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domingo, 16 de diciembre de 2012

SEMEJANZAS por Salvador Moret


La gente tenía mucha esperanza en el cambio de gobierno, y lo demostró en las urnas, donde los depositantes de papeletas se volcaron masivamente en una misma dirección, precisamente para acabar con el desbarajuste que veníamos sufriendo, social, moral y económicamente.
Pero, con las grandes esperanzas llegan las grandes decepciones.
Un año más tarde, ante las muestras de desilusiones de propios y extraños, el gobierno se defiende con la evasiva de haber encontrado la casa  medio derruida. Como si no hubieran tenido olfato para intuir que algo así podía suceder.
No obstante, podemos aceptar la disculpa y comprender que el gobierno se vio obligado a poner remedios de choque. Y aquí comienza la tragedia, porque de una parte, se centra exclusivamente en la cuestión económica y obvia los aspectos sociales y los morales de tal forma que la única atención que les presta es para anunciar a la ciudadanía que tenga paciencia y comprensión por las medidas austeras que se ve obligado a poner en práctica.
Y una vez centrado en la economía, el gobierno comienza a recortar, pero no como había prometido sino por los puntos más frágiles, los más vulnerables. Funcionarios y pensionistas pronto sufren las consecuencias con merma de ingresos.
Sucede esto mientras los medios de comunicación cada día nos anuncian escandalosos abusos de poder y de corrupción de todo tipo. Personajes de las esferas política y social con ingresos inmorales, sustracciones monstruosas, amiguismos, privilegios, gastos institucionales que semejan un despilfarro sin control. Autonomías y ayuntamientos endeudándose para seguir manteniendo el tren de vida como hasta ahora, sin que para ellos cuente eso de la austeridad.
¡Cómo no va a estar decepcionada la gente! Y cabreada también. Porque lo que crece es el paro. Y la pobreza. Aunque no para todos.
La reflexión es que un gobierno débil solo ataca a los más débiles, y tiembla ante los más fuertes.
Porque las autonomías, ese agujero negro que nos lleva a la ruina económicamente, aspecto que sería a despreciar por insignificante comparado con ese otro mucho más amplio y preocupante como es el aspecto moral.
Además del despilfarro, estas entidades se permiten hacer caso omiso de las leyes, sin que el gobierno haga el menor comentario. Se permiten también desafiar al gobierno, que apocado, elude todo comentario para no enfadar a esos voceros.
Y los sindicatos, esa otra plaga que todos sus logros se limitan a haber empobrecido aun más a las clases modestas; que como dependientes de los ingresos del gobierno se han aburguesado y no tienen la menor intención de poner en práctica la tan reclamada austeridad; estos muchachos que dicen defender los intereses de los trabajadores, resulta que frente a las dificultades, actúan igual que actúa el gobierno: meterse con los más débiles.
Por eso, su descontento con el gobierno lo muestra promoviendo huelgas… para increpar, claro está, a su benefactor el gobierno, no lo olvidemos, pero dándole una patada en el trasero a los trabajadores, bien sea cuando éstos se desplazan al trabajo, o cuando necesitan un médico, o… ¡qué importa!

martes, 11 de diciembre de 2012

OLVIDOS por Salvador Moret


No juzgues y no serás juzgado es un consejo que invita a ser prudente en las expresiones y al que, lamentablemente, hacemos poco caso. La misma iglesia lo ha propagado mucho. Por cierto, como otros muchos consejos que por un oído nos entra y por otro nos sale.
No levantar falsos testimonios, se decía también. Qué cosas. Hoy en día si no tienes un chisme que contar de alguien del entorno, es que no eres bien recibido en el grupo. Y hasta te tachan de aburrido; o de no estar al día o cosas de ese estilo.
Y no digamos de no robar. Dios mío, pero si ahora roba hasta quien no tiene ocasión. ¡Ah! Y respetar a los padres; los pobres, con la de injurias con las que se les acribilla a diario. O aquello de no desear la mujer de tu prójimo. ¡Válgame Dios, si es una cuestión que nos desborda! Aunque cabría añadir, ni el marido de tu prójimo.
Todo esto viene a colación de una noticia que aparecía hoy en el periódico. Decía así: “El Vaticano pide que se proteja la libertad de religión”.
Nada en contra, por supuesto. Y además, muy loable esa petición. Lo que viene a corroborar que uno suele pedir ayuda y protección cuando está en desventaja; cuando sus condiciones son desfavorables. Solo entonces. Porque cuando el viento viene a favor, lo más común es olvidarse del necesitado; del pobre que solo alcanza a las migajas, a ese que se le mira con indiferencia o desprecio.
No hace tanto, muchos todavía lo recordarán, la Iglesia disfrutaba en España de influencia abrumadora y de hegemonía envidiable. Por no decir opresora. Y era bien visto y aceptado por todos.
Nadie se oponía. Y nadie reclamaba acceso a otras creencias. Y tampoco la Iglesia ofrecía oportunidad de apertura. ¡Qué digo! La impedía. Tal era así que se desconocía que existieran otras religiones.
Aunque esto no era exactamente así. Es posible que la gran mayoría lo desconociera, pero existían pequeños grupos que sí sabían de otras corrientes del cristianismo, y seguramente también de otras más allá del cristianismo.
Esas minorías, a escondidas practicaban sus ritos religiosos. Hay que ver lo que hace la fe. Porque hay que decir que los participantes eran perseguidos y encarcelados.
Sencillamente, más allá de la Iglesia Católica Romana no se permitía ningún rezo, aun siendo al mismo Dios. Hay que ver lo que hace el ser humano.
Las sotanas estaban en su apogeo. Iban, venían, hacían. Estaban en todas partes, organizando, dirigiendo, ordenando. ¡Qué tiempos aquellos!
Con el viento a favor, ¿quién se acordaba de ayudar a sus hermanos los protestantes?
Y cuando los mencionaban era para resaltar sus maldades, y para rogar a Dios que sobre sus cabezas cayeran los peores castigos.
Los tiempos han cambiado y pocos recuerdan aquellas atrocidades. Fueron actos que mejor no mencionar; echar tierra de por medio; pasar página. Cualquier cosa excepto recordarlo, porque ahora que la Iglesia no disfruta de aquellos privilegios, esos recuerdos podrían traer un sonrojo junto a sus peticiones de protección a la libertad de religión.

