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miércoles, 29 de junio de 2011

LA JUSTICIA ¿LA JUSTICIA?

Que la justicia en España no es igual para todos es algo conocido. Isaac, hombre octogenario, siendo pequeño ya lo oía decir a los mayores. O sea, que la cosa viene de lejos.

Fue siempre así en este país de cainitas. No somos racistas, gritaban todos en épocas todavía recientes. Tal vez entonces todavía no teníamos ocasión de pecar, lo que no tardó en demostrarse que sí lo éramos. Pese a que casi todos siguen negándolo.

Pero éramos clasistas. ¡Ah! eso es otra cosa – se defienden. Y también lo niegan. Y los hechos les delatan.

Lo de las clases lo llevamos en los genes. Y bien que lo mostramos con nuestros gestos y actitudes. Aunque nadie lo acepte y todos lo nieguen.

No hace falta ser un gran observador para darse cuenta de ello. Lo vemos a diario en el metro, en la panadería, en el banco, en el ascensor… es una constante en nosotros que de tanto practicarla hemos llegado a aceptarla como algo propio y natural. Es nuestra idiosincrasia. Por eso no nos damos cuenta.

Por lo tanto no nos alarmemos si los que se mueven en los círculos de la ley miran al resto de los mortales con indiferencia, cuando no con menosprecio. Claro que también nosotros los miramos a ellos con ese mismo desprecio.

Y lo mismo sucede con los políticos, y con…

Sí; no hay gremio que se salve. Hemos logrado invertir las posiciones y nos hemos adaptado perfectamente al medio. Isaac lo explica así: el ahorrador lleva el dinero al banquero para que éste se lo guarde, y sabe que con su dinero el banquero hará grandes negocios a cambio de una pírrica compensación para el ahorrador. ¿Y cómo trata el banquero al ahorrador, a pesar de que gracias a éste puede hacer grandes negocios? A patadas.

Igual sucede con los proveedores, tanto del gas, teléfono, electricidad. Como se han invertido los términos, se olvidan que gracias a los recibos que religiosamente abona el consumidor, esas compañías subsisten. ¿Y cómo son tratados los consumidores? Con desprecio.

Y cuando el maltratado acude a la justicia, entonces es cuando se percata de que la justicia no es igual para todos.

¡Ay, qué bien para los que tienen padrinos!

Siempre hubo clases, se decía y se sigue diciendo, y si no, recuerde usted la maldición: en juicios te veas aunque los ganes. Unas clases lo sufren. Otras no.

domingo, 26 de junio de 2011

LA ACTUALIDAD

Hoy mismo leo en la prensa: “Es difícil creer que el gobierno, anclado en su visión medieval de los acontecimientos, pueda avanzar en las reformas emprendidas.”

Me adhiero enseguida a la afirmación. Son unas medidas las que ha tomado el gobierno que también yo dudo que vaya a solucionar nada con ellas. Pero, ¡oh sorpresa! Miro el título y la máxima se está refiriendo al gobierno de Marruecos.

No obstante, no me descabalgo y sigo opinando lo mismo… del nuestro.

También hoy, al hojear la prensa me ha llamado la atención que la dirección del CF Barcelona necesita vender para poder comprar nuevos jugadores. Y me asusto de la sensación que recibe mi estómago cuando pienso a dónde hemos llegado con los famosos, que se venden y se compran como vulgares zapatillas fabricadas en China.

No menos alarmante me parece las dos noticias que aparecen juntitas, una al lado de la otra – hay que reconocer que el periódico no puede dejar espacios libres, hasta ahí llego. Pero se me ocurre que, para no alarmar la sensibilidad del lector, las podían haber puesto en páginas diferentes. Una dice que el Real Madrid está dispuesto a pagar por uno de esos famosos la descomunal suma de 78 millones. De euros, claro. La otra nos advierte de que ya son más de 2 millones de españoles que no llegan a fin de mes y que más de la mitad de ellos pasan hambre.

