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domingo, 20 de febrero de 2011

LA TRANSICIÓN

La tan célebre y gloriosa transición de los años setenta, orgullo de los españoles que con asombro y alegría fue alabada en el mundo entero, resulta que con el paso de los años está dejando de ser motivo de aquel orgullo inicial.

Y no solamente han aparecido comentarios que ponen en duda su acierto y buen hacer, sino que esos comentarios han subido de tono para posarse en la crítica abierta y hasta en la denostación.

¿Qué ha pasado para que hayamos cambiado de parecer de forma tan radical?

Según algunos, son las consecuencias de un pésimo planteamiento de las normas que se decidieron para la futura convivencia de los españoles.

Otros opinan, sin desmentir lo anterior sino para ampliarlo, que conociendo el proceder de los españoles, aquellos padres de la patria que formalizaron las futuras normas, tenían que haber previsto las consecuencias.

Los más pesimistas dicen que es el destino que tenemos marcado los españoles, cainitas que somos por naturaleza. Y pronostican que la próxima transición será más ponzoñosa, más cáustica, porque incapaces de entendernos con las palabras, siempre terminamos desentendiéndonos con las manos.

Que últimamente lo de las manos viene a decir con las armas.

Triste destino el nuestro.

viernes, 18 de febrero de 2011

EL HIJO PRÓDIGO

Tal vez porque la iglesia no lo haya expresado desde un punto de vista manifiesto, la parábola del hijo pródigo se ha quedado en la mente de muchos de nosotros como el hijo que arrepentido vuelve a casa, dando el valor y significado moral del tema a la acción del padre que perdona.
No cabe duda que es una lección magistral esa de no reprochar las acciones del hijo – como la de ningún vecino – y acoger con generosidad al hijo arrepentido. Pero eso no explica lo de pródigo, que significa derrochador, malgastador de bienes.
Es cierto que la Biblia nos cuenta que el hijo pide a su padre su parte de la herencia antes de irse de casa y se supone que la malgasta antes de regresar. Pero como hubo un tiempo que la Biblia no se leía sino que nos contaban la historia sagrada, ésta, a menudo, quedaba mutilada.
Y al parecer, debido a esa breve y fugaz explicación de la iglesia, o quizás precisamente por ello, el caso es que muchas veces se escucha esa misma expresión de hijo pródigo cuando el vástago regresa a casa, no importe la causa que haya motivado su ausencia. A menudo el motivo de dejar la casa de los padres no fue otro que el trabajo. O los estudios, desplazamientos bastante habituales en la actualidad de muchos jóvenes. Pero eso, a mucha gente no le impide hacer uso de la parábola.
Y es que el hombre, muy dado a repetir lo que oye, no acostumbra a profundizar en el verdadero significado de las palabras. O sea, habla sin saber lo que dice.
Cuando una expresión comienza a hacerse popular, sin poder resistirlo, el simple mortal la escucha, le agrada y se la apropia… y puesta en circulación, queda expedito el camino para repetirla, venga o no al caso, para mayor afrenta.
En resumidas cuentas, creo que la iglesia debería de haber explicado más detalladamente el significado de la parábola, aunque, visto en su conjunto, hay tantas cosas que debería de haber hecho diferentes que lo de hijo pródigo, tal vez solo sea una simple bagatela.