viernes, 7 de diciembre de 2012

ENTENDERSE por Salvador Moret


La conversación tenía lugar en la oficina. Eugenio había visitado al médico y no traía buenas noticias. Sin embargo, a él no parecía afectarle mucho.
-          El médico me ha recomendado eliminar algunos pecadillos – decía sonriendo este Eugenio – a los que no pienso renunciar, claro está. A mis cuarenta y dos años quiere este matasanos que me prive de las pequeñas alegrías que disfruto. Bien entendido, que mis alegrías no hacen mal a nadie.
-          ¿Por ejemplo? – planteó alguien del grupo.
-          De las buenas comidas; del vino. Ante todo de los dulces. Y encima que salga a correr cada día como mínimo media hora, con lo poco que me gusta a mí el ejercicio. En pocas palabras, me pide que lleve una vida de monje.
-          ¿Y por qué te exige el médico una vida austera? – inquirió otro de los presentes.
-          Que tengo azúcar, me ha dicho. Yo creo que se ha equivocado. ¡Si yo me siento como un roble! Además, me dice el buen hombre que por mi bien es bueno que siga sus recomendaciones, y que no me preocupe, que pese a la enfermedad, si hago lo que él dice podré vivir muchos años, llegar a mayor y seguir disfrutando de buena calidad de vida. ¿Sabrá lo que está diciendo este hombre? Una vejez con buena calidad de vida, dice, cuando esa misma calidad de vida de la que habla para la vejez ya me la quiere despojar en mi juventud. ¿Qué os parece la broma?
Tras la explicación de Eugenio se armó un pequeño guirigay en la sala. No todos estaban de acuerdo con la posición que tomaba el diabético, y aplaudían los consejos del médico, y aconsejaban al compañero de seguir esas recomendaciones por muy rigurosas que le parecieran. Y para convencerle aportaban ejemplos de familiares y conocidos con esa enfermedad, que por no escuchar los consejos del médico tuvieron consecuencias calamitosas.
Pero otros lo veían muy diferente y no dudaban en apoyar la decisión de Eugenio. Defendían que no se puede pedir de una persona con cuarenta años que no pueda comer y beber lo que le apetezca, porque es una tortura. Eso, según decían, es un no vivir.
Daniel, queriendo poner paz en el ambiente, tomó la palabra.
-          Las enfermedades siempre han angustiado a la Humanidad. No hace tantos años, cuando la seguridad social estaba en pañales, la gente ahorraba principalmente para en caso de enfermedad pagar al médico y curarse… siguiendo sus consejos, claro está, si no, ¿para qué se va al médico?
El volumen del guirigay aumentó. Imposible entenderse. Daniel había tomado posición y, sin pretenderlo, enfrentado a uno de los grupos. 

lunes, 3 de diciembre de 2012

DÍA DE EXPLICACIONES por Salvador Moret


En la sección de “FÚTBOL, leo en un periódico:
“El hasta ahora director deportivo del Spartak de Moscú, Valeri Karpin, ocupará el lugar del español Unai Emery al frente del banquillo, según informan las agencias rusas”.
Y yo, que apenas sigo los altibajos del fútbol nacional, y mucho menos del extranjero, leo la noticia de pasada, sin centrarme mucho en lo que estoy leyendo. De pronto algo chirría en mi conciencia y vuelvo al inicio de la reseña. La leo otra vez y capto el motivo de mi descolocación. A juzgar por los nombres no sabía muy bien quién de los dos era el ruso.

En el mismo periódico, no muy alejado de la primera reseña, encuentro otra que dice:
“La sanidad pública de Madrid, en huelga contra los cambios y privatizaciones”.
Y si la primera reseña me había dejado un tanto inseguro, esta segunda no la entiendo en absoluto.
Es decir, los profesionales de la medicina se lanzan a la huelga porque los políticos quieren hacer unos cambios. Seguramente son cambios de importancia que les va a afectar en algún sentido, y no precisamente para mejorar su posición actual. Hasta ahí llego.
Comprendo su enfado, faltaría más. Pero lo que no termino de comprender es que para su desahogo y mostrar su enfado con los políticos, lo hagan con los pacientes dándoles una patada en el trasero.

Todo eso en el día después de las elecciones, cuando los periódicos vienen cargaditos de opiniones, explicaciones y justificaciones.
Y lo que leo a este respecto, lo entiendo menos que las dos reseñas anteriores.
A todos estos sabios que igual los vemos en la televisión que los escuchas en una emisora de radio, o leemos sus escritos en un periódico, les falta el tiempo para dar lecciones de esto y de aquello el día después de las elecciones. Es curioso lo que saben estos tíos, porque igual hablan de política como de comercio exterior. Y si se tercia opinar sobre las sardinas del norte o cómo se vive en la Laponia, ahí están ellos prestos a asentar cátedra con sus conocimientos.
Y cuántos de ellos, muy serios y concienzudos, aseguran que estos resultados eran precisamente los que habían vaticinado. Todos. Y los que no lo expresan, justifican que ellos lo intuían, porque los indicios conducían a esa conclusión. Vaya, que se veía venir, y solo un tonto no lo supo ver.
Y en cuanto a los políticos, ¡ay!, éstos tienen la gracia de hacernos ver que un burro vuela. Voy leyendo opiniones y todos se dan por contentos. Todos han ganado.
Anteriormente ya les decía que no entendía nada. Porque, vamos a ver, si yo tengo diez y persigo alcanzar quince, pero solamente logro cinco, ¿puedo afirmar que estoy contento con el resultado?
Al parecer, sí.
¡Oiga! Y nadie se ruboriza.

viernes, 30 de noviembre de 2012

LOS DEBERES por Salvador Moret


Esta semana no tenemos deberes, y eso significa un descanso, un respiro. Y es que no hay nada tan gratificante como liberarse de una obligación.
Acto seguido me sobresalto y siento un vacío. Siento que esta nueva posición no me gusta. ¡Qué digo! Me incordia.
No tener obligaciones es pernicioso para el ser humano. Es lo que se nos decía, y lo remataban con aquello de que el ocio es la madre de todos los vicios.
Cosas de antes. Yo creo que exageraban, aunque tal vez algo de razón no les faltara.
En fin, ahí estoy yo, sin deberes que cumplir y libre para decidir qué actividad emprender. Pero se me presenta un dilema, que pronto se convierte en lucha interior. Y no se trata de qué actividad emprender, sino, ¿empiezo algo, sea lo que sea, o no empiezo nada y me doy una semana sabática? Expresión que no me gusta, pero queda muy bien en la actualidad.
No lo sé, y esa es la cuestión. Presto a poner solución a mi desazón remuevo en mis trabajos del pasado, así, por hacer algo; sin interés predeterminado; solo para ahuyentar el aburrimiento. Y voy hojeando; un trabajo tras otro; y me voy animando; noto que me invade la curiosidad, porque cada una de las hojas que repaso me trae algún recuerdo que otro. Unos me hacen sonreír, otros me son indiferentes, algunos me producen extrañeza. ¿Esto lo escribí yo? – me sorprendo. Y esta sorpresa, a veces es grata. Otras no tanto, y hasta me producen un cierto encogimiento.
Uno, especialmente uno, me causa un gran bochorno. Creo que fue la primera hoja que al poner el punto final sentí satisfacción. Una gran satisfacción, tengo que añadir. Y tanto fue así que la envié a un concurso. Nada menos que a un concurso cuyo premio era de veinticinco mil euros. Tal era mi grado de complacencia.
Con la mente puesta en aquel tiempo, los recuerdos fluyen cada vez más nítidos y diáfanos. ¡Qué de ilusiones desfilaron por mi cabeza durante aquellos días esperando el resultado! ¡Hasta me estudié el discurso que con el premio en el bolsillo me vería obligado a pronunciar!
No me dieron el premio, claro. Ni tan siquiera recibí una nota de que habían recibido mi colaboración. Pero esto es secundario.
Y ahora, con aquella hoja en mis manos, me sonrojo al leerla, y mientras el bochorno me zarandea y me hace tambalear, pienso: ¡pero qué atrevimiento el mío!
Prefiero los días que tengo deberes. Sin lugar a dudas.