Sigo leyendo y unos espacios más abajo observo que las medidas que tomó el gobierno hace cuatro días escasos – y que nos costó un ojo de la cara ejecutarlas – a partir de pasado mañana dejarán de tener valor y entrará en vigor el sistema anterior.

Me temo que el coste de esta nueva medida nos costará el otro ojo de la cara.

Con los dos ojos estropeados y el bolsillo agujereado ya poco nos puede importar que los gobiernos regionales, esos que hace tiempo se subieron a la parra, hagan caso omiso a las leyes nacionales, se monten las suyas propias, favorezcan a los de su cuerda y machaquen a los de la otra, nos insulten, nos saqueen y encima exijan que les aplaudamos.

Y nos quieren hacer creer que vivimos en una democracia. Y además, floreciente.

sábado, 25 de junio de 2011

LA CRITICA

- Hay que ver lo criticones que somos – decía Cesar a su amigo Joaquín mientras tomaban una cerveza.
- No sé por qué dices eso. Yo no suelo criticar a nadie – respondió éste con cierta indiferencia.
- Eso de que no criticas a nadie vamos a dejarlo. Lo que pasa es que se ha convertido en algo tan cotidiano que ya no nos damos cuenta. Si no lo crees, piensa cuántas veces al día decimos, y además con la mayor naturalidad del mundo, la corrupción que impera en la clase política.
- ¡Hombre, es que son unos corruptos! Y no solamente los políticos. La corrupción anida en la justicia, en las instituciones, en las empresas estatales…
- ¡Efectivamente! Eso es lo que te estaba diciendo – convino Cesar, al parecer queriendo seguir su planteamiento – que criticamos y no somos conscientes de que lo estamos haciendo.
- Para mí que eso no es criticar. Son hechos. Algo que estamos viendo todos los días. Escándalo tras escándalo. Descaradamente… Es que ya ni se ocultan.
- Pues para mí, sí. Eso es criticar. Y en grado sumo – insistió Cesar.
- Bien, como tú quieras – accedió Joaquín sin ganas de seguir discutiendo.
- Me alegra que lo reconozcas, porque así puedo continuar. En realidad, lo que quería comentar es que de la misma manera que criticamos sin darnos cuenta de que lo estamos haciendo, sucede con el hecho de la corrupción, que vemos lo corrompida que está la sociedad sin percatarnos de que formamos parte de esa misma sociedad que criticamos.
- Sí, pero no me dirás ahora que todos somos corruptos – atacó Joaquín con trazas de sentirse molesto – porque compararnos con esos que se hacen ricos de la noche a la mañana solamente por haber asumido la concejalía de algún pueblo es algo más que atrevido: es exagerado.
- Pues, a mí no me lo parece, y es lo que pretendo hacer.
- Corta, corta, que te estás desmadrando.
- No tanto. Escúchame. La tentación la llevamos todos dentro, y todos hacemos lo que podemos para darle satisfacción y calmarla. Los magnates, esos que se mueven por el mundo con camisa blanca, cuyo sonrosado cuello les rebosa de papada y que viven en el máximo lujo a ritmo de gasto astronómico, no se meten por cuatro perras. Sus operaciones son de escándalo cósmico. O sea, que queda dentro de su nivel. En cambio, un descamisado que apenas gana para llegar a fin de mes, en su mediocridad se limita a robarle a su jefe una herramienta o unos simples botones. Y entre esos dos extremos hay de todo, o, ¿qué entiendes tú cuando, por ejemplo, un empleado le dice a su compañero: Oye, ficha por mí que voy a comprar tabaco e igual me retraso un poco? O quien en horas de trabajo se distrae con el correo electrónico para asuntos privados…
- Mira, Cesar. Creo que te excedes. Eso es llevar la situación al esperpento.
- Es probable. Pero también es más que posible que todo sea cuestión del abuso de la oportunidad, que a mi entender no perdona el sentido de corrupto.
- Lo dicho. Creo que te has pasado unos cuantos pueblos.

lunes, 20 de junio de 2011

IDIOMAS IMPUESTOS

A Lorenzo no le gustaban las imposiciones que preparaba la administración para la formación de los chavales. Tres lenguas como asignaturas en ciertas regiones, el bilingüismo en las otras. Cataluña, con sus propias disposiciones quedaba exenta de estas promociones. Ellos continuaban con el catalán.

