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martes, 16 de agosto de 2011

EL PEREZOSO

Sonó el despertador a las seis y media, como cada día, y sin abrir los ojos y con gesto de fastidio, Lorenzo alargó el brazo y apretó el botón. El tintineo dejó de sonar.
Tenía tiempo hasta las siete, por eso ahora comenzaba la mejor media hora del día. A Lorenzo le gustaba recrearse unos minutos antes de levantarse. Decía que era la puesta a punto que le permitía tomar fuerza para después poder enfrentarse al día con arrojo.
Y dejaba vagar su imaginación en las más variopintas direcciones, saboreando los minutos que todavía le quedaban hasta la hora de levantarse. A veces se quedaba a duermevela y se despertaba pasadas las siete. En esas ocasiones el día comenzaba trastocado, y el grado de mal humor dependía de los minutos excedidos de las siete.
Pero quedarse adormecido no era el único motivo de sus retrasos, ni mucho menos, éste era el que menos. El que más era que cuantos menos minutos quedaban para las siete, hora límite para no llegar tarde al trabajo, mayor era el apego a las sábanas, y entonces hacía sus cálculos: me quedo quince minutos más en la cama y en vez de ir en el metro, hoy tomaré el coche.
Y tranquilizado, se dispuso a soñar aventuras quince minutos más.
Siete horas y quince minutos, y Lorenzo hacía intención de levantarse. Pero, ¡qué penoso era eso! Y dándose nuevamente la vuelta, deliberaba: ¿por qué levantarme cuando puedo tomar un taxi? ¡Y es que se está tan bien en la cama! Y se envolvía otra vez con las sábanas. Sí, hoy tomaré un taxi y los quince minutos que tardo en buscar aparcamiento mejor pasarlos en la cama.
Y tranquilizado de nuevo, pasó a soñar aventuras otros quince minutos.
Pero el tiempo es implacable. El reloj cumple el minuto, y a continuación comienza el siguiente, y a continuación el siguiente, y así uno detrás de otro, lentamente, pero sin pausa, llueva, haga calor o haga frío. Y a Lorenzo le vencieron los últimos quince minutos. Qué castigo.
Sin embargo, él no estaba hoy por la labor. La cama era su remanso de paz, donde se sentía más a gusto, y protegido, y como durante esta semana todavía no había faltado al trabajo, optó por no ir hoy. Llamaría y se excusaría con un fuerte dolor de cabeza.
Lorenzo de quedó dudando. ¿Dolor de cabeza…? Sí, creo que la semana pasada dije que me dolía el pecho… la anterior que tenía cita con el medico… la anterior que tuve que ir a un entierro… Sí, lo del dolor de cabeza esta bien, que ya hace mucho tiempo que no me duele.
Y Lorenzo se quedó todo el día en la cama recreándose en sus aventuras imaginarias.

miércoles, 10 de agosto de 2011

EL PAPA EN MADRID

Todavía no ha llegado, pero falta poco. El tiempo justo para que todos aquellos que quieren mantenerse en la cresta de la corriente actual se preparen para su recibimiento, que no es otro que poner trabas e inconvenientes para que quede constancia y el mundo entero sepa que aquí disfrutamos de libertad.

Los sindicatos ya han anunciado huelga en el metro – sin esclarecer muy bien el motivo de la queja, aunque todos lo conozcamos. Han anunciado también huelga del personal de tierra en el aeropuerto.

Poder discrepar, no importen los métodos a emplear, es signo de libertad.

Dos sectores clave para que los trescientos mil, ochocientos mil o tres millones de seguidores que durante la visita del Papa llegarán a Madrid encuentren ya en los primeros contactos dificultades, y posteriormente el máximo de apuros para sus desplazamientos por la capital.

¿A quién se quiere incordiar tomando estas medidas? ¿Al Papa o a sus seguidores? ¿A ambos? ¡Ah! que se quiere dejar constancia de que aquí disfrutamos de libertad. Vale.

¿Habrán pensado los profesionales de la zancadilla en la imagen que esos visitantes se llevarán de Madrid? ¿Habrán tenido en cuenta el dinero que esos mismos visitantes podrían dejar en las arcas del comercio de Madrid?

Probablemente, no. Y a lo mejor ni les importa. Lo cual sería triste, porque se podría especular que estos sindicatos no piensan en los suyos.

Y si es el caso contrario, es decir, que sí lo han tenido presente y no obstante no reparan en obstaculizar el movimiento normal de los visitantes, significa que los sindicatos actúan con mala fe… y continúan sin pensar en los suyos, porque en ambos casos perjudican a los que temen perder su puesto de trabajo, y por supuesto a los que lo están buscando.

Solamente por los aspectos terrenales, o sea, los beneficios que Madrid puede recibir por la llegada de esa multitud, los que aquí vivimos deberíamos ponerles la alfombra roja. Pero los hay que cuanto peor, mejor.

Tal vez si en vez del Papa, que llega con la cruz, llegara otra personalidad con la Media Luna, el recibimiento sería más acorde con el respeto que merece cualquier hombre de estado.

Así de justos e imparciales somos.

miércoles, 3 de agosto de 2011

LA HISTORIA DESFIGURADA

Hacía años que Isaac no escribía nada sobre la guerra civil.

- Es tanto lo que se ha escrito y tan distorsionado – decía – que me aburre.

Y así dejó pasar el tiempo desoyendo las exageraciones que se decían. Él, que era ahora un anciano, presumía de recordar su niñez con suficiente lucidez como para discrepar de todas las aberraciones que se vertían en periódicos y tertulias. ¡Qué de sandeces tenía que oír! ¡Y qué modo de confundir a la gente!

¿O simplemente era mala intención?

Ante la duda, y cansado de escuchar tanta desproporción, se planteó aportar su propia visión de los acontecimientos, considerando que como testigo de excepción, su versión sería bien acogida y pondría freno a los despropósitos que precipitaban a la historia por caminos de engaño.

Craso error el suyo. Isaac había dejado pasar demasiado tiempo y ahora la gente ya no distinguía el original de la copia.

Por eso, cuando él levantó la voz y quiso convencer a la gente de que sus experiencias como testigo de la realidad discrepaban tanto de lo que la mayoría ya asumía como verdad, se enfrentó a ese fenómeno que se conoce como que no hay una sola verdad.

Ya podía gritar que el origen de la guerra fue, más que de ideologías, oportunidad para desquites personales, envidias familiares, venganzas largos años guardadas en el fondo de los corazones, odios almacenados en el desván de los antepasados… la gente sentía necesidad de saldar rencores ancestrales. Y también otros más actuales.

Esa era la visión que Isaac guardaba de su niñez y así lo publicaba, pero, pobre, nadie le hacía caso y hasta, entre pitos y chascarrillos sobre su desfase de la realidad, la gente, como mal menor, acabó atribuyéndole senectud.

Isaac volvió a su estado pasivo y dejó de escribir, esta vez descorazonado.

- Yo creía que a mi años ya no me quedaba nada más que aprender sobre la condición humana – reflexionaba el anciano – pero cuán cierto es aquello de que nunca es tarde, porque aunque parezca increíble, a mi edad he aprendido la mayor lección de mi vida.

No se enfureció Isaac por la decepción. A su edad era suficiente inteligente para aceptar los desengaños con elegancia. A fin de cuentas, la de ahora era una faceta más del comportamiento del hombre, que prefiere aceptar como verdad lo que mejor se adapta a su estado pasivo. ¿Para qué pensar?