lunes, 26 de noviembre de 2012

ENLACE A "LA AMISTAD" por Salvador Moret

Un nuevo enlace con el libro "La Amistad"


HILVANANDO PENSAMIENTOS por Salvador Moret


Hace años, siendo yo joven conocí a un escritor que escribía sus relatos rodeado de murmullos y voces altas, vocingleras y chillonas. Debo advertir que no sé lo que escribía el escritor, porque jamás vi un escrito suyo, pero como testigo, doy fe: aquel hombre escribía.
Era una época en la que los escritores todavía usaban el lápiz para escribir. El ordenador aun se estaba gestando, y la máquina de escribir, endiablado instrumento, algunos escritores lo consideraban demasiado moderno. En todo caso, el que nos ocupa, seguro.
            Este escritor alardeaba que para escribir necesitaba voces, ruido y ajetreo a su alrededor. Bien es cierto que junto a las cuartillas nunca faltaba un vaso de vino. Y muchachas.
            A lo mejor, lo que le inspiraba no era precisamente el ruido. Pero, ves tú a saber.
            El local era un arquetipo de tasca de ambiente nocturno, y como muchos jóvenes, yo acudía allí bastante a menudo. En realidad, los clientes éramos casi todos jóvenes, y digo casi porque el escritor no lo era. Bueno, tal vez, a juzgar por sus acertados juicios sí lo fuera, pero en aspecto, sinceramente, no se le podía encuadrar en el entorno. Destacaba tanto como un ratón gris en un baile de gala.
            Yo, que por entonces la escritura ya me atraía, me hacía cruces de cómo este hombre podía rellenar una sola hoja en medio de aquel barullo.
            Porque yo tenía la percepción de que la escritura requería concentración, la equivalencia a la tranquilidad, y así me lo imaginaba de los escritores de siglos pasados, que se sentaban a la mesa y antes de tomar la pluma hilvanaban pensamientos que después transformaban en palabras escritas, posiblemente dejando correr sus ideas mientras saboreaban un café, por cierto, un brebaje bastante excitante.
            Y es que en mi época de juventud, ignorante en este como en tantos aspectos, yo solo aceptaba mis propias convicciones, incapaz de comprender todo lo que previamente no hubiera tamizado mi mente a mi gusto y capricho.
            No tardé en percatarme de lo equivocado que estaba. Y qué sofoco el mío cuando fui conociendo en qué condiciones habían escrito muchos de los famosos escritores cuyos relatos iba yo añadiendo a mi bagaje de conocimientos.
            Hubo de todo. También casos como los que yo me había imaginado, pacientes e hilvanando pensamientos. Pero éstos, creo que fueron los menos. La realidad es que muchas de las mejores obras que he leído salieron de mentes atormentadas. O de aquellas otras cuyos recursos económicos incitaba al maestro a agudizar el ingenio, y tras noches de insomnio y angustia, salir corriendo para que sus genialidades se pudieran imprimir en la gaceta de la mañana y así, un día más, tener la comida asegurada.          

jueves, 22 de noviembre de 2012

Reseña de "LA AMISTAD" por Salvador Moret


Hola amigos,

Desde la web  "http://www.comopublicarunlibro.es/"  han dedicado una reseña a mi libro.


En el lecho de muerte de su tía, José Fuster discute con su amigo jesuita por cuestión de la herencia. Un enfrentamiento que pondrá en duda su amistad.
Su amigo el músico, tras años de casado con una ex monja, la abandona junto a sus dos hijos.
Un compañero periodista traerá recuerdos de una muerte misteriosa ocurrida en el seno familiar, y su amigo el cocinero, casado con una alemana, traerá nuevos aires. 
Y José Fuster, casado y con una hija, cuya preocupación constante será mantener la amistad entre todos ellos, de nuevo aceptará las tormentosas aventuras con su prima, hasta…



Y después de esta breve reseña, si te has quedado con las ganas de comprar mi libro puedes hacerlo en: 



Y otras librerías online.


domingo, 18 de noviembre de 2012

DESAHUCIOS por Salvador Moret


Pasaron las vacas gordas y llegan las vacas flacas. El ritmo de la vida, que nunca ha cambiado sus hábitos, consta de ciclos, y es cosa sabida que tras la subida viene la bajada. O viceversa.
Sería deseable que no existieran esos altibajos, pero eso es ir contra natura. El hombre aspira a superarse, a mejorar, y para ello a arriesgar, cosa muy loable por otra parte. El error consiste en un exceso de confianza, en no tener presente que cada situación está expuesta a cambios, y por lo tanto uno nunca debe perder de vista que nada es eterno.
En el caso de los desahucios los inconvenientes se han agudizado por un principio que ha resultado ser un mito, a saber: el precio de las viviendas, pase lo que pase, siempre sube.
Se ha demostrado que no es así. Pero en esta ocasión el mal tiene diferentes padres que se pueden resumir en unos pocos: la codicia y la irresponsabilidad. Y de ahí muchas ramificaciones.
La codicia de los usureros. La irresponsabilidad de las víctimas. O de todos.
Los banqueros, que por naturaleza son usureros, amparados por unas leyes severas que hasta ellos mismos reconocen abusivas y hasta injustas, ofrecían créditos a muchos clientes cuya posición económica era tan incierta que el mínimo soplo echaría por el suelo todo el proyecto.
Pero a los banqueros, que lo sabían, no les importaba, porque la cláusula de desahucio estaba bien clara en la letra pequeña del contrato. Y amparados por la ley, en caso de impago, después de cobrar intereses a sus víctimas durante unos cuantos años, contaban en recuperar el bien y volver a hacer negocio con ese mismo bien.
Sin embargo, una vez más se ha demostrado que el cuento de la lechera es eso, un cuento. Y es que las vacas flacas han traído el desplome económico masivo, y los banqueros, con un ejército de cabezas pensantes a sus órdenes que a pesar de su imagen de expertos no supieron prever el desastre, de la noche a la mañana se han visto con un aluvión de inmuebles impagados. O sea, el desastre económico.
Aunque el verdadero desastre económico ha recaído sobre las víctimas que, en aquellas horas de vino y rosas, irresponsablemente aceptaron condiciones en exceso ajustadas a sus posibilidades.
Muchos de esos clientes, que por los avatares del destino se han visto imposibilitados para seguir cumpliendo con su compromiso, de la noche a la mañana se han visto en la calle, sin propiedad y sin dinero. Y con la deuda pendiente.
Por eso en los momentos de optimismo es tan aconsejable no dejarse llevar de la euforia.
Adquirir un bien costoso como es una vivienda sin recursos propios sino con un préstamo a devolver hasta en cuarenta años, es de un atrevimiento muy audaz.
Ahora, cuando todos estamos enfangados en la miseria, es cierto que no valen las recomendaciones de lo que no debió hacerse, pero al menos deberían valer las consiguientes imputaciones a los responsables.
Esa es la injusticia. Que no lo veremos.