A él le parecía bien que se promocionara el conocimiento de alguna lengua extranjera, pero lo de imponer lo rechazaba. Por varias razones: porque no se debe imponer nada a nadie… y si esta razón es válida, no hacen falta más razones.

En opinión de Lorenzo, tener una noción muy amplia de cultura general es recomendable. Él lo aconsejaba a todo el mundo. Lo de los idiomas incluido. Solo que, como en cualquier otra materia, aprender un idioma a través de los libros no es para todos por igual, muy diferente a crecer con dos idiomas, manejándolos indistintamente desde la niñez.

A muchos, por ejemplo, las matemáticas se les atraviesan y les cuesta Dios y ayuda para malamente ir sacándolas adelante. Y es bueno que los chavales conozcan lo elemental, pero muy probablemente nunca lleguen a ser grandes matemáticos, lo cual no es para echarse a llorar, porque conociendo los principios básicos también se pueda llegar lejos en la vida.

Sucede lo mismo con los que no pueden con las letras u otras materias.

Lorenzo hacía estas reflexiones con la intención de hacer ver que no todos tenemos la misma predisposición y, o bien por tendencia natural, o bien por afición, cada uno de nosotros disponemos de mayor facilidad para unas actividades que para otras, por lo que obligar a todos los niños a aprender un idioma determinado porque hoy – no sabemos mañana – las necesidades del futuro se encaminan en esa dirección, a él le parece algo así como si a todos los enfermos les recetasen aspirina porque es un buen remedio contra los dolores probado desde hace más de cien años.

Pero, como él decía, es que no llegamos o nos pasamos. Y para concluir añadía: tampoco estaría mal que se promocionaran ideas, interés y afición para aprender mejor el propio idioma.

sábado, 18 de junio de 2011

GRANDILOCUENCIAS

Las frases grandilocuentes es algo muy nuestro. Nos viene de antiguo. “Más vale honra sin barcos que barcos sin honra” – decía aquel gran señor tras el descalabro.

Alfredo decía que eso es consecuencia del orgullo, tan alejado de la humildad que, ante un error, en vez de reconocerlo nos lanzamos a la bravata. Somos así – se reafirmaba el joven Alfredo.

Junto a pomposas frases ha habido también en nuestra dilatada historia solemnes actuaciones. Ahí tenemos, si no, a Guzmán y a Moscardó que lo atestiguan. Y se podrá estar de acuerdo o no con sus actos, pero estos no se limitaron a la frase, sino que la acompañaron con hechos que, como mínimo, invitan a la reflexión.

Pero esas son las excepciones. Lo nuestro – seguía diciendo Alfredo, quien en este asunto no había quien le hiciera cambiar de opinión – es la explosión en el momento del arrebato. Y después, nada. Solo la frase, grandilocuente, pomposa, a veces hasta retorcida o apurando hasta el esperpento, por aquello de sacarle el jugo a lo que ya estuvo exprimido por muchos muchas veces antes que ellos.

Y después la satisfacción. ¡Qué contentos se quedan tras haber soltado la chorrada! ¿Ponerla en práctica? ¡Pero qué exigencias! – Decía Alfredo – es que lo quieren todo.

Alfredo admitía que, a veces, las frases eran ingeniosas. Pero eran las menos veces. Las más, lo que decían era grotesco, chusco y hasta tosco. Para avergonzarse, vaya. Aun así, para Alfredo eso era lo de menos. Lo que a él le mortificaba; lo que le daba mil patadas en las espinillas era que decían, decían, pero no hacían nada.

