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martes, 22 de noviembre de 2011

EL DICTADOR QUE LLEVAMOS DENTRO (Salvador Moret)

Ahora que llegan las vacas flacas, después de tantos años que hemos vivido a cuerpo de rey mientras disfrutábamos de las ayudas de la Unión Europea; ahora que el futuro pinta oscuro tirando a negro; ahora aparecen aquellos cuya palabra soberanía les importa a ratos, y rasgándose las vestiduras como plañideras de alquiler claman que Alemania quiera imponernos su criterio.
No se les oía cuando de Bruselas llegaban las sacas repletas para que nosotros pudiéramos construir autopistas, AVES, y muchos bolsillos se llenaran de esas migajas que se perdían por el camino. No, no se les oía. Pero ahora sí. Ahora claman al cielo porque Europa – y para ponerle rostro dicen Merkel – quiere imponernos normas.
Asumimos un compromiso con la unificación de la moneda. Hemos gastado lo que no teníamos arrastrando con ello a otros países a la pobreza hasta que éstos han dicho basta. Y nos enfadamos.
Y surge la hidalguía.
A nosotros, soberanos que somos – dicen esas voces recurriendo al pundonor – no tienen que venir estos que no saben vivir a dictarnos normas. Nuestra soberanía es sagrada.
Oiga, y se quedan tan panchos. Quieren formar parte del club de los mejores, pero que nadie les quite sus privilegios. Como si eso fuera posible.
Son los mismos que critican a esas regiones que, a diferente escala, piden lo mismo que ellos: formar parte del conjunto, pero lo mío es mío y que no me lo toquen. Como si eso fuera posible.
Habrá que convenir que si queremos estar en un grupo tendremos que atenernos a unas normas que rijan para todos por igual, y no dejarnos llevar del egoísmo y querer que los demás se adapten sin oponerse a las nuestras. Los de Bruselas que no nos exijan mucho, y los valencianos, andaluces o extremeños que acepten sin rechistar lo que nosotros dictamos.
Como hacen los de la plaza san Jaime, que exigen a Madrid lo que ellos no conceden al resto de municipios. Y eso mismo se puede decir de cualquier comunidad, como a su vez de cada municipio.
Lo llevamos dentro, no cabe duda. Pedimos al de arriba lo que no estamos dispuestos a conceder al de abajo. Y lo curioso es que no somos capaces de ver la sinrazón.
Nos quejábamos del dictador, y ahora tenemos que soportar a los absolutistas.

lunes, 21 de noviembre de 2011

EL DESPILFARRO (Salvador Moret)

Llevamos mucho tiempo escuchando que España va muy mal económicamente; que muchas empresas cierran diariamente; que cinco millones de personas con necesidad de trabajar no consiguen un empleo; que el crecimiento es nulo; que el consumo está en mínimos…
Y por si fuera poco, los periódicos, como es su natural, nos alarman aún más redoblando los titulares catastróficos, especialmente en estos últimos días, anunciando que estamos al borde del precipicio y que esto es poco para lo que nos espera.
Más o menos nos vienen a decir que volvemos a la época de las cartillas de racionamiento.
O del corralito, ese fenómeno argentino de hace unos años, cuando la gente que requería sus ahorros depositados en los bancos y no lo conseguía porque éstos no disponían de un peso.
En pocas palabras. Todos los signos que nos transmiten últimamente los medios de comunicación presagian un futuro desastroso, porque el estado de bienestar se acaba y pasarán muchos años hasta que volvamos a disfrutar de él.
Pero, al parecer, estas predicciones apocalípticas son solamente para la plebe, porque la casta política, como vive en otras esferas, no sabe, no entiende de épocas de vacas flacas. Al menos, es lo que se deduce de los despilfarros que se permiten.
Lo vemos a diario, cuando junto a aquellos titulares catastróficos, la prensa nos muestra también procederes propios de clases muy privilegiadas, que a tenor de lo que nos cuentan el derroche es continuo y sin cuartel. O sea, que la crisis, la catástrofe, el tener que ahorrar porque no tenemos un duro, todo eso no va con ellos. Eso es solamente para la plebe. O sea, estos que malgastan a espuertas, son los mismos que nos exigen el ahorro, y los mismos que nos alertan del mal que se nos viene encima. A nosotros, claro, no a ellos.
Salarios astronómicos; privilegios a mansalva; corrupción a manos llenas; abusos por doquier…
¡Oiga! ¿No hay modo de parar tanto desmadre? ¿No hay nadie que ponga coto a tanto abuso? ¿Habrá algún día un castigo para estos desvergonzados?

miércoles, 16 de noviembre de 2011

LOS PRIMEROS SIGNOS (Salvador Moret)