"CONFLICTOS DE FAMILIA" y "LA AMISTAD" por Salvador Moret - en artgerust.com


"CONFLICTOS DE FAMILIA" y "LA AMISTAD" por Salvador Moret
                                                Sinopsis
                                                
Con catorce años recién cumplidos, José Fuster, ante el portal de la casa de beneficencia se siente el más feliz del mundo. Atrás quedan ocho años de internado y de severa disciplina.
Así comienza “Conflictos de Familia”.
Cuando fallece su madre, enferma de tuberculosis, a continuación, en la soledad de su existencia, José Fuster busca el calor de su familia. Dos matrimonios, uno sin hijos, acomodado y muy católico. El otro, un tanto siniestro, con un hijo y una hija. Las diferencias de encarar la vida de estas dos familias determinarán las preferencias de José Fuster.
Antiguos compañeros del internado le depararán no pocas preocupaciones: un músico un tanto bohemio, un padre jesuita con tendencias liberales. Aunque su mayor decepción será la familia, en la que no siempre encontrará el amor que él añoraba.
La historia de éstos personajes continúa en “La Amistad”.
En el lecho de muerte de su tía, José Fuster discute con su amigo jesuita por cuestión de la herencia. Un enfrentamiento que pondrá en duda su amistad.
Su amigo el músico, tras años de casado con una ex monja, abandona a su familia dejándola a su suerte.
Otro antiguo compañero, periodista, traerá recuerdos de una muerte misteriosa ocurrida en el seno familiar. Su amigo el cocinero, casado con una alemana, traerá nuevos aires.  
Y José Fuster, casado y con una hija, cuya preocupación constante será mantener la amistad entre todos ellos, de nuevo aceptará las tormentosas aventuras con su prima.
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jueves, 15 de noviembre de 2012

TROTAMUNDOS por Salvador Moret


Hacía tiempo que se conocían. Dos tipos, cada uno a su modo, contentos con su trayectoria. Uno, orgulloso, hablaba de sus experiencias por el mundo; todo lo que había visto y aprendido recorriendo lugares desconocidos y exóticos; y la de gente tan diferente que había conocido, ¡qué emoción recordarlo! porque con ellos había compartido acontecimientos de todo tipo, trabajo duro, sobresaltos, angustias, gozos.
A pesar de que en su pasado tal vez hubo más penas que alegrías, no tenía quejas de cómo le había tratado la vida. Las calamidades vividas, de las que aprendió cómo no se deben hacer muchas cosas, le permitieron reconocer las oportunidades, oportunidades que supo aprovechar para la posteridad, y que ahora, en las postrimerías de su vida, le permitían disfrutar de una vejez cómoda y desahogada.
Su compañero, no menos orgulloso, decía que él no había salido nunca del entorno, pero conoció también a mucha gente cuya cualidad y condición, al contrario que su compañero, no era muy distinta a la suya.
Nunca tuvo ese mal vicio de trabajar. Esa costumbre que obliga a un horario estricto, levantarse todos los días a la misma hora, llevar una vida monótona, rutinaria. Eso no lo hizo nunca, porque esas malas costumbres no iban con él.
De muy joven descubrió que para subsistir no era necesario seguir esos caminos tortuosos que tanto amargan la vida a la gente. Es cierto que entre los de su condición algunos lamentaban no tener acceso al confort que disfrutaban otros, y buscaban caminos para conseguirlo, pero él, que por aquellos tiempos no deseaba más de lo que necesitaba, durante muchos años se limitó a disfrutar de la vida. Una vida sin obligaciones, sin compromisos.
Después observó que ciertos compañeros no tenían que obligarse mucho para lograr los recursos restringidos a otras clases, y optó por abrazar sus costumbres.
Era muy sencillo su cometido, y no le obligaba a horarios ni obligaciones, que era lo que le hubiera hecho desistir, sino que consistía en pegar pequeñas pegatinas por los barrios de la ciudad.
Nunca se planteó las repercusiones que causaba su cometido en terceras personas, hasta ahora que, con cierta amargura e inquietud le contaba a su compañero sus temores de que otros siguieran sus pasos. Y así, dos veces al día, salía a la puerta de su casa a despegar las pegatinas que veía en los alrededores.

domingo, 11 de noviembre de 2012

LA ESCISIÓN por Salvador Moret


Aquellas reivindicaciones de los catalanes que comenzaron hace algunos años como un juego, algo así como un tanteo, medio en broma medio en serio, en los últimos meses se han tornado cosa seria. Tanto es así que el Ebro se ha convertido en una brecha. Una brecha que se agranda por días.
No es extraño oír expresiones en las que subyace la separación. Nosotros – vosotros. Los catalanes y los españoles. Lo que ha traído un enfrentamiento grotesco, dañino e infructuoso.
Fácil de entender si miramos los treinta y cinco años de adoctrinamiento feroz por las autoridades catalanas y un pasotismo imperdonable de las autoridades nacionales, cuando no irresponsable colaboración.
Todo eso comenzó en el terreno político, porque el hombre de la calle, ese que tanto aquí como allí, en su habitual lucha por la subsistencia se levanta cada mañana para acudir al trabajo, y considera que ya tiene bastante dolor de cabeza con la preocupación de llegar a fin de mes, a ese buen hombre le importa un haba la independencia, la separación o la escisión.
Pero los políticos no son esa gente vulgar que analiza consecuencias. Los políticos viven de sembrar la discordia y están ahí para crear problemas, y de ese modo justificar su labor al tener que subsanarlos posteriormente.
Y tras treinta y cinco años de adoctrinamiento mucha gente ha asumido la teoría de los políticos, por lo que a éstos habrá de reconocerles un éxito en su tarea. La doctrina ha calado bien y la brecha es lo suficiente ancha y profunda como para que no se puedan construir puentes.
A pesar de ello, es triste, pero es así, todavía hay gente que cree en los políticos.
¿Y a quién beneficia esta escisión? A nadie. Con total seguridad, a nadie.
Algo inaudito, ¿verdad? Porque si no beneficia a nadie, por qué ese interés en seguir por ese camino.
Tal vez la vanidad de unos pocos que en sus sueños de fantasía desean que la Historia hable de ellos. Porque lo que afecta a aquel modesto trabajador que se las ve y se las desea para subsistir, cualquier cambio no le sacará de tener que levantarse cada día, a veces hasta con fiebre, para no ver mermado su salario y poder llegar a fin de mes sin excesivos apuros.
Pero el trabajo de los políticos es hacerles creer que con ellos en el poder el mundo entero será de color de rosa.
Se han publicado estudios en los que se asegura que en el caso de una escisión, la economía catalana sufriría cuantiosas pérdidas. De repente el paro aumentaría en un veinte por ciento; el producto interior bruto perdería más de un treinta por ciento; los impuestos se multiplicarían por tres o por cuatro. Y así un rosario de apuntes de desastre.
Es posible que todo sea un juego de adivinanzas, pero lo que se puede asegurar es que sería perjudicial. Para los catalanes y para los demás.
Y nadie discrepa que sería así. Si acaso se discrepa en cifras, que unos dicen más y otros menos, pero todos están de acuerdo que no habría beneficios para nadie.
¿Y aun así, siguen empeñados en correr hacia el precipicio?
Pues, sí. Son así de torpes.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