Palabras vacías. Nada más.

“Yo no pienso en adelantar las elecciones… sino en adelantar la recuperación de la economía” – había dicho el tonto de turno, después de llevar más de cuatro años sumidos en la miseria.

La frase habría estado bien si a continuación hubiera añadido algo más concreto a ese pensar vacuo. Pero con un pensamiento tan meditado se agotaron las energías, y… dentro de unos días otro pensamiento profundo de esos que hay que cavilar mucho.

Para que no digan.

miércoles, 15 de junio de 2011

JUGANDO AL DESPISTE

Hay que ver la importancia que prestan los medios de comunicación a cualquier ocurrencia o peripecia del devenir cotidiano.

Años atrás se decía que las autoridades aprovechaban los partidos de fútbol para distraer a la muchedumbre. Y ahora, con esa larga experiencia a nuestras espaldas, todavía los hay que se asombran de que las autoridades sigan empleando el mismo sistema para despistar y que nadie piense en los problemas reales.

Ese parece ser el juego que se traen entre manos los que ejercen el poder. Y les ha ido bien. Hasta ahora.

Pero es que, por mucho que creamos que los acontecimientos se repiten, no debemos olvidar que no es exactamente así, porque siempre traen de la mano alguna novedad. Es lo que estamos viendo con esta nueva ola de indignados que nos ha caído en suerte, y que algunas voces han querido comparar con los indignados del 68, y se está demostrando cuan equivocados están.

Los políticos, que al principio reían sus gracias y hasta les azuzaban para que no decayera la fiesta, asustados están ahora viendo cómo aquellas cañas se están convirtiendo en lanzas. Lanzas envenenadas porque se vuelven contra ellos, naturalmente.

Y aunque sean reprobables esas acciones que están llevando a cabo contra los políticos estos nuevos cabreados, hay que convenir que bien empleado les está. Solamente ahora levantan la voz. Ahora que sienten en sus propias carnes el dolor y las injurias, los abucheos y algún escupitajo que otro, pero no antes, cuando las consecuencias del desmadre y el abuso iban dirigidos a comerciantes y peatones en general, sin que ninguna autoridad les impidiera el despotismo.

Justicia, pero no por mi casa – se oía decir.

Sabido es que a quien le gusta jugar con el fuego sigue jugando hasta que se quema. A ver, pues, si los políticos aprenden la lección y dejan de jugar al despiste.

martes, 14 de junio de 2011

CONCIENCIA SERENA

Hubo una época que Amador tuvo dudas de que la educación recibida hubiera sido un acierto. Tienes que ser prudente y humilde en la vida – le decían constantemente – y no ser codicioso, y cuanto más practiques la virtud de respetar a tu prójimo tu conciencia más lo agradecerá.

Y Amador, durante muchos años vivió teniendo presente esas enseñanzas. Recibía zancadillas constantemente, pero él no se inmutaba, convencido de que su conducta era la correcta. Cuando alguien de su entorno avanzaba abriéndose paso a codazos, Amador se hacía a un lado y le cedía el paso. A su alrededor veía cómo otros avanzaban sin importarles los cadáveres que iban dejando a su paso, y él sentía lástima por ellos, pensando en las pesadillas que les causaría tantos desmanes cuando, una vez solos en su intimidad, repasaran los acontecimientos del día.

Años más tarde, en unos momentos de flaqueza, el diablo se introdujo en su vida y abordó el punto más vulnerable que solemos tener los hombres: la vanidad.

- Es cierto – pensaba – yo también podría correr tanto como esos que sin mostrar escrúpulos de ninguna clase, se superan cada día y alcanzan posiciones envidiables.