Unos pocos días más y ya terminamos con este calvario. El día veinte. La de cosas que hemos tenido que escuchar en estos últimos cuatro meses.
Promesas que se lleva el viento, nada más.
Los que han gastado a manos llenas lo que no era de ellos hasta el punto de dejar nuestras arcas no solamente vacías, sino con deudas, y gordas, nos prometen ahora que nos traen la solución a todos nuestros males. Que ellos saben cómo hacerlo. Ahora ¡Qué osadía!
Aunque en cuestión de promesas, tampoco los otros se quedan mancos. Esperemos que no nos defrauden también. Al menos éstos, por ahora, tienen más credibilidad que los que nos han arruinado, y vamos a confiar en ese cambio que nos auguran.
Lo veremos en pocos días.
Y es que hartos como estamos de ver cómo un día sí y otro también nos aturden los escándalos de corrupción, esperamos – ¡qué esperamos, exigimos! – que el día veintiuno comencemos a ver las primeras medidas para acabar con esa lacra que nos ha llevado a no creer en los políticos.
Si el nuevo gobierno en las primeras veinticuatro horas no es capaz de transmitir esa sensación de honradez con ejemplos prácticos comenzando por ellos mismos, y no pone orden y cordura en el desmadre al que nos ha llevado el gobierno anterior, no es que estaremos igual, sino que estaremos mucho peor, porque la decepción será grande, la desilusión se hará patente y el desengaño cundirá por doquier.
Todo esto en lo que atañe a la cuestión económica que, no siendo la más importante, es la que más directamente nos afecta y la que más se siente.
Otra cuestión, sin lugar a dudas de mayor calado, son las autonomías. Asunto éste al que hay que poner medidas para que podamos vivir sin excesivos sobresaltos, y una podría ser que España se reconociera un estado federal. Y si a aquellos que nunca se sienten contentos les resulta poco, podríamos llegar a ser un país confederado. Y si aún les resulta poco, se debería buscar la escisión, por mucho que duela a muchos. Pero, ¿por qué no?
Nadie estaría mejor en ese nuevo escenario, pero acabaríamos de una vez por todas a esa escalada de enfrentamientos absurdos a los que estamos abocados actualmente.
El sistema de las autonomías ha quedado demostrado que es un fracaso, en parte porque se dejaron demasiados flecos sueltos, y también porque los políticos se han comportado como mercenarios, cortos de miras y mezquinos. Por lo tanto será necesario buscar una solución a este problema que nos quema las manos.
Aunque, para muchos, el nuevo gobierno tampoco lo afrontará y echará balones fuera diciéndonos esas tonterías que suelen decir cuando les falta el coraje para asumir su responsabilidad.
Es posible que el asunto económico mejore. Eso es lo que confía mucha gente, y ya es para agradecer, pero el cáncer nacional seguirá enquistado.
Ojalá nos sorprenda.

domingo, 6 de noviembre de 2011

NOVELA (Salvador Moret)

Salvador Moret publica (Bubok.com) FLORES BLANCAS, primera parte de una trilogía.

sábado, 5 de noviembre de 2011

LIBERTAD DE PRENSA (Salvador Moret)

Allá por los años cincuenta, Alfredo era un joven con la cabeza llena de ideas encaminadas todas ellas a cambiar el mundo. Como cualquier joven en no importa qué época, vaya.
Una de ellas, de las más importantes, según creía él entonces, era la libertad de prensa que, en su desesperación, lamentaba su inexistencia en España.
Y como la carencia de lo que se desea aumenta el valor de lo deseado, Alfredo estaba convencido de que todos los males de España se acabarían el día que los españoles pudiéramos acceder a las noticias desde un plano neutral. O sea, el suceso visto por los que lo defienden… y por los otros.
Pero eso a Alfredo, en aquellos años cincuenta, le parecía una quimera.
Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que se vislumbraran indicios en esa dirección. Y un día, inesperadamente, se abrió la puerta de la esperanza. Y no solo Alfredo, sino muchos como él que tuvieron los mismos sueños y deseos, creyeron que desde ahora las cosas serían muy diferentes. Y creyeron también que habían alcanzado la meta, cuando en realidad se hallaban en el punto de salida.
Pero en aquel momento Alfredo no lo percibió así. Para él se había logrado aquello tantas veces añorado, como era la libertad de prensa. Al principio le pareció lo más grandioso del mundo. ¡Qué gozo poder elegir quién me cuenta los hechos! – pensaba.
Y para estar seguro de las diferencias compraba los diversos periódicos que se publicaban. Y, ¡qué gozada! Lo que él siempre soñó ya era un hecho.
Pero, ironías de la vida. A no tardar una cierta sensación de desengaño comenzó a sobrevolar por su cabeza. Aquello no era lo que él se imaginó en su día de la libertad de prensa. Primero las noticias parecían escritas por la misma mano, y más tarde cada periódico comenzó a decantarse en una dirección determinada.
Esta tendencia divergente aumentaba con el tiempo hasta que llegaron a ser opuestas totalmente. Naturalmente a Alfredo no se le escapaba que algún periódico no era limpio, o tal vez ninguno. Las noticias se tergiversaban descarada y tendenciosamente, tanto que a Alfredo comenzaron a darle náuseas los periódicos.
Muy al contrario de cuando aun era un muchacho con deseos de cambiar el mundo, Alfredo ahora deseaba que no cambiara nada, consecuencia de las experiencias acumuladas a través de los años.
Y en cuanto a la libertad de prensa, acabó desengañado por completo, convencido de que los que escriben son unos manipuladores. Y no es que añorara la época de su juventud, puesto que la consideraba injusta, pero la manipulación actual le parecía mucho más perversa que la falta de libertad de prensa.