DEMOCRACIA por Salvador Moret


Seguramente a usted también le llama la atención la de veces que repiten la palabra democracia. Me refiero a los políticos, claro, porque el resto de los mortales las escasas veces que la pronuncian es precisamente para quejarse de su ausencia.
Es posible que a ellos, a los políticos, les suene muy bien. Aunque de tanto repetirla suena a hueco.
Y supongo que cuando en un discurso de menos de un minuto, el político de turno ha pronunciado la célebre expresión más de tres veces, también a usted le vendrá en mente aquello de que “dime de lo que presumes y te diré…”
Será, digo yo, porque la mala conciencia les traiciona y sienten esa imperiosa necesidad de justificarse.
Me refiero, en eso de la mala conciencia, a los políticos que todavía recuerdan que democracia es aquella doctrina política que involucra al pueblo a tomar parte activa en las decisiones generales del gobierno. Porque los otros, los políticos que han olvidado lo que significa, o tal vez nunca lo supieron, esos seguro que ni lo tienen en cuenta.
El caso es que estos que nos han tocado en suerte consideran que la participación del pueblo se limita a introducir una papeleta en la urna cada cuatro años, y con esta acción les dejamos el camino libre y despejado para ejercer su profesión sin ocuparse más del pueblo. Porque, reconozcámoslo, ellos ejercen la política igual que el matarife degüella cerdos o el mecánico arregla coches, y con el mismo derecho a herencia como cualquier otro, pasando la profesión de padres a hijos, como suele suceder en otras tantas profesiones.
Esta es la primera exposición errónea que salta a la vista de lo que para ellos significa democracia. Que en vez de errónea sería más justo decir egoísta.
Pero podríamos darnos por satisfechos si fuera la primera muestra y la última, porque, lamentablemente, a continuación, como las cerezas, vienen unidos una infinidad de actos que podríamos definir, sin riesgo a equivocarnos, de malas artes.
Son tantos los ejemplos que basten tres o cuatro para hacernos una idea de lo alejados que estamos de ser demócratas o, dicho de otro modo, vivir en democracia.
Son vicios que nos quedan tras la larga dictadura, y que los políticos no desean cambiar, porque el primer paso sería ir a votar con listas abiertas. Las listas cerradas delatan la tendencia dictatorial de los políticos.
Después podríamos añadir eso de políticos sin privilegios económicos, sociales ni judiciales.
A continuación eliminación de subvenciones a los partidos, a los sindicatos y a los miembros de los partidos y adyacentes.
Y sobre todo, cuentas claras entre ingresos y gastos.
Son, como digo, algunos ejemplos, que mientras no se subsanen, probablemente ni a usted ni a mí nos podrán convencer de que vivimos en un estado demócrata.
Ahora bien, es cierto que para vivir en un estado plenamente demócrata, el ciudadano queda obligado a participar en las actividades de la comunidad, y aquellos que no están dispuestos a ofrecer esa contrapartida y prefieren eludir las obligaciones están condenados a vivir bajo el régimen de una dictadura. 

sábado, 3 de noviembre de 2012

INSPIRACIÓN por Salvador Moret


Muchos la llaman Musa, y creo que no es exagerado decir que todos entendemos lo que significa, pero a mí siempre me ha gustado más decir inspiración. Hoy estoy inspirado. Hoy no estoy inspirado.
Lo de inspiración tal vez sea menos poético, aunque no lo sé, ni tampoco entro a valorarlo, porque es posible que solo sea cuestión de costumbre. Uno se habitúa a emplear una palabra y no se ocupa de los posibles sinónimos, que, no cabe duda, en ocasiones serían más acertados para pulir la expresión. Pero como uno lo que desea es que le entiendan, si con su expresión lo consigue, objetivo cumplido.
Y probablemente sea una posición excesivamente cómoda la mía, pero como hoy en día si no te apresuras te arrollan, para que esto no suceda no me paro a analizar minucias y lo dejo estar.
Creo que me estoy desviando del asunto. Seguramente es porque hoy no estoy inspirado.
Debe de ser eso. Lo conozco de otras veces. Es suficiente que se me ordene un trabajo literario para que se bloqueen mis sentidos y la inspiración se quede en la puerta sin atreverse a cruzar el umbral. Y ya le puedo rogar y hasta amenazar, pero ella – me refiero a la inspiración, claro – la muy tímida sigue sin hacer caso.
En estas ocasiones, cuando mi mente camina a tientas en la oscuridad, me pregunto si es porque mi natural proceder es un tanto anárquico y no soporta órdenes.
En realidad, creo que éste no es el motivo de mi encorsetamiento, pero como no encuentro otra explicación más convincente, acabo aceptándola.
Y también me planteo que a la inspiración no se la puede forzar, porque en ese caso deja de serlo, puesto que la inspiración es la gracia que llega sin esfuerzo.
¿Y cómo puede llegar la inspiración de algo que me es indiferente y me viene impuesto de afuera? – me pregunto. Claro que al mismo tiempo encuentro una respuesta: Es el mejor camino para aprender.
Sí, pero… ¡Ay, qué lío!
Decididamente, admito que hoy no estoy inspirado.
Seguramente será por aquello de que basta que me pidan un tema para que la Musa no me visite.

BLANQUEAR por Salvador Moret


Cuando era pequeño, cada verano antes de las fiestas del pueblo oía decir a mi madre hablando con los vecinos que iban a blanquear la fachada. Era así cada año.
Sin necesidad de preguntar a nadie, todos los niños sabíamos lo que quería decir eso de blanquear, y no solamente porque lo veíamos hacer, sino porque también nos tocaba colaborar en la tarea por muy tozudos que nos pusiéramos.
Los años han transcurrido y con ellos muchas expresiones de antes han desaparecido, otras han venido a ocupar su espacio, y otras simplemente han cambiado de significado.
Hoy, blanquear no tiene nada que ver con darle una mano de cal a la fachada. Hoy, blanquear suena a pelotazo. Suena a político.
Me pareció oír por la radio algo así como que dos ministros griegos habían blanqueado diez millones de euros. Me extrañé. Diez millones solo sirven para blanquear la fachada, y para eso un ministro no se pone. Dos aun menos.
Pero lo escuché mal. Después lo leí en el periódico y claro, cosas de escuchar la radio mientras haces otras cosas. No se trataba de dos ministros, sino de dos ex ministros, que dicho entre nosotros es lo mismo. Ahora bien, lo que no era lo mismo es la cantidad, porque no eran diez millones sino diez mil millones con un poco de calderilla, es decir, doscientos millones más. O sea, diez mil doscientos millones de euros.
Ya me extrañaba a mí. Esa cantidad sí encaja en el esquema que tenemos de los blanqueadores (que no asaltadores. Éstos no alcanzan a esas cantidades).
Claro que en descargo de aquellos exministros podemos decir que blanquear diez mil millones de euros no significa que sea todo beneficio. Eso sería vergonzoso. Aunque, con solo que el beneficio fuera la calderilla de doscientos millones seguiría siendo vergonzoso.
Porque serían beneficios conseguidos sin hacer gran cosa. En su posición de ministros (o exministros, que ya sabemos que es lo mismo) eso de blanquear debe ser pan comido. Tengamos en cuenta que no han tenido que ir ocho horas al día durante treinta y cinco años a amasar cemento; ni tuvieron que superar muchos exámenes para alcanzar esos puestos privilegiados.
Lo curioso del caso es que se trata de dos exministros griegos, no españoles. Lo cual llama la atención por dos cosas. La primera es que en todas partes cuecen habas. La segunda es que son tontos. Sí, tontos de remate, porque, que una cosa así salga a la luz, se necesita tener poca perspicacia.
Puedo imaginarme cuántos exministros de aquí estarán riéndose de sus colegas griegos pensando que éstos solo sirven para blanquear fachadas.