Hizo sus intentos, pero fracasó. Era incapaz de ir contra su sentir natural. Le pareció fácil hacer lo que hacían otros, pero acabó reconociendo que eso que a él le parecía tan sencillo viéndolo en los demás, a él le venía muy cuesta arriba, y pronto volvió a ser aquel que había sido siempre.

Él estaba contento con lo que tenía, y cuando veía a los demás cómo aligeraban el paso, lo primero que le venía a la mente era la cantidad de servidumbres de las que eran esclavos. Y se preguntaba si a pesar de tanta sumisión se sentirían felices.

Tal vez sí, ¿por qué no? – se decía. Lo que no es bueno para mí, no tiene por qué ser malo para otros.

Cierto. Pero a continuación Amador se preguntaba: ¿son esos comportamientos fruto del sentir natural de aquellos que así actúan o más bien la causa de esa conducta es la educación recibida?

Era una pregunta cuya respuesta le parecía obvia.

lunes, 13 de junio de 2011

TEMAS DE TABERNA

Los españoles, que por regla general se definen apolíticos, dedican no obstante, gran parte de su tiempo a hablar de política. Aunque quizás mejor debiera decirse a hablar de los políticos. El resto del tiempo, los españoles suelen hablar de fútbol.

No es que todos sean así, claro está, porque los hay que solo hablan de uno de los dos temas, mientras que del otro dicen no entender nada, y por eso no opinan. Un rasgo de humildad que no hay que pasar por alto.

Son los menos, no obstante. Los más son los que entienden de ambos temas, y además con conocimientos profundos, a juzgar por las voces que lanzan cuando se reúnen con sus amigos en la taberna. A veces no es necesario ni entrar en una de ellas, porque se les escucha con claridad y brillantez al pasar por la puerta.

Y no solamente eso. Si se tercia, estos documentados también están en condiciones de dar lecciones sobre los toros y los toreros.

Uno se pregunta dónde han adquirido tanto conocimiento. Y de donde han sacado el tiempo para poder versar tan concienzudamente sobre estas dispares aficiones.

Vanas preguntas, porque si uno pone atención a lo que dicen pronto se percata de que suenan como un disco rallado. Se repiten mucho, como el ajo. Y la gracia que tienen, eso hay que concedérselo, es que levantan la voz por nada, se enfurecen y gritan en tono que no deja lugar a dudas. Casi avasallando, vaya.

Y al final, uno se da cuenta que lo que saben es gritar, saliendo con aires de vencedor cuando el interlocutor es una persona prudente y prefiere no enfrentarse a un fanático. Pero hay que verlos cuando al que se enfrentan es otro igual a ellos. Entonces el guirigay es enorme y ya nadie entiende nada. Tampoco los que discuten, que lo único que persiguen es salir airosos del fango en el que se han metido. Y como eso no es tan fácil por la sencilla razón de que ambos pretenden lo mismo, o sea, machacar al otro, entonces la saña se encona, las voces suben de tono y las palabras también. No tarda en aparecer el enfado y muchas veces, como las palabras ya no solucionan nada, salen prestos los puños a demostrar quién tiene razón.

Son simples historias que, por lo general, nunca llega la sangre al río, aunque, de vez en cuando, alguno de estos profesores de taberna prefiera romper una amistad antes que aceptar una derrota.

viernes, 10 de junio de 2011

LA GORRA DE PLATO

Alfredo recordaba aquello que se decía algunos años atrás: “ponle a un tonto una gorra de plato y lo habrás ascendido a general”.

Reconocía que la expresión nunca fue de su agrado, por parecerle un tanto denigrante. Pero lo que escondía la frase era una gran realidad, tan válida hoy como entonces, si no más.

Y Alfredo no tenía más que pensar en las administraciones públicas.

Tras las votaciones unos señores reciben el mandato de administrar un ayuntamiento, una comunidad o la nación, y, ¿qué es lo que estos señores interpretan? Que han recibido una herencia privada, y ciegos de alegría se lanzan a gastar indiscriminadamente los dineros que desde ese mismo momento ya han asumido que les pertenece.

