus víctimas, y así creer estar ganándose la admiración y el cálido aliento de sus señores, sin que se les ocurriera pensar en el acto servil que supone tal comportamiento.
Son muchos los que hablan de la represión que soportaron en aquella época; de las carreras que hacían delante de los grises; de las detenciones que sufrieron; de las torturas en las cárceles franquistas…
Suena exagerado, porque algunos de los que se quejan, por su aspecto uno podría pensar que aun no habían nacido. Pero eso es otra cuestión.
La realidad, y aunque muchos de los que aseguran haber sufrido torturas lo cuenten de oídas, es que hubo carreras; hubo encarcelamientos; y hubo torturas. ¡Y alguien tuvo que ser el ejecutor!
¿Quiénes eran esos carceleros? ¿Dónde están ahora? Y lo más importante: ¿Cómo soportan sus conciencias?
¿Acaso se avergüenzan de los actos cometidos? ¿Se arrepienten? ¿Tendrán remordimientos? Y si los tienen, ¿pueden convivir con ellos?
Es de suponer que habrá de todo, claro. Pero uno reflexiona y se imagina que para muchos de aquellos esbirros no debe ser fácil enfrentarse a su pasado, ahora que, a pesar de las discrepancias existentes, parece que hayamos alcanzado el raciocinio y también que hayamos comprendido que podemos convivir sin necesidad de llegar a extremos inhumanos.
Entonces, uno sigue preguntándose, ¿Se plantearán aquellos esbirros en algún momento lo inútil de sus acciones? ¿Reflexionarán estos personajes sobre el daño que hicieron? ¿Tal vez, todavía hoy, después de tantos años, justifican sus actos? ¿Los volverían a cometer?
¡Ay, la conciencia humana; tan cerca y tan lejos de nosotros!