miércoles, 31 de octubre de 2012

LOS ESPAÑOLES Y SUS QUEJAS por Salvador Moret


Nosotros, los españoles, somos aficionados a quejarnos de casi todo. Posiblemente es la forma de curarnos en salud ante las responsabilidades. Porque así, al encontrar un chivo expiatorio que cargue con la culpa de nuestras desventuras, creemos que nos estamos liberando de cargar nosotros con ese peso.
Aunque no sea exactamente así, menuda suerte eso de tener a alguien a mano a quien colgar el origen de nuestras miserias que nos permita sentirnos libres de pecados.
Hubo una época que nos quejábamos de los curas y los militares, porque, decíamos, eran los culpables de que a los españoles nos fuera mal. Ahora, cuando estas dos instituciones con influencia poco menos que nula en nuestro devenir diario, los políticos han ocupado esa preciada posición.
Lo apuntan esas estadísticas que afirman que entre los mayores problemas de los españoles están los políticos.
Y lo curioso es que, probablemente, sea cierto que los militares y los curas en su época, y los políticos en la actualidad, fueron y son los causantes de la pobreza del pueblo.
Aunque, sin entrar en discusiones al respecto, es bien conocido que en España pocas veces ha habido gobernantes queridos por el pueblo, si exceptuamos los primeros y alocados momentos de los alzamientos, que siempre tuvieron a su lado seguidores incondicionales. Pero eran muestras de locura, no de cariño, porque la adhesión desaparecía nada más se amansaban las agitadas aguas y éstas volvían a su cauce.
Pero las quejas no se limitan a los que nos agobian con leyes, limitaciones y prohibiciones queriendo dirigir nuestras vidas. El buen español se queja también de la escasa simpatía de la cajera del súper, de las colas que tiene que guardar en el banco, de lo lenta que es la justicia, la excesiva burocracia de las instituciones de municipales, de los recibos de gas, agua, electricidad y cosas afines. Posiblemente como se queja un austriaco, un francés o un holandés, con la diferencia de que el buen español cuando se queja del alto importe de los recibos, por ejemplo, está viendo al dirigente de la compañía viviendo a lo grande, mientras que él se las ve y se las desea para hacer frente a los recibos.
Con todo, llama la atención la escasa autocrítica que ejercemos los españoles, lo que me lleva a pensar que tal vez sea porque empleamos todo nuestro fuelle en quejarnos.
Viene de antiguo. Los gobiernos, que ya sabemos que siempre nos trataron mal, para cubrir sus desafectos nos regalaban migajas, limosnas. Miseria en una palabra. Y así nos acostumbramos a las subvenciones. “No pagan mucho, pero no te exigen gran cosa” – se oía decir por los pueblos a los enchufados en el ayuntamiento.
¿Y qué hace ese buen español además de quejarse? Pues, nada. Nada para superarse. Su diosa es la queja. Y el lamento. Y todos sus males son culpa del gobierno.
Porque después de tantas generaciones lloriqueando y lamiéndose heridas, el buen español ha perdido el sentido de iniciativa.
Y el gobierno, que a fin de cuentas sale del pueblo y conoce esas debilidades, deja hacer, sin intención alguna de cambiar esos hábitos ancestrales, y se dedica a lo suyo, a potenciar su carrera y que el pueblo siga con sus quejas, que al final tiene lo que se merece.

sábado, 27 de octubre de 2012

LOS LIBROS por Salvador Moret

La trilogía de "ARROZ CON ANGUILAS" está terminada.
1ª parte  "FLORES BLANCAS".
2ª parte "CONFLICTOS DE FAMILIA".
3ª parte "LA AMISTAD".

Se pueden conseguir en:

www.artgerust.com

www.amazon.es

miércoles, 24 de octubre de 2012

MEMORIAS DE JUVENTUD por Salvador Moret


Siendo niño, en esa edad que uno comienza a creer que ya lo sabe todo, en casa solíamos desayunar juntos sentados a la mesa; una costumbre un poco anticuada y olvidada tal vez, aunque creo que todavía queda algún rastro perdido por ahí.
            Mis padres se levantaban muy temprano, y cuando lo hacía yo, naturalmente mucho más tarde, encontraba a mi madre preparando la mesa. Nunca faltaba la mantequilla, pan humeante y mermelada, todo hecho en casa. A esa hora mis padres ya habían atendido a los animales en las cuadras y mi padre, recién lavado, traía la leche recién ordeñada, y se sentaba casi cuando llegaba yo. Mi madre añadía malta.
            Mi hermana pequeña, como todavía no iba al colegio, dormía hasta muy tarde.
            “Negro”, siempre contento y siempre haciendo carantoñas, cada mañana hacía la misma escena acercándose a mí atento a mis movimientos a la espera de la frase que a él debía sonar a gloria: “vamos, Negro”.
Tras los mendrugos remojados con leche que le preparaba mi madre cada mañana, su mayor anhelo era el paseo matutino. Un paseo que solamente hacíamos los domingos, pero claro está, ¿qué sabía el perro de fiestas o días laborables?
Mi hermana tampoco diferenciaba unos días de otros. Como yo, pocos años antes. Pero cuando comencé a asumir las primeras obligaciones, bendecía los días de fiesta de guardar que me liberaban de algunas de ellas, principalmente el colegio.
En aquellos primeros años hubo una época que llegué a pensar si eso de ir al colegio no era una forma de torturar a la Humanidad. Como yo no veía ningún sentido a eso de ir a la escuela, pensaba si no sería un castigo que me imponían mis padres. Porque en aquellos tiempos no todos los niños iban al colegio.
Y cuando mis padres, junto con el maestro me convencieron de los beneficios de los estudios y comencé a aplicarme, rápidamente me subí a la cresta y a no tardar ya creía que lo sabía todo, y hasta me atrevía a dar lecciones a mis padres. ¡Qué atrevimiento! Ellos reían, claro.
Después, a no tardar, comencé a valorar las lecciones, las profundas lecciones que nos depara la vida, y entonces comprendí el largo camino que me quedaba por delante para seguir aprendiendo. Hasta hoy, que todavía sigo viendo un larguísimo camino de aprendizaje ante mí.
¡Ay, aquellos tiempos!
Aunque, debo advertir que esta historia no fue exactamente así.
Pero habría sido bonita, ¿verdad?