Y con la gorra de plato coronando sus cabezas, manirrotos y sin preparación para nada que se considere serio, no solamente pasan a administrar una fortuna jamás soñada, sino que se disponen a proclamar leyes.

Y como hasta el más tonto no lo es tanto que no sepa que si se pone a tirar piedras sobre su propio tejado le perjudicará, naturalmente no lo hace. Simple proceder de conservación.

En cambio lo que sí hace siempre y en cada una de las decisiones que toma, porque también hasta el más tonto, y más aún con la gorra de plato coronando su cabeza, es barrer para casa. A fin de cuentas solo distribuye sus posesiones.

Con la gorra puesta se dan prisa en engrasar sus riñones, porque es posible que dentro de cuatro años se acaben las rentas. Pero los días y los meses van pasando y los de la gorra de plato se van acostumbrando a no quitársela ni para dormir. ¡Es tan bonito que a uno le quieran! Por donde pasan todo son sonrisas, buenas palabras, reverencias, les ceden el paso, les abren las puertas…

A punto de cumplir cuatro años duele pensar en la posibilidad de tener que quitarse esa gorra que tantos milagros les ha proporcionado en todo ese tiempo. Y como hasta el más tonto sabe que en ninguna parte obtendrá tanto bienestar, porque tan tontos no son como para no entenderlo, se pondrá a remover Roma con Santiago con tal de seguir con la gorra de plato coronando su cabeza.

¡Que nadie venga a quitarles ese juguete que tanto les divierte!

jueves, 9 de junio de 2011

NOVEDADES ANTIGUAS

Alfredo era un hombre mayor, aunque no tanto como recordar la España de posguerra. Sus recuerdos se entremezclaban con los comentarios que tanto escuchó durante su juventud, y con el correr de los años le resultaba difícil distinguir sus propias experiencias de aquellos tristes comentarios.

Los años transcurridos venían a confundir aún más sus memorias, y lo que quedaba en su mente era una visión global de la época. Ingrata, desde luego. Los hechos se movían como a cámara lenta, entre brumas, siempre rodeados de paisajes oscuros. El sol apenas brillaba en sus recuerdos de los años cuarenta y primeros cincuenta.

Las imágenes que bailaban en su mente cuando ésta se remontaba a aquella época eran descorazonadoras. En su casa solamente se escuchaban críticas a los vencedores y lamentos por cómo perdieron la guerra. El desorden general y los abusos de los insensatos, egoístas y poco solidarios casi todos ellos, que cegados por querer ser más que el de al lado no veían que eso no eran maneras para ganar la contienda, sino para perderla.

Por eso, siempre opuestos al régimen autoritario, sus familiares lamentaban profundamente ese comportamiento tan cerril, aprovechado, comodón y sinvergüenza, aunque también humano, de la mayoría de la gente que les tocó en suerte como compañeros de campaña.

Los años fueron transcurriendo y Alfredo se situó en la vida, quedando cada vez más alejados aquellos recuerdos, hasta que llegó un iluminado que creyendo que la historia se puede reescribir, comenzó a desempolvar aquello que ya comenzaba a quedar sepultado por varios mantos de olvido.

Los marrulleros que, al igual que los buitres, siempre están al acecho de sacar provecho de los desperdicios, se arrimaron a esa carroña que les llegaba como agua de mayo, y viendo el festín tan suculento que se les presentaba para los próximos tiempos, sin pensárselo dos veces se apresuraron a servirse de él.