domingo, 13 de febrero de 2011

CONDENADO SIN JUICIO

Alberto salió de la consulta profundamente deprimido. No contaba con lo que acababa de escuchar. Sin fuerzas para sostenerse, buscó con la mirada un banco donde poder sentarse. De pronto, el mundo se había reducido a su persona, insensible a lo que sucedía a los demás y sin importarle el ajetreo del entorno.
En los pasillos de aquel enorme edificio reinaba un gran movimiento. La gente se movía en un constante ir y venir. Unos, con batas blancas o verdes, caminaban decididos por los pasillos, o salían de una sala para entrar en otra. Otros en cambio, los más, ataviados con ropa de calle, generalmente oscura, caminaban con pasos inseguros, como perdidos, con la ansiedad de quien busca algo en un medio que desconoce por completo, y mirando los papeles que llevaban en las manos, comprobaban lo que anunciaban los carteles al lado de las puertas, y además, presos de la indecisión, preguntaban continuamente a los que se cruzaban en su camino.
Pero todo eso había dejado de existir para Alberto; él seguía centrado en sus propias desventuras, y no prestaba atención a todo ese movimiento. Estaba como ausente, e inmerso en sus pensamientos, nada de todo aquello le inmutaba. No era para menos.
Había recibido el mayor mazazo de su vida. El único que verdaderamente puede importar. No más de tres semanas de vida le había pronosticado el médico.
Errante por aquellos pasillos, sin saber cómo, de pronto se encontró a las puertas del macro hospital, por donde, todavía dos horas antes había entrado confiado y con bastante buen humor. En realidad él se encontraba bien, a excepción de aquel dolorcillo en el costado que iba y venía y al que nunca prestó importancia. Hasta ahora.
Había llegado confiado en que lo de hoy era un trámite más de las periódicas visitas al médico, y todavía antes de entrar estaba maravillado del espléndido día que hacía. Y ahora, mirando sin ver la explanada que se extendía ante él, intentaba hilvanar sus pensamientos, y asustado, ni se percataba del agradable ambiente primaveral que se respiraba.
Sin fuerzas e incapaz de ver el lado positivo de la vida que él tan bien sabía aconsejar a los demás, descendió las escalinatas como un autómata. Tampoco sabía a dónde iba. La preocupación absorbía toda su atención. Sus pensamientos solo repasaban la fatal noticia que acababa de recibir, y se repetía una y otra vez: “¿por qué a mí? Precisamente ahora que comenzaba a disfrutar de la vida, con tiempo para mis aficiones, sin agobios económicos… ¡qué jugada me ha deparado la vida! ¡Cuánta ironía nos tiene reservada el destino!”.
Y como si de una película antigua de aquellas de blanco y negro en las que apenas se aprecian los contrastes se tratara, por su mente comenzaron a pasar escenas de su trayectoria, reviviendo épocas y anécdotas olvidadas durante muchos años, cuyas secuencias se sucedían con rapidez inaudita, nebulosas algunas y nítidas otras, y al reconocer cómo se había desarrollado su vida, empezó a plantearse algunas preguntas. La que con más insistencia le martilleaba la cabeza era si había acertado en sus decisiones.
Siempre creyó que así era, pero ahora, en el umbral del portón donde todo acaba y todo comienza, no estaba tan seguro. Es más, casi creía que había errado en la mayoría de ellas. Principalmente en una importante.
Dedicó su vida al trabajo, mientras dejaba las distracciones para más adelante, preocupándose por llegar a la vejez y poder disfrutarla con tranquilidad, sin agobios, sin premuras.
¡Qué error!
¡Qué horror!

lunes, 7 de febrero de 2011

CONTRADICCIONES

Estamos asistiendo a un fenómeno verdaderamente curioso. El presidente del gobierno, rojillo él como todo el mundo sabe porque así lo ha confesado él mismo, al frente de un enjambre de vividores de profesión, nos están presentando las medidas que se han visto forzados a tomar, opuestas diametralmente a su doctrina, a sus principios y a lo que nos han venido vendiendo en los últimos siete años, como el principal éxito del socialismo.

Desde la escuela de Marx y Engels siempre nos han presentado la doctrina socialista como única garante de los derechos de los trabajadores; defensora a ultranza de los derechos adquiridos por las clases asalariadas, así como pensionistas y demás grupos marginales y olvidados de la diosa fortuna.

Eso es lo que nos han dicho, lo que siguen diciéndonos y lo que, unos más, otros menos, y muchos nada, hemos creído.

Y si me parece curioso, como decía al principio, no es porque estemos viendo poner en práctica lo contrario de su doctrina, dado que desde mi atalaya comprendo que era algo necesario desde hacía más de dos años, sino porque lo presentan como el mayor logro socialista.

¡Hombre, eso es una falacia! No nos tomen por tontos, por favor. Digan que las circunstancias nos obligan a apretarnos el cinturón; que nos estamos quedando pobres; que veníamos viviendo por encima de nuestras posibilidades; que no podemos seguir gastando más de lo que ingresamos. En definitiva, dígannos la verdad y no consideren de antemano que no estemos en condiciones de asumirla, y para enmascararla tergiversen la realidad, y al mismo tiempo, aprovechando que pasaban por allí, quieran inflar el autobombo y la propaganda.

Que tengamos que oír que reducir salarios, congelar pensiones y subir impuestos son principios socialistas es tomarnos el pelo.

Personalmente considero beneficioso la existencia del socialismo. Es la oposición y el freno al abuso y prepotencia de ciertas fuerzas que descontroladas nos llevarían a épocas no deseadas, por fortuna muy lejanas.

Pero estos señoritos de salón que solamente ostentan el nombre de socialistas para gritar en las manifestaciones, mientras el resto del año apenas se ocupan de los necesitados, que viven a cuerpo de rey, y su preocupación principal es cómo amasar bienes, sinceramente es una contradicción tan grande que me repugna.