LAS BECAS por Salvador Moret


Es cierto que hubo una época que (casi) solo estudiaban los hijos de familias acomodadas. Nosotros, que no éramos de éstos, nos preguntábamos cómo era posible que la inteligencia recayera solamente en estas familias.
Porque los hijos de familias pobres se conformaban con saber las cuatro reglas, y muchos ni a eso llegaban. Y a los trece o catorce años a trabajar al campo o a la fábrica. Los destinos ya estaban marcados antes de empezar.
Nosotros, que éramos de éstos, conseguimos una beca que consistía en tener los libros y la matrícula del instituto cubierta. Nada de dinero de bolsillo. Y como nos parecía mucho, estábamos la mar de contentos.
Cierto que había voces que clamaban contra la injusticia de las diferencias de oportunidades, pero eran cuatro, no más. La gente, en general, aceptaba su posición con resignación y no pocas veces con impotencia.
En el correr de los días, ¡oh, sorpresa! no tardamos en comprobar que los hijos de las familias acomodadas que estudiaban, lo hacían porque no tenían necesidad de trabajar, y no porque poseyeran una inteligencia superior. Y es que los había, y que Dios me perdone la expresión, los había, digo, que eran verdaderos ceporros.
Después vino aquello de que todos tenían el mismo derecho, y con las subvenciones las universidades acogieron a unos y a otros. Todavía quedaban de los que no llegaban y pasaban a las fábricas o al campo, aunque cada vez menos, en parte porque las fábricas se mecanizaban y el campo se desertizaba.
Mientras, las universidades se masificaban.
Injustamente, y todavía hoy sucede, el trabajador de fábrica, y no digamos el del campo, de forma miserable e inmoral, siempre estuvo mal mirado. El concepto que se tenía de ellos era cuasi como que no servía para otra cosa.
Y ese desprecio hacia los trabajos manuales, a muchos les empujó a querer salir cuanto antes de esos círculos, y allá iban los padres corriendo a buscar la subvención para los estudios del retoño. Porque, ¿qué padre no deseaba un título para su hijo? (Las malas lenguas dirían más tarde que no lo hacían por el hijo, sino por propio prestigio. Pero, ya digo, eran rumores). 
 Y con esa aspiración de conseguir un título se cometió el mismo pecado anterior, aunque más crecido. Las universidades, masificadas y de dudosa calidad, sirvieron para que aquellos que creían que acudir a sus aulas era sinónimo de sabiduría se toparan con la frustración.
Los conocimientos llegan con el estudio y con el esfuerzo, pero no todos lo sabían, posiblemente porque nadie se lo había explicado.
Y las subvenciones trajeron esas confusiones y, dejando de lado el esfuerzo económico que supone para el contribuyente, quien recibe el privilegio no siempre es consciente del costo, y a veces no aprovecha correctamente esas dádivas.
El resultado de una mala planificación es que ahora hay muchos licenciados que, con el título bajo el brazo, pululan por ahí buscando trabajo “de lo que sea”. Porque tampoco un título garantiza un empleo.

domingo, 21 de octubre de 2012

LA LEY DEL PÉNDULO por Salvador Moret


Parece ser que últimamente, según anuncia la iglesia, hay una nueva ola entre los jóvenes que retornan a la fe cristiana. De lo cual se desprende que ha habido una época de alejamiento. Los mayores saben del fenómeno.
Porque en los años cuarenta y posteriores, cuando la iglesia dominaba los más diversos aspectos de la vida del ciudadano y junto al estado se permitía hacer y decir cosas que hoy por excedidas nos hacen dudar de la verdadera finalidad de aquellas enseñanzas, la gente acudía en masa al culto dominical, unas veces sumisa y otras intimidada.
No eran todos, pero sí una mayoría.
Poco después, cuando las relaciones entre la iglesia y el estado comenzaron a distanciarse, coincidiendo con la apertura a cierta libertad de expresión y el acceso a otras culturas, la gente comenzó a alejarse de la institución. Muchos, horrorizados de lo que habían tenido que escuchar.
No fueron pocos los que se dieron cuenta de que no había sido escuela de religión, sino enseñanzas de animadversión y trato como se trata a personas de inteligencia menguada. Decían, por ejemplo, que los protestantes eran poco menos que salvajes ignorantes. A otras culturas y religiones se las consideraba como almas perdidas a las que había que mirar con lástima por su desgracia de no conocer las enseñanzas de la Iglesia Católica Romana.
Y que éramos la reserva espiritual del mundo nos hizo creer que más allá de los Pirineos solo existía la noche.
Después, nada extraño, sobrevino el desencanto y la decepción. La devoción que mostró esa generación cayó a niveles que asustó a la iglesia, que, sin mencionar sus errores, se aprestaba a iniciar la travesía del desierto.
Muchos años más tarde, los jóvenes parece que vuelven a escuchar la palabra de Dios, con una iglesia adaptada a los tiempos que corren.
No todos los jóvenes, pero sí una buena parte de ellos.
Este acaecer de los acontecimientos es una prueba palpable de la eterna ley del péndulo que muchos conocemos, pero que al parecer, aquellos que dirigen nuestro destino todavía no han oído hablar de esa ley tan elemental.
Esos ciclos, en los que se alternan la aceptación y el rechazo, se producen en todos lo aspectos de la vida en común, y es consecuencia del proceder del hombre cuando se siente poderoso y, a veces sin pretenderlo y en ocasiones empleándose a fondo con saña, tiende a abusar de su poder, causando graves daños en el subordinado que, más tarde, al descubrir que ha sido objeto de manipulación se siente humillado y con deseos de resarcirse de los agravios sufridos.  
Viendo lo que actualmente está sucediendo en Cataluña, cuyas actuales enseñanzas son torcidas, tendenciosas y malintencionadas, ese cambio de ciclo llegará también a los catalanes, porque cosas como que el Ebro es un río catalán, como si naciera en Mora del Ebro; o que los romanos alcanzaron Cataluña, y por desinterés en el resto de la península no pasaron de ahí; o que Cataluña siempre fue autónoma hasta que la invadieron los españoles, son enseñanzas tan ridículas y alejadas de la verdad que cuando pasen los años, esos jóvenes de hoy accederán a otras lecturas y descubrirán la de sandeces que se les inculcó en su juventud.
Y no habrá que extrañarse que maldigan a los responsables que los tomaron por idiotas.

sábado, 13 de octubre de 2012

DEFRAUDAR por Salvador Moret


-          Leer el periódico asusta – decía Javier – cada día surgen nuevas y alarmantes sorpresas. Parece increíble que haya tipos tan sinvergüenzas, dando pelotazos continuamente y llevándose el dinero a espuertas.
-          Eso es cierto – convino Daniel – pero yo me abstengo de criticarlo, porque el que más y el que menos, todos robamos donde podemos.
-          ¡Pero, qué cosas dices, Dani! Yo no me considero un ladrón.
-          ¿Y crees tú que los que se llevan esos pelotazos que publican los periódicos se consideran ladrones? Claro que no. Ellos, que se consideran inocentes lo mismo que tú, dicen que son gajes del oficio.
-          ¡Oye, que yo no me considero inocente, yo soy inocente!
-          Eso es lo que tú dices, y probablemente lo creas, pero no es así.
-          ¡Cómo que no! El sueldo que entra en mi casa es exclusivamente fruto de mi trabajo, y yo no voy por ahí dando pelotazos de millones y millones. No hagas comparaciones que no se sostienen.
-          La comparación es metafórica. Como bien dices, tú no das pelotazos de millones, pero, ¿crees que no los darías si tuvieras oportunidad?
-          No lo sé – respondió Javier dejando entrever alguna duda – pero creo que no. Yo no aspiro a hacerme rico en cuatro días saqueando las arcas del estado, como hacen todos esos que hacen de políticos.
-          Tal vez porque careces de la ambición de ellos, y por eso serás toda la vida un segundón.
-          Como tú.
-          Ciertamente, como yo. Porque hasta para ser malvado hay que ser muy bueno haciendo el mal.
-          Me estás mareando, Dani. Y creo que tú ya lo estás, porque eso que dices no se sostiene.
-          Lo que quiero decir es que hace falta mucho valor, o mucha cara dura, como prefieras, para dar pelotazos de esa envergadura. Y no todos tenemos esa madera.
-          Pues, eso.
-          Sí, pero, como somos segundones, nos conformamos con pequeñeces que no nos sacan de pobres, pero que en el fondo es el mismo acto indecente.
-          Desbarras otra vez.
-          No lo creo. Piensa un poco. ¿Qué te parece a ti eso de preguntarle al cliente: lo quiere con IVA o sin IVA?
-          ¡Hombre, eso es normal! No querrás que pierda un cliente por una tontería como esa, ¿no? Además, las más veces es el mismo cliente quien lo pide, ya lo sabes, y hasta amenaza con irse a la competencia si le cobro el IVA. Además, ¿por qué me lo reprochas? Tú haces lo mismo con tus clientes, ¿o acaso no es cierto?
-          Sí, es cierto. Y como soy consciente de que es un proceder insano, me callo y no critico a los que hacen lo mismo. Aunque sea a mayor escala.
-          Sigo creyendo que desvarías.