Las relaciones entre los hasta ahora bien avenidos pobladores se deterioraron rápidamente, y Alfredo veía los desmanes de estos tramposos, la falta de solidaridad que mostraban, el desorden, el egoísmo, las exigencias…

En su mente se removieron los recuerdos, y aquellas figuras que se movían lentamente entre nieblas, olvidadas durante tantos años, volvían a primeros planos con toda la amargura de sus años de juventud.

miércoles, 8 de junio de 2011

CAMBIOS QUE NO LO SON

Hubo una época que aquel diminuto país fue regido por una dictadura, cuyos súbditos tenían la creencia generalizada de que los que mandaban, además de abusar del poder no permitiendo discrepancias con el gobierno, propio por lo demás de una dictadura, abusaban también de su posición en cuanto a privilegios económicos. Y tan populares eran los chascarrillos que se contaban al respecto que ningún súbdito dudaba de que todos los miembros del gobierno, familiares, amigos y avecindados se llenaban los bolsillos usurpándolo a los ciudadanos.
Y, como todo en esta vida, también aquella dictadura tuvo su final. ¡Ah! pero no se asusten, porque hubo una transición muy pacífica y los miembros del gobierno, que supieron ir acoplándose a las nuevas circunstancias, siguieron gobernando.
Y a estos comenzaron a adherirse los inteligentes, los astutos, los pillos. Y el nuevo gobierno, que ya no era una dictadura, complacía a los súbditos como si no hubiera cambiado nada. Sí, sí, claro. Las proclamas eran diferentes. Todo en apariencia era distinto, pero solo en apariencia. La palabra democracia se repetía hasta las náuseas, cuando muy pocos valoraban el significado de esa palabra.
Los recién llegados, esos inteligentes, astutos y pillos que no tardaron en convertirse en ladinos y maliciosos, tan convencidos estaban de las riquezas que los otros habían acumulado en la época anterior, que no perdieron el tiempo en migajas y entraron a saco expoliando todo lo que caía en sus manos.
Y como es más fácil tomar ejemplo de los vicios que de las virtudes, los otros se subieron al mismo carro y a no tardar todos eran uno. Ya no había forma de distinguir los antiguos de los nuevos, para desgracia de los ciudadanos.
Gran parte de los súbditos, no obstante, se alegraban de ver cómo muchos de sus antiguos amigos se hacía rápidamente ricos – tal vez con la esperanza de que les llegara algo de esa riqueza – y gritaban: “¡Bastante robaron los otros antes, ahora nos toca a nosotros!”.
Y siguió una larga temporada de bonanza que parecía no tener fin.
Pero nada es eterno, y todo lo que comienza termina. Cuando ya nadie creía que podía terminar esa época de bienestar; cuando todos, confiados, vivían alegres, derrochando el dinero que todavía no habían ganado, más que nadie los miembros del gobierno, de pronto, un día despertaron y vieron que todo había sido un sueño. Unos nuevos miembros se hacían cargo del gobierno.
Muchos, aterrados, se preguntaban ahora. ¿Vendrá este nuevo gobierno también a malgastar y hacerse rico como hizo el anterior?
La penuria de los súbditos era acuciante. El malestar, la tristeza se leía en el rostro de muchos de ellos, y clamaban: “¿Dónde está ahora la democracia?”.
No eran todos, claro. Eran solo los que creen en los cuentos, los que siempre han tenido que nadar contra corriente, porque los inteligentes, los astutos, los pillos, convertidos en ladinos y maliciosos, siempre supieron correr en la misma dirección que el viento.

sábado, 4 de junio de 2011

EL REGRESO

Año y medio alejado del ambiente local y ya no eres el mismo.

Juanjo tuvo ocasión de encontrar un trabajo fuera de España para seis meses; un quehacer que se alargó en el tiempo hasta convertirse en dieciocho meses. Se habituó rápidamente al lugar y se alegró por ello. Se encontraba a gusto, aunque no supo muy bien el motivo de esa alegría hasta que regresó.

Dos días de nuevo en casa y enseguida cayó en la cuenta que su alegría tocaba a su fin. Sentarse a la televisión; abrir un periódico; escuchar la radio; incluso muchas de las conversaciones que oía por la calle, todo se limitaba a un solo tema. Machaconamente; sacándole punta sin cesar; rizando el rizo.