sábado, 6 de octubre de 2012

¿SOMOS DE FIAR? Salvador Moret


Esas declaraciones que hacen ciertos gobiernos de la Unión Europea de España encienden la sangre a cualquiera. A cualquiera de los penibéticos, claro. Desde más allá de los Pirineos nos miran con desconfianza, nos tratan de vagos e informales, nos quieren cerrar el grifo del crédito, y todo eso porque dicen que las ayudas las utilizaremos para seguir holgazaneando.
Es muy injusto, y es lógico que aquí más de uno eche chispas contra los finlandeses, los holandeses, los alemanes, y todos los que van llegando con esas exclamaciones ofensivas hacia nosotros.
Pero cuando nos sosegamos y miramos alrededor y observamos ese  vasto panorama de los ERES con los secesionistas al fondo nos ponemos a temblar. Y si seguimos mirando seguimos viendo cómo todos, sí todos esos que en alguna ocasión ocuparon puestos de importancia en el gobierno – escasas veces con acierto, hay que advertir –  y vemos cómo antiguos ministros y jefes del estado, antiguos secretarios de estado, antiguos cargos públicos, todos ellos, digo, los vemos ocupando cargos tal vez de menor importancia, pero tan bien o mejor remunerados que los puestos que ocuparon anteriormente – a pesar de sus errores que después pagamos los demás, hay que insistir. Y con este panorama uno entiende el escepticismo que despiertan nuestras demandas de ayuda en aquellos que han de soltar el dinero.
En una palabra: no somos de fiar.
Podremos sentirnos ofendidos, y hasta cabreados, pero por mucho que nos duela, recogemos la mies de lo que hemos cosechado.
Es lamentable, y hasta injusto, que la mala labor de unos gobernantes ineptos y egoístas, recaiga siempre y exclusivamente sobre los pueblos. Pero siempre fue así, para desgracia del pueblo. La gente, que lo que quiere es trabajar y poder vivir con cierta dignidad, deja en manos de los políticos – en parte de buena fe y en parte porque no tiene otra opción – las decisiones de su futuro, y cuando llega la hora de presentar cuentas el único chivo expiatorio de la mala gestión de los sátrapas, es el pueblo. Nunca un político admitirá un error o una equivocación.
Y la historia se repite por los siglos de los siglos.
En otras épocas la mala gestión de los políticos abocaba a la gente a la guerra. Hoy abocan a la gente humilde a la miseria, que no es tan sangrienta pero no es menos nociva, mientras ellos, encerrados en sus círculos impenetrables, siguen disfrutando de sus privilegios, y se niegan, por activa y por pasiva, a ceder uno solo de ellos.
Tal vez el mismo pueblo sea el culpable de esta situación, que sin pretenderlo ha alimentado a una fiera que se ha convertido en un monstruo y que amenaza con devorarnos.
Y en estas circunstancias, ¿usted prestaría dinero a alguien que, insaciable, manirroto y derrochador, engulle sin medida todo lo que queda al alcance de su mano?
Podremos sentirnos molestos o enfadados con nuestros vecinos, pero si hasta nosotros reconocemos los abusos de nuestros políticos, ¡cómo no van a desconfiar de ellos los demás!
Solo de pensarlo siento pavor.

domingo, 23 de septiembre de 2012

BLANQUEAR por Salvador Moret


Cuando era pequeño, cada verano antes de las fiestas del pueblo oía decir a los vecinos que iban a blanquear la fachada. Era así cada año.
Sin necesidad de preguntar a nadie, todos los niños sabíamos lo que quería decir eso de blanquear, y no solamente porque lo veíamos hacer, sino porque también nos tocaba colaborar en la tarea por muy tozudos que nos pusiéramos.
Los años han transcurrido y con ellos muchas expresiones de antes han desaparecido, otras han venido a ocupar su espacio, y otras simplemente han cambiado de significado.
Hoy, blanquear no tiene nada que ver con darle una mano de cal a la fachada. Hoy, blanquear suena a pelotazo. Suena a político.
Me pareció oír por la radio algo así como que dos ministros griegos habían blanqueado diez millones de euros. Me extrañé. Diez millones solo sirven para blanquear la fachada, y para eso un ministro no se pone. Dos aun menos.
Pero lo escuché mal. Después lo leí en el periódico y claro, cosas de escuchar la radio mientras haces otras cosas. No se trataba de dos ministros, sino de dos exministros, que dicho entre nosotros es lo mismo. Ahora bien, lo que no era lo mismo es la cantidad, porque no eran diez millones sino diez mil millones con un poco de calderilla, es decir, doscientos millones más. O sea, diez mil doscientos millones de euros.
Ya me extrañaba a mí. Esa cantidad sí encaja en el esquema que tenemos de los blanqueadores (que no asaltadores. Éstos no alcanzan a esas cantidades), o sea, de los políticos.
Claro que en descargo de éstos últimos podemos decir que blanquear diez mil millones de euros no significa que sea todo beneficio. Eso sería vergonzoso. Aunque, con solo que fuera la calderilla de doscientos millones no estaría mal. Siendo también vergonzoso.
Porque son beneficios conseguidos sin hacer gran cosa. En su posición de ministros (o exministros, que ya sabemos que es lo mismo) eso de blanquear debe ser pan comido. Tengamos en cuenta que no han tenido que ir ocho horas al día durante treinta y cinco años a amasar cemento; ni tuvieron que superar muchos exámenes para alcanzar esos puestos privilegiados.
Lo curioso del caso es que se trata de dos exministros griegos, no españoles. Lo cual llama la atención por dos cosas. La primera es que en todas partes cuecen habas. La segunda es que son tontos. Sí, tontos, porque, que una cosa así salga a la luz, se necesita tener poca perspicacia.
Puedo imaginarme cuántos exministros de aquí estarán riéndose de sus colegas griegos pensando que éstos solo sirven para blanquear las fachadas.