Se imaginó a la pobre mula dando vueltas a la noria con el único, pero práctico fin de elevar el agua a niveles superiores. Mientras que las muchas, muchísimas mentes que diariamente analizan las palabras que ha pronunciado Juan o Juanito es una pérdida de tiempo pavorosa.

Diez para la mula. Cero para los analistas.

A Juanjo le dieron ganas de salir corriendo de nuevo al lugar de donde venía.

No lo hizo, claro, principalmente porque quiso darse una tregua en la confianza que pronto cambiaría su opinión.

Y cómo que cambió. A peor.

Llegó a una conclusión: hay una tendencia a criticarlo todo, y muy poca actividad en cuanto a poner soluciones. Esas reuniones que llaman tertulias en las que descaradamente los presentes muestran su mala educación quitando la palabra constantemente al vecino, así como los ofensivos términos que sueltan continuamente, sirven para potenciar la excitación de sus seguidores, y nada para convencer a los que opinan distinto, repitiendo hasta el hastío las mismas expresiones.

Cuando se viene de fuera llama mucho la atención ese proceder ineficaz. Se habla mucho insulsamente. Se denuncian comportamientos dignos de cárcel que enfurecen al lector o al oyente, y con la sensación de que ya han cumplido, se dan la vuelta y si te he visto no me acuerdo.

Juanjo decidió regresar a ese lugar donde la gente tiene el sentido práctico más desplegado, que piensa más en el futuro y que no se entretiene dando vueltas a la noria cuando el aljibe no contiene agua.

viernes, 3 de junio de 2011

LOS PEPINOS

Parece ser que hemos superado el bache y ya pocos hablan de los pepinos. Ahora surgen por doquier las voces, mudas durante la semana de la crisis, criticando a los alemanes de xenófobos y cosas peores, exigiendo reparaciones, económicas sobre todo, y, naturalmente, con el orgullo herido.

Estas mismas voces, que no han dicho ni mu al respecto en todo este tiempo, quieren hacernos creer que la crisis se ha acabado gracias a su esforzado entusiasmo para acabar con ella, como si no hubiéramos presenciado su ocupación en otros menesteres más locales y exclusivamente personales tras el varapalo que recibieron el veintidós de mayo.

Para mayor bochorno de estas criaturas que dicen dirigir los asuntos de sanidad, exteriores y consumo, han sido los mismos alemanes, y por eso nos hemos enterado, quienes han reconocido su error cuando los resultados de los análisis lo han demostrado. Cosa que tenían que haberse apresurado a demostrar desde el primer día esas ministras mencionadas, y no esperar a que lo hicieran los mismos alemanes que, por cierto, caso de haberse producido toda esta historia a la inversa, ¿hubieran confesado un error así nuestras representantes?

Somos muy dados a sentirnos dolidos cuando algo no se acomoda a nuestros deseos, y entonces el orgullo sale dando coces.

Es un grandísimo error pensar y actuar de esa manera. Y mayor error aún tildar a los alemanes de xenófobos respecto a los españoles, porque no olvidemos que desde hace más de cincuenta años vienen en tropel de vacaciones a España, invierten mucho dinero en nuestro país y en sus casas confortables en esas zonas septentrionales, consumen nuestros productos con la misma asiduidad que lo hacemos nosotros.

Es cierto que hubo un desliz de una concejal alemana que nos ha perjudicado mucho económicamente, pero eso no quita para que nuestras autoridades se durmieran, y cuya única defensa haya sido criticar ese desliz, tachar a todos los alemanes de xenófobos, pedir indemnizaciones, que eso sí sabemos hacer bien, y no haber movido un solo dedo para frenar el desastre desde el primer momento de conocerse.

Los políticos que no reconocen sus errores suelen salir a voz en grito a criticar a los demás. Es una forma de despistar al ciudadano, y confían que el despiste sea amplio suficiente para que nadie se fije en su mezquindad.

A veces lo